He
aquí, no cabeceará
Ni
dormirá, el que guarda a Israel
Salmo 121: 4
Me
encontraba en una larga fila en la fachada del auditorio de los tribunales.
Había gente de todas las edades, y sobre todo madres con sus hijos, pocos
hablaban pero muchos lloraban. En mi caso, esa fila era el último paso de un
largo periplo.
Todo comenzó en junio de 1960, cuando comparecimos
ante un hombrecito de no más de metro y medio, que parecía haber dormido con la ropa puesta. Era Isser
Harel, el propio director del servicio secreto israelí “Mossad” que nos
convocaba. Sin mucho preámbulo, apagó las luces y proyectó la foto de un hombre
caucásico con el impecable uniforme negro de oficial de las SS.
―¿Reconocen al personaje?
―Adolf Eichmann, jerarca del departamento de
exterminio en las SS.
―Muy bien. Nos han llegado informes que parecen
indicar su ubicación.
La sorpresa nos enmudeció. Harel continuó.
―Los informes nos llegan desde Argentina. La
obtención de fotografías de Eichmann ha sido algo muy difícil pues ni siquiera
en sus buenos tiempos se dejaba fotografiar, de hecho, siempre pedía los
negativos de sus fotos de carnet.
Pasemos a la segunda transparencia.
Aparecía un señor entrado en años, con lentes de pasta.
―“Ricardo
Klemet”. Nuestro departamento de antropología y anatomía comparada, indica que
puede tratarse de la misma persona. Tenemos dos años cotejando datos. El señor
Klement vive en los suburbios de Buenos Aires con su esposa y tres hijos. El
último es un bebé de un año, pero los otros dos, tienen la misma edad que
correspondería a los hijos de Eichmann nacidos en Alemania. Hace un año,
estuvieron celebrando una reunión el mismo día que se cumplía el aniversario de
bodas de los Eichmann, y la última vez que volvieron a celebrarlo, el número de
pastillaje en la torta, coincidía con los años de casados de los Eichmann. En vista
de tanta coincidencia, aseveraciones y sentido de la oportunidad, tenemos que
despejar toda duda lo antes posible.
―La operación “Atila” (les debo el nombre
bíblico) consistirá en hacer la confirmación in situ más allá
de toda duda. Para ello deberán
secuestrarlo en el territorio de un país amigo y, de ser de verdad nuestro
hombre, sacarlo en secreto. El Estado está dispuesto a afrontar el escándalo internacional
que eso acarreará.
Alguien preguntó: ¿cuál es el problema de pedir
su extradición?
―Buena pregunta. Las autoridades argentinas
filtrarán la información y le permitirán escapar. No sería la primera vez. Ya
pasó antes, cuando supimos que en Argentina estaba Joseph Mengeler “El Ángel de
la muerte” ─el médico que casi hizo un máster en fisiología de condiciones
extremas, usando Auschwitz como un bioterio humano─. . Pero esta vez se trata
del premio gordo y no lo vamos a arruinar. Vale decir con esto, que se
internarán en un verdadero santuario nazi tan peligroso como un nido de
terroristas suicidas.
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Para mí el caso tenía implicaciones personales.
Siendo un niño de cinco años, mis padres me sacaron de Polonia y huimos a Palestina. Pero Fruma, mi hermana, tenía
esposo e hijos y tuvo que quedarse. Ya se las arreglaría para luego reunirse con nosotros... Pero
nunca pudo hacerlo porque en 1939, Alemania invadió Polonia.
Las noticias de nuestros seres queridos se interrumpieron,
pero el final de la hecatombe tampoco nos alivió. Solo silencio. Hasta que comenzaron
a llegar informes dispersos y luego los documentales de los campos de
exterminio y comprendimos la enormidad de lo sucedido.
Ahora tenía la oportunidad de estar cara a cara
con el jefe de las SS responsable de esos campos.
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En menos de tres años, el ambicioso Eichmann,
había pasado de ser un simple sargento,
a convertirse en el encargado de deportar a los judíos de Austria. Luego fue
transferido a Berlín para asesorar a la Gestapo en el “asunto judío”. Hasta que,
de nuevo en la SS, pasó a ser el responsable directo de la “depuración judía”
del Tercer Reich, dando marco teórico-práctico a la “Solución final”, de la que había hecho muchos
ensayos. Por ejemplo, en Minsk, Bielorusia, mientras supervisaba una larga trinchera donde
caían los cuerpos de los judíos mientras se les disparaba en la nuca, Eichmann
recordó “Había una señora con una criatura en los brazos. Le dispararon a ambos,
pero los sesos del bebé salpicaron mi sobretodo. El chofer me ayudó a limpiarlo
con su pañuelo”.
