Las Penurias de un bebè
El día de mi nacimiento, con mi piel cubierta de una baba blanquecina, con la nariz obstruida por no sé qué extraña sustancia y con la placenta de sombrero, pelé los ojos y con cara de asombro pensé: -Bueno, ya se acabó la espera, al fín llegué. Creo que con esto se me acabaron los problemas. ¡Qué equivocado estaba! La bienvenida resultó ser una zurra por el trasero. La peor parte resultó ser la etapa que va de cero a tres meses, me obstinaba el manoseo y la pellizcaderade cachetes de parte de mis tías, abuelas, abuelos, amigos y amigas de mi mamá. También tuve que calarme la cantaleta de ¡Ay qué cocha pechocha! y las angustiantes comparaciones con los rasgos físicos de todos los miembros de la familia (todavía tengo la duda de que mi papá sea mi papá). Y dígame aquella ridícula cancioncita de:"Atuna, atuna, atuna que tuna tuna" Y qué decir de la señora que con sus manos hediondas a cigarrillo me metía el dedo en la boca y me decía "A ve' muellame pe&