Expediente Jerusalén 1967



Mig 21 egipcio 1967


Expediente Jerusalén 1967

 

Las noticias se sucedían una tras otra y todos estábamos pegados a la radio: aeronaves de la fuerza aérea israelí habían penetrado el cielo del Sinaí con la intención de atacar objetivos en El Cairo, pero no contaban con la respuesta inmediata de los Mig 21 egipcios que esperaban ese ataque y los interceptaron en una batalla donde las naves supersónicas de fabricación soviética demostraron su superioridad sobre los Mirages judíos que fueron abatidos en los primeros cuarenta y cinco minutos del enfrentamiento. Así que la contundencia inicial del ataque israelí se diluyó en una serie de vuelos esporádicos que ya no llegaban a los objetivos iniciales sino que trataban de defender el cielo de la propia Tel Aviv, lugar que sería objeto del contraataque árabe.

Entre tanto, una escuadra de bombarderos Tupolev «El ganso salvaje»que por su tamaño, similar al de un Boeing 707, lo convertía en el avión supersónico más grande del mundo— estaba a punto de despegar, escoltada por los cazas interceptores y de reconocimiento egipcios. Esta formación tenía la misión de  desbaratar la infraestructura civil y militar de la capital sionista. Eran las 08:55, de la mañana, hora de El Cairo, del lunes 5 de junio de 1967.

 

Yo estaba en casa desayunando con la familia, cuando el guardaespaldas me avisó lo que sucedía y me apresuré a encender   la radio… en efecto; lo esperado era realidad. No perdí más tiempo, el escolta había llamado a mi chofer y luego de vestirme a la carrera, abordé el Mercedes rumbo al palacio de Raghadan.

Las calles de la zona residencial seguían vacías, como cualquier día, pero a medida que íbamos acercándonos al centro de Ammán, se apreciaba el revuelo. Se veían grupos en las esquinas, los negocios llenos con la radio a todo volumen, en las calles los transeúntes se arremolinaban y el chofer tuvo que aminorar la marcha, pues algunos corrían y atravesaban la calle sin considerar el peligro. La atmósfera se sentía energizada por la alegría.

Casi detenidos en medio del tráfico podíamos captar todo esto, incluso, desde un cafetín alguien, para romper la excitación contenida, gritó un «¡Muerte a los cerdos judíos!» que fue respondido con gritos de júbilo imposible de ser contenido.             

Al llegar al palacio, un guardia con uniforme kaki y Keffiyeh, el turbante de vichy blanco y carmesí de la Legión Árabe, me esperaba


para encaminarme al despacho de su majestad, el rey Hussein.

En la dependencia real, se encontraban el joven príncipe Hassan bin Talal, el asesor militar, el canciller y el jefe del servicio de inteligencia. Saludé con una reverencia y en silencio me ubiqué en un asiento destinado para mí. Todos estaban absortos ante la pantalla del televisor, en ella  presentaaban marchas militares y se veían soldados haciendo maniobras teniendo como fondo el himno de la República Árabe Egipcia, mientras una voz leía los reportes de la guerra, las mismas noticias que venía escuchando desde la casa. Pero en ese recinto sentía que era un privilegiado al ser testigo de la Historia minuto a minuto.

 La alegría por saber que estaba presenciando las últimas horas de lo que se conoció como el Estado de Israel y el nerviosismo de saber si Jordania se sumaría o no, a esa peligrosa “fiesta”, se mezclaban a partes iguales. Pero —para ser sincero— antes de estos acontecimientos, me parecía un absurdo el hecho de que Nasser exigiera la salida de las tropas de la Naciones Unidas del Sinaí que, mal que bien, habían sido la garantía de que no se desatara la guerra por espacio de diez años, además de eso, la movilización de divisiones blindadas a la frontera con Israel y más descabellado aún, el cierre del estrecho de Tirán para anular la salida y entrada de los barcos israelíes al Mar Rojo y, sobre todo, impedir el paso de los cargueros de Irán, el único país de la zona que le suministraba petróleo a Israel, lo que presagiaba que, en cuestión de semanas, se paralizaran las actividades israelíes. Esta suerte de estrangulamiento económico se llevó a cabo el 22 de mayo de 1967. Fue algo tan grave que, al día siguiente, el Secretario General de las Naciones Unidas, el birmano U Thant, llegó a El Cairo para convencer, en persona, al mandatario egipcio de que diera marcha atrás a la escalada bélica, pero fue inútil.