Eichmann
fue el primero que advirtió que esa forma de ejecución era un despilfarro,
además de tener un impacto devastador sobre la moral de los efectivos. Así que
en 1941, Inaugura el campo de Belzec, infraestructura reluciente, césped inmaculado,
rodeado de una cuidada jardinería, lejos de los centros poblados, que ocultaba
cámaras de gas con una capacidad instalada de exterminio de quince mil seres
humanos cada 24 horas. La que precedería a nombres como Birkenau, Belzec,
Treblinka, Mathausen, Dachau y muchos otros.

Todo esto en el marco de “captación y acarreo”
que arbitraba el diez por ciento del sistema ferroviario nacional y que fue perfeccionando con un tesón digno de
mejores causas. Entre tanto Eichmann le daba una prioridad a su objetivo, al
punto de negar sus trenes para el traslado de presos políticos, o a
las mismas tropas de la Wehrmacht, pues su misión le parecía tan importante
como ganar la guerra. Incluso, cuando los frentes comenzaron a retroceder, no
toleró el intercambio de prisioneros de guerra alemanes por civiles judíos. Y cuando
el Tercer Reich se caía a pedazos, maniobró para mantener la logística de los
campos de forma tal que no se detuviera el proceso de exterminio.
Gracias a un capitán alemán de las brigadas
montañistas del Alpes Korps, teníamos el reporte escrito de la última vez que
se le vio:
“En marzo de 1945,
recibí la orden de internarme en los Alpes austríacos, todavía en invierno, para iniciar
una desesperada guerra de guerrillas y me asignaron al coronel obersturmfuhrer Eichmann como oficial agregado. Todavía
no habíamos iniciado las operaciones cuando recibí la contraorden de deponer
las armas y desmovilizar la unidad. La guerra había terminado. Ordené la marcha
hasta una bifurcación de senderos en el bosque y ante mis hombres, me dirigí al
coronel.
―Mi comandante, el
sendero de la derecha, el del oeste, baja hasta Suiza y el de la izquierda desciende hasta el
principado de Liechtenstein. Estoy dispuesto a rendir las armas a la primera
unidad aliada que avistemos y de ninguna manera queremos ser capturados junto a
usted. Así que, marcharemos al contrario de lo que usted decida.
Lo vimos descender la
cuesta del oeste con el uniforme de Alpes Korps, sus armas y provisiones de
campaña para solo dos días”
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La fila comenzó a avanzar hasta una mesa donde
unos policías registraban nuestros datos. Mientras pasaba a la otra fila,
recordé a nuestro grupo de élite. Uzi, un genio de la mecánica, Aaron, mago del
disfraz y técnico en medicina de emergencia. Todos tenían entrenamiento en
defensa personal del más alto nivel, pero yo, como instructor de artes marciales,
tendría la responsabilidad de la detención. Todos Liderados por el regordete y
miope, Rafael “Rafi” Eitain “El hombre de la máscara de hierro” apodo debido a
que en sus ratos libres, se dedicaba a acarrear chatarra de las chiveras para
diseñar esculturas cubistas tocado con una máscara de soldador y un soplete,
aunque todos sabíamos que el sobrenombre iba más allá del pasatiempo, dada su
veloz capacidad de improvisación y su escalofriante sangre fría.
Los primeros días de mayo de 1960, llegamos a Buenos
Aires con pasaportes alemanes y británicos. Pero, en la misma puerta del avión,
un golpe de llovizna y el frío que calaba los huesos, nos hizo caer en cuenta de
que el primer error de uno de los equipos de un servicio de inteligencia tan
reputado, fue de lo más tonto. Ninguno tuvo en cuenta que en el Hemisferio
Austral estaba a punto de entrar el invierno.
La compra de abrigos descuadró nuestros viáticos.
Estuvimos estudiando la rutina de los Klement,
en especial del señor Ricardo. Comprobando
todo lo que el equipo previo había recopilado por dos años: Trabajaba en una
ensambladora de autos y tenía unos hábitos sin sobresaltos, todo bien
cronometrado. Hice el recorrido de su casa a su trabajo y viceversa en los
horarios que él utilizaba. Desde un terraplén del tren que quedaba como a
trescientos metros, nos instalamos y con binoculares, observamos su rutina
hogareña. Klement llegaba a San Fernando, suburbio de Buenos Aires donde vivía,
entre las 7: 15’ a las 7:45’ a más tardar, encendía todas las luces de la casa
y sentaba a su niñito en el regazo para ver pasar los trenes desde la ventana.
Su vida era de lo más hogareña y predecible.
Entre tanto el propio Isser Harel llegó a la
Argentina y se reunió con nosotros. Vino para finiquitar lo concerniente a la
salida y tener listo lo de la casa destinada a retener al rehén, junto a tres casas
más en caso de salidas abruptas. La casa principal estaba rodeada de una pared
alta, lo que impedía que alguien atisbara la actividad interna.