Lo más desafiante quedó registrado en la rueda de prensa televisada que se efectuó en una de las bases militares donde Nasser, flanqueado por el alto mando de la Fuerza Aérea y los jóvenes aviadores de los Mig 21 enfundados en sus flamantes bragas de pilotaje, respondió a los reporteros que le dijeron que sus acciones podían empujar a Israel a una guerra con Egipto. Entonces él, con la más encantadora de sus sonrisas, contestó: «Que lo hagan cuando quieran. Aquí los estaremos esperando»

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En lo personal, esto me pareció un exabrupto; en Jordania sabíamos de primera mano lo que implicaba retar a los judíos. De allí, mi decidida aprobación a lo expuesto por mi señor, el rey de Jordania cuando, en rueda de prensa, aseveró que esas medidas del presidente de Egipto eran una verdadera «locura».

En efecto, el monarca hablaba con propiedad, porque en tiempos de su abuelo, el rey Abdalá, habíamos enfrentado a los judíos y nuestra Legión Árabe, a duras penas, logró expulsarlos de la Ciudad Santa, pero, a despecho de lo que la coalición de las siete naciones árabes había prometido, no conseguimos «echarlos al mar». El caso era que, si no se logró en ese momento en que los judíos estaban en absoluta desventaja, hacerlo ahora, cuando tenían décadas preparando sus defensas, sería demasiado difícil.

Pero, en el tablero del Medio Oriente apareció Gamal Abdel Nasser, el hombre fuerte de Egipto. Debo aclarar que, antes de estos hechos, era un mandatario a quien yo veía con fundados recelos. Era público y notorio su desprecio por nuestro rey, a quien consideraba una marioneta de Gran Bretaña, y no solo eso, sino que Nasser, de manera subrepticia, había alentado insurgencias dentro de nuestro reino. Ahora bien, si he llegado al cargo de secretario privado del rey Hussein, ha sido porque, usando una imagen médica, suelo auscultar al paciente tanto por el pecho como por la espalda y trato de sacar mis conclusiones apartando los prejuicios personales. Veamos:

En 1956 el mandatario egipcio nacionalizó el canal de Suez y amenazó con su cierre selectivo, lo que provocó una crisis, pero, gracias al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, logró que fueran desmanteladas las posiciones de Israel y las potencias coloniales en el mismo. Este repliegue de Israel, en particular y de Francia e Inglaterra, en general, fue interpretado como una victoria a toda ley y le otorgó a Nasser el título de héroe de las naciones oprimidas. Fue a partir de entonces, cuando un rumor comenzó a bullir en el seno del mundo árabe, y era que había surgido el mesías que entronaría a una Arabia Unida y fuerte que estaría posicionada en el sitial que, por derecho propio, le correspondía en el concierto de las naciones.

Desde los tiempos del Profeta, pasando por el mismísimo Saladino, ningún líder árabe había tenido un poder de convocatoria tan amplio como Gamal Abdel Nasser. Desde Bagdad a Trípoli, desde Damasco hasta Luxor, desde el golfo Pérsico hasta el océano Atlántico, el carismático Abdel Nasser, cuya altura hacía que su sola presencia  fuera imponente, encarnaba al orador que convencía a todos con la claridad de su verbo y su atrayente personalidad. Además, su iniciativa como emprendedor de proyectos ambiciosos estaba plasmada en la represa de Asuán, una segura fuente de energía y la garantía de que la fertilidad de las tierras egipcias ya no dependerían del capricho de las crecidas del río Nilo, algo que, ni siquiera en sus sueños más estrafalarios, ningún faraón había podido imaginar.