El 11 de mayo de 1960, Aron y Uzi se levantaron
al alba para dar la última prueba a los autos. “¡Están a un toque!”
En la tarde, faltando una hora para la salida,
traté de descansar y hacer ejercicios de relajación mientras pensaba en mis
seres queridos, mi madre y Fruma, pero no se apartaba de mí la imagen de Klemet.
De ser positiva nuestra sospecha, estaría enfrentando a un soldado profesional
que gracias a su sentido de la oportunidad y a su agudo instinto, había logrado
sobrevivir durante quince años. El menor error de mi parte sería aprovechado
por él.
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El mercedes lo conducía Uzi y en él íbamos Rafi
y yo. El chrysler nos seguía de cerca conducido por Aaron. Hicimos el recorrido
en silencio. Llegamos poco antes de las 7.15’ estacionamos en la calle
Garibaldi, a veinte metros de la casa de los Klement. Y cerca, en el paso a
desnivel, donde comenzaba la carretera, podíamos ver el chrysler con los faros
apagados.
La calle estaba desierta y barrida por un
viento gélido, había relámpagos pero no llovía. Salí del auto protegiéndome del
frío como pude. Cuando pasaron veinte minutos. Toqué una ventana del mercedes.
Al bajarse el vidrio y asomarse Rafi, le dije:
―Nuestro hombre se ha demorado mucho.
―¿Crees que llegó más temprano hoy?
―No lo creo, pues las luces de la casa están
pagadas.
― Entonces vamos a seguir esperando.
Minutos más tarde, en dirección nordeste, desde
Buenos Aires, vimos las luces del conocido autobús 203. De inmediato Uzi salió,
y levantó el capó. En ese momento un joven en bicicleta al ver el mercedes con
el motor abierto, pedaleó hasta nosotros con intención de ayudarnos. “¡A buena
hora nos encontramos con un buen samaritano!”. Uzi le sonrió, bajó la tapa del
motor y le dio un golpecito afectuoso al carro. El joven saludó y al doblar la
esquina, Uzi volvió a levantar el capó.
Entretanto Klemet había bajado del autobús y su
silueta se recortaba por las luces de los carros. Cuando entró en la Garibaldi
y se acercaba al vehículo estacionado, comencé a acercármele despacio desde su vía contraria para poder
interceptarlo cerca del mercedes. Los relámpagos iluminaban su figura enfundada
en un sobretodo con el cuello levantado.
¿Se
detendría al ver el auto estacionado?...Ni siquiera titubeó.
Podía oír sus pisadas regulares como un tic-tac.
Al estar a un metro de él, pronuncié la frase en español que había ensayado por
tanto tiempo: “¡Un momentito señor!
Se detuvo. Dio un paso atrás y me abalancé
sobre su cuello, mientras que con el otro brazo le apliqué una llave. En ese
momento perdí el equilibrio. Ambos caímos en la cuneta de la acera, pero no lo
solté en ningún momento. Con mucho esfuerzo fui incorporándolo poco a poco y
logré que nos pusiéramos de pie. Estábamos cubiertos de barro y aflojé un poco
la fuerza de mi guante. De repente lanzó un grito de fiera acosada que ahogué
volviendo a atenazarle el cuello. Ya
Rafi le tomaba los pies y me ayudaba a introducirlo. La sacudida nos indicó que
Uzi hizo arrancar el vehículo, mientras que con un pañuelo Rafi lo amordazaba y
le aplicaba unas esposas. Lo cubrimos con una cobija y permaneció acostado en
el piso del vehículo.
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Ya en la casa. Rafi le indicó en español, que
se quedara en ropa interior y Aaron ─que se sabía de memoria todas las
referencias del expediente─ procedió a verificar las señas. El tatuaje del tipo
sanguíneo había desaparecido, quedaba solo una cicatriz. Ayudé a Aaron a tomar
las medidas de identificación anatómica, bajo la mirada alerta de Rafi. Hecha la
comprobación Rafi procedió a preguntar en alemán:
―Wie heissen Sie?
―Ricardo Klement.
Rafi volvió a insistir.
―Wie heissen Sie?
Guardó un obstinado silencio. Entonces Rafi,
se dirigió a nosotros en inglés y nos
dijo que nos veríamos obligados a preguntarle a su esposa. Y de nuevo se
dirigió al detenido:
―Wie heissen Sie?
―Ich bin Adolf Eichmann.
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De allí en adelante comenzó la inquietante
espera. Teníamos que hacer guardia las 24 horas. La imaginación nos traicionaba continuamente.
A la mano había un radio encendido todo el tiempo por si acaso transmitían algo
con la palabra “Eichmann”. Era evidente que aunque las autoridades se hubiesen
enterado de lo que había pasado, no habrían permitido que se hiciese público,
pero todo esto revelaba la medida de nuestra paranoia. Rafi nos había ordenado
no dirigirle la palabra al prisionero. Pero en una de mis guardias, éste me
preguntó:
―¿Usted fue quién me capturó?
―Si.
―¿Y cuándo me van a matar?
―No vinimos acá a matarlo sino a llevarlo a
juicio.
A lo que Eichmann se rio de manera cínica; por eso le repliqué.
―¿No cree en mi palabra?
―Los secuestradores no tienen palabra.
―¿Juzgando por su condición?
Permaneció en silencio y pasó al tema que en realidad
le interesaba:
―Mi familia no tiene nada que ver con mis
acciones.
―Eso lo sabemos. Por eso debe estar tranquilo,
su familia, en especial su hijo menor, es intocable. Y en cuanto a usted, le
repito que irá a juicio y será defendido por un equipo de abogados pagados por
el Estado de Israel.
―Hasta que no lo vea no lo creeré.
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Para los 150 años de la independencia de
Argentina, fue fleteado un avión de El Al (no habían vuelos directos Argentina-Israel).
Parte de la tripulación era de agentes encubiertos.
Disfrazamos a Eichmann como un oficial de
sobrecargo. Aaron había colocado una cánula intravenosa en el brazo del
prisionero para administrar un sedante. En la garita del aeropuerto, a los
guardias se les dijo que uno de los tripulantes se había pasado de tragos en la
fiesta y no estaba en condiciones de trabajar, así que para disminuir los
rigores del seguro escándalo laboral, querían que entrara de primero. Ya a la
sombra de la nave, Eichmann quedó a cargo de nuestro personal encubierto.
Luego supimos que al salir del espacio aéreo
argentino, el capitán de la nave anunció que Adolf Eichmann, iba a bordo y eso
provocó una conmoción entre los pasajeros al punto de que muchos lloraron.
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Luego de arreglar todo y entregar las casas y los vehículos, tratamos
de salir por avión pero las festividades habían llenado los cupos, así que nos
vimos precisados a cruzar a Chile por tren. Al segundo día de estar en Santiago
tratando de comprar un pasaje de avión, vi la palabra “Eichmann” en la primera
página del periódico de un pasajero que viajaba conmigo en el autobús.
Nos costó otra semana salir de Santiago por
aire, haciendo escalas. Entretanto el escándalo internacional ya estaba
servido. El gobierno argentino, expulsó al embajador de Israel, puso la nota de
protesta ante la ONU. Todo esto contribuía a la manía persecutoria que
aumentaba por momentos y nos hacía ver agentes por todas partes. Esa suerte de
tormenta sicológica duró las tres semanas que tardamos en llegar a Israel.
Ya en Tel Aviv, no se hablaba de otra cosa en
todos los medios, pero no solo allí, sino que la atmósfera de euforia llegaba
hasta la cotidianidad del hombre de la calle, tanto, que era normal que gente que no se conocían se
saludaran con un afecto inusual.
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Estoy en la fila ante una puerta que funge como
un detector de metales. La traspaso y un guardia me señala la puerta del
tribunal.
En realidad había un rumor continuo en el
público ya que la mayoría pasaba solo para ver al acusado por un momento y
salir. Me encaminé a un asiento que estuviera frente a la cabina de vidrio
blindado donde estaba Eichmann con unos
audífonos y ante un micrófono. En ese momento se ventilaba el asesinato de
noventa y siete niños checoslovacos. Hubo un careo entre el Fiscal y los
abogados del acusado. Entonces el Juez pidió a Eichmann que respondiera.
―No tuve que ver nada con esos niños. A mí solo
me pidieron un transporte y fue lo que aporté.
El Fiscal sacó un legajo para refutar lo dicho
por el prisionero. En ese momento Eichmann dirigió su mirada al público y nos
vimos frente a frente. Por un momento, los argumentos pasaron a segundo plano.
Estuvimos así hasta que él bajó la vista.
Todo había quedado dicho. Me levanté y salí de
la sala.
Peter
Malkin estuvo en el Mossad desde 1950 y a comienzo de los años 90’ fue
autorizado a escribir sus memorias “Eichmann in my hands”. Además de Malkin, los únicos nombres reales acá, son el de Isser
Harel y Rafi Eintain.
El
juicio a Eichmann se prolongó por ocho meses. Fue ejecutado en la horca el 31 de mayo
de 1962.
Alí
Reyes Hernández
Noviembre 2017
Este relato de Alí Reyes fue publicado previamente en la editorial Sweek https://sweek.com/es/s/AAAFAwBsCAAFBQ4OBwYHDWYCCA==/Ali_Reyes/Atila