Por, otro lado, Nasser era un estratega, no solo en el mundo de las armas ─recordemos que era un militar de carrera─ sino que también era un político hábil como pocos, digamos que en una de sus manos tenía una rama de olivo y en la otra empuñaba la espada del Islam. Detrás de su sonrisa de presentador de televisión estaba el ejército más grande y moderno de Oriente Medio y todos lo tenían como el vengador de Agar, la esclava egipcia desechada por Sara. Un líder natural de respuesta espontánea, del que las masas esperaban sus alocuciones como si fuesen novelas radiales, de hecho, no era raro sorprender a la servidumbre de mi casa cambiando la emisora para poder escuchar el discurso de Nasser.  Por otro lado, hacía ingentes inversiones en programas sociales para beneficiar a los más desposeídos, por eso  los mandatarios árabes y los del resto del mundo lo temían, mas no así los pobres de sus países que, desde el Magreb hasta la Media Luna, lo amaban con sinceridad, porque se había convertido en una suerte de vengador justiciero cuya influencia no se limitaba al ámbito árabe, ni siquiera al de las naciones musulmanas, sino que las pancartas con su rostro eran también una bandera de las revoluciones en la América Latina. Incluso, llegué a temer un castigo divino, porque la gloria de Alá estaba siendo usurpada por esa suerte de idolatría a un hombre que había calado tanto en el imaginario árabe musulmán que, hasta el recinto sagrado de las mezquitas había sido permeado por él:  llegué a ver el rostro de Nasser tejido en cada una de las alfombras para la oración.

En vista de que Nasser era un enemigo formidable y que, siendo el unificador natural de un virtual estado Panárabe, era mejor tenerlo como aliado y no como adversario, nuestro rey tuvo que tragarse las palabras que había pronunciado ante los periodistas y pasar por la humillación de visitar a El Cairo, para hacer las paces con él. Pero apuró ese trago con la dignidad de su investidura, porque la estabilidad de su reino estaba primero que su orgullo propio.

Mis reflexiones fueron rotas cuando la televisión egipcia entregó un nuevo reporte:

«Última hora. Atención: La aviación siria acaba de penetrar el espacio aéreo israelí desde el norte y la refinería del puerto de Haifa acaba de ser alcanzada y ahora es pasto de un voraz incendio. Con esta acción, Siria hace su entrada oficial en la guerra».

El rey, con una señal, ordenó apagar el televisor y se dirigió al jefe de la inteligencia para preguntarle cómo calibraba la moral de los sionistas.

—Majestad, los judíos saben que están en una desventaja desproporcional y que la guerra los condenará a la desaparición. No obstante, en la última semana han intensificado los simulacros de bombardeo en las escuelas y han cavado trincheras en los barrios  próximos a nuestra zona de control y, en previsión de lo peor, han emprendido una masiva campaña de donación de sangre. Además, los rabinos han estado celebrando rituales de consagración en los parques y zonas verdes urbanas para habilitarlas como cementerios de emergencia.

El rey dirigió la vista al canciller y este respondió.

—Majestad, los judíos están divididos, una parte sabe que la guerra es un suicidio colectivo y quiere evitarla a toda costa, el primer ministro Eshkol es de esa opinión; sin embargo, la presión de los partidos políticos y los militares radicales lo forzó a colocar a Moshé Dayán en la cartera de Defensa. Ahora, vista la gravedad que enfrentan, pienso que es inminente una reacción de los pacifistas contra su propio gobierno para evitar la guerra.

El canciller y yo sabíamos que la ascensión de Dayán al cargo  presagiaba desastres. «El Cíclope de la Yahanna» era un guerrerista nato: en 1941 perdió su ojo izquierdo mientras comandaba una de las patrullas de reconocimiento australianas que invadieron El Líbano con la intención de impedir que la Luftwaffe siguiera usando los territorios de la Francia de Vichy como escala para abastecer al Afrika Korps. Luego, en la Guerra del Cuarenta y Ocho, llegó a ser jefe de brigada y su última actuación fue en el Cincuenta y Seis, cuando comandó a los paracaidistas que cayeron en la retaguardia de las fuerzas egipcias en el Canal de Suez, pero que no le sirvió de mucho, pues su gobierno lo mandó a retirarse. Sin duda, una forma de derrota. 

Luego de esto, incursionó en la política, pero esa pasantía por las tribunas fue un fracaso tan rotundo, que cuando un periódico local le ofreció un contrato dentro de su plantilla, no dudó en aceptarlo pues le daba la oportunidad de desaparecer de Tel Aviv. Lo último que supimos de él fue que estaba en Vietnam como corresponsal de guerra, mascullando su derrota mientras chapoteaba entre pantanos palúdicos y se exponía a eventuales emboscadas del Vietcomg. Pero ahora, daba la coincidencia que se había presentado en medio de las tensiones bélicas y todos los sectores, tanto civiles como militares, presionaron para que fuera él el que tuviese al frente de la guerra que se presentía inminente. No nos cabía duda, con él, los halcones se habían impuesto sobre las palomas.

Ahora era el turno del asesor militar. El coronel respondió:

—Señor, las fuerzas de defensa judías están muy bien preparadas, pero no creo que lleguen al punto de poder responder a un ataque simultáneo y coordinado. Sin embargo, no hay que subestimarlas. Se trata de una fiera herida de muerte y en esas condiciones suele ser más peligrosa.

En ese momento una luz se encendió en el teléfono del escritorio del despacho y el rey pulsó un botón diciendo «Adelante» y por el altavoz se le indicó: «El presidente Abdel Nasser en la línea uno, majestad».

Luego de los saludos de rigor, Nasser dijo:

—Majestad, este es el día que todos estábamos esperando. Nuestra aviación, no solo ha respondido al ataque con éxito, sino que tiene el dominio absoluto del espacio aéreo entre El Cairo y la Franja de Gaza y está incursionando en territorio sionista dando duros golpes a objetivos militares. Además, las divisiones de tanques están cruzando el Sinaí a toda máquina y apenas han encontrado una que otra resistencia.

Hubo un silencio donde, por momentos, se escuchó nítida, la respiración del presidente, hasta que continuó.

 —En el norte, Galilea entera está a punto de ser blanco de la artillería siria dispuesta en las Alturas del Golán.  Lo único que le quedará al enemigo será atrincherarse en sus ciudades, pero tampoco ahí podrán hacerse fuerte, ya que las células guerrilleras del Al Fatah tienen orden de hostigar su retaguardia.

Ante este panorama, el rey respondió.

—Lo felicito señor Presidente. Le garantizo que resguardaremos las fronteras y los lugares santos bajo nuestra custodia. Además, los aeropuertos militares y civiles del reino jordano están a la disposición de su aviación.

—¡Nooooo, majestad! … por favor… Jordania tiene que entrar en la guerra. Las fuerzas expedicionarias iraquíes están en su territorio porque el presidente  Abbul Arif  las puso bajo su mando. Lo hizo con la certeza de que usted estaría a la altura de las circunstancias. Está al tanto su excelencia, de que los sirios y nosotros contamos con un ejército numeroso y moderno, pero nunca con la preparación y el prestigio que tiene su Legión Árabe de Jordania… gloriosa por ser la única fuerza que pudo obtener una victoria significativa cuando en 1948, logró expulsar a los judíos de Jerusalén.

Se escuchó una pausa inquietante, al parecer el rey no tenía argumentos ante esto. Entonces Nasser prosiguió.

—Majestad, este es un momento estelar e irrepetible, la oportunidad de aparecer en los libros de historia tal como lo hiciera su recordado antecesor, el rey Abdalá, por la gesta del Cuarenta y Ocho… pero …  usted será más grande que su abuelo, porque él solo pudo expulsarlos de la Ciudad Santa, en tanto que usted se convertirá en uno de los responsables de haberlos lanzado al mar.

»Excelencia, recuerde que el Misericordioso preservó su vida de manera milagrosa en el atentado de la mezquita, porque usted está destinado a ser uno de los líderes árabes que vengará la afrenta de la derrota de hace veinte años y expulsará a los criminales judíos de los territorios que nos usurparon. Además… tenga presente que Jordania ha firmado un pacto de defensa mutua con Egipto y Siria… ¡Los judíos iniciaron la guerra!  Así que, no solo está en juego su palabra, sino también su honor.

Por un momento se hizo silencio en la línea. Luego el rey respondió.

—Hecho, señor Presidente. Jordania lo secunda en la guerra.

—Gracias su majestad. Toda la comunidad de naciones árabes de esta generación y de las venideras, le estarán agradecidas por siempre.

Una vez finalizada la conversación, el rey pidió que lo comunicaran con el general Abdul Munin Riad, y este le informó que las fuerzas acantonadas en la Ciudad Vieja de Jerusalén, habían comenzado a disparar sobre el vecindario judío al oeste de la ciudad.

Había aprendido a descifrar cierto movimiento de cejas en el rostro  del rey y percibí que esa iniciativa sin su consentimiento no era de su agrado. Pero, sabiendo que el general Riad era un oficial egipcio que él mismo le había pedido a Nasser para encabezar el Ejército jordano y que cosas más importantes reclamaban su atención, lo pasó por alto y se dedicó a girar órdenes concernientes a la movilización general. 

No bien había terminado de comunicar instrucciones, cuando se encendió de nuevo su teléfono y, pulsando el botón, respondió: «Diga»

«Majestad, el general Moshé Dayán en la línea uno»

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Si la conversación con Nasser me había tenido en vilo, la expectativa de oír esta, me dejó sin aliento. De manera instintiva vi el reloj, eran las once y treinta de la mañana.



 

El general saludó en un árabe impecable y prosiguió:

—Majestad, para el bien de su reino… no intervenga.

A diferencia de la retórica del mandatario egipcio, Dayán pronunció este mensaje sin dramatismo de ningún tipo. Algo absurdo, cuando sabes que, por tierra y por aire, estás siendo invadido por dos ejércitos que triplican al tuyo. En fin, su tono no traslucía ni súplica ni amenaza. Pudiese decir que sus palabras eran tan formales y asépticas como las de la operadora de la central telefónica.

Todos estábamos pendientes de cada rasgo en la cara del rey. Por un momento guardó silencio y cuando reaccionó, lo hizo con el hablar lento y meditativo que siempre lo había caracterizado:

—General… es demasiado tarde… los dados están girando en el aire.

Era evidente que, al laconismo del general, el rey había respondido también con igual sobriedad, pero echando mano de una metáfora, tal cual lo hubiese expresado un anciano beduino.

 

——

 

La verdad sea dicha: no teníamos ni la más remota idea de que, desde ese momento en adelante, lo que creíamos ver como un sueño al alcance de nuestras manos, comenzó a materializarse en una siniestra pesadilla. Pero, antes de hablar de nuestro propio descalabro, debo comenzar diciendo lo que en realidad estaba pasando:

El servicio de inteligencia sionista, había determinado que la mejor hora para efectuar el ataque a las bases aéreas egipcias era entre las siete y cuarenta y cinco y las ocho y quince de la mañana, justo en el desayuno, el cambio de guardia de los pilotos y la hora en que se repostaba combustible a las naves.

A las 07:45 de la mañana del lunes 5 de junio, andanadas sucesivas de cazas y bombarderos despegaron desde las bases israelíes y se dirigieron hacia el Mediterráneo, luego giraron al sur descendiendo a vuelo rasante para esquivar el barrido de los radares y penetraron el espacio egipcio por su frontera occidental. Cada grupo estaba destinado a una base aérea determinada.

El primer ataque tuvo como objetivo inutilizar las pistas para impedir el escape de las naves. El segundo sobrevuelo derribó los radares y produjo voraces incendios al explotar los camiones cisternas que abastecían de nafta a las aeronaves, el tercer ataque eliminó los cazas Mig que estaban estacionados en la pista, el cuarto «pase» dio cuenta de los bombarderos Tupolev y los hangares, la quinta ronda era hacia otra base cuya destrucción no estuviese completa todavía, y así sucesivamente. 


Once bases aéreas egipcias fueron atacadas de manera simultánea en la primera oleada, los ocho aeropuertos militares restantes fueron atacados de manera escalonada.

En total, 312 aeronaves el 93% de la flota aérea egipcia fue destruido en tierra.

 Solo, veintiocho cazas pudieron escapar de esa suerte, debido a que, al encontrarse en las bases aéreas más alejadas del Mediterráneo, en el Alto Egipto, sus tripulaciones recibieron una alerta temprana y tuvieron chance de despegar y hasta combatir, causando algunas bajas al enemigo. Diez de ellos fueron abatidos en acción, no obstante, la pesadilla llegó para los pilotos de las dieciocho naves restantes quienes. al regresar a sus bases para repostar, comprobaron con horror por qué habían salido de la cobertura de los radares: las columnas de humo negro en lontananza eran indicativos de que la pista y las antenas habían sido destruidas.

A esos pilotos no les quedó otra salida que eyectarse y, mientras descendían en paracaídas, observaron con impotencia; como sus sofisticados y flamantes reactores de última generación, más rápidos que la velocidad del sonido y sin un solo impacto de proyectil en sus fuselajes, eran tragados por el Mar Rojo.

Antes del mediodía del lunes 5 de junio, lo unico que quedaba indemne de la más poderosa escuadra aérea del Medio Oriente, eran aparatos sumergidos en el lecho del Mar Rojo.

 

——

 

Mientras sucedía este desastre, en El Cairo, en cambio, era un día de fiesta nacional espontánea. La ciudad se paralizó debido a que la población se volcó en masa a sus calles y avenidas en medio de abrazos, bailes, fuegos artificiales, bandas musicales formadas de manera improvisada, caravanas de carros y marchas de transeúntes que estremecían con sus vítores la sofocante atmósfera citadina, celebrando la victoria de la aviación egipcia ante el ataque sionistas.

La explicación a este exabrupto —que ha podido costar la vida de muchos civiles si los reactores israelíes hubiesen apuntado a objetivos militares dentro de áreas urbanas— se debía a que Nasser, junto a su Consejo de Guerra, había ordenado censurar todo tipo de información y que solo fuese divulgada la versión oficial. De esta forma «Radio El Cairo» y «La voz de los árabes» eran los únicos autorizados a emitir los reportes que les entregaba el Estado Mayor Conjunto, y se lucieron esparciendo esas “notas periodísticas” por todos los medios y a ellos se conectaban otras emisoras, no solo egipcias sino de todos los países del Oriente Medio.

«La voz de los árabes» transmitía desde Egipto y era sintonizada en Israel y en Jordania como emisora local; en Líbano y Siria también podían captarla en onda corta. De hecho, su señal era tan familiar acá que, en víspera de estos acontecimientos, tenían secciones donde transmitían en hebreo discursos que comenzaban con «borraremos a Israel del mapa» y cosas por el estilo.  No pongo en duda que todo eso haya desmoralizado a la población civil de Tel Aviv y a los colonos de los kibutz, Supimos de madres que habían habilitado una habitación para encerrarse con sus hijos y dejar abierto el gas, porque juraban que, antes de caer en manos del ejército egipcio, se suicidarían.

La censura y la manipulación de los medios de información no fue exclusiva de Nasser, en Israel, la orden emanada del Estado Mayor,  fue prohibir la filtración de cualquier tipo de información. Al parecer, entendían que, con lo emitido desde El Cairo bastaba y sobraba. En consecuencia, lo único que el gobierno israelí permitió entrever a su población de manera extra oficial, para saber que estaban en guerra, eran las calles desiertas de ciudades fantasmas, el vuelo ensordecedor de sus reactores y las alarmas antiaéreas para refugiarse en los búnkeres.

 

Cuando esta información radial llegó a Damasco, fue recibida como música por el general sirio Salah Jadid, el poder en las sombras y gran amigo de Nasser quien, días atrás le había prometido, de manera jocosa, que si los judíos lanzaban un solo proyectil a las posiciones sirias en el norte, tendrían que vérselas con Egipto y que, de ser así, estaba invitado a cenar con él en Tel Aviv.

El caso es que Jadid no puso en duda ni un segundo el reporte de que los cielos de Israel eran del dominio egipcio y, cuando el presidente Nureddin Al Atassi apareció en cadena nacional de radio y televisión diciendo que Siria entraba en guerra contra los sionistas, era porque ya una escuadra de Mig 21 sirios volaban rumbo a Haifa, pero no llegaron a su destino, porque todos fueron interceptados y derribados.


 Guerra de los 6 días

Volviendo al frente sur. A pesar de saber que había perdido el dominio del aire, Nasser procedió a dar la orden de ataque a las divisiones blindadas apostadas en la frontera y avanzaron sobre el Sinaí rumbo a Israel esa misma mañana, pero, luego de algunas batallas de tanques en el desierto, constataron alarmados que las líneas de suministro desde su retaguardia estaban cortadas por la aviación enemiga y los operadores de los tanques, se vieron obligados a abandonar sus equipos sin combustible, en medio de la nada  para errar por el desierto desorientados y agobiados por la fatiga, la sed, la inanición y la insolación. En semejantes condiciones, toparse con una patrulla israelí que los tomara como prisioneros, era la diferencia entre la vida y la muerte.

El resultado fue que, a las setenta y dos horas de emanada la orden de ataque, lo que quedaba de las flamantes divisiones blindadas egipcias eran multitudes de prisioneros y  columnas interminables de carros de combate de fabricación soviética abandonados en el desierto y parcialmente sepultados por las dunas.

 

A los sirios no les fue mejor: avión que salía de sus bases, aparato que no regresaba. No obstante, ellos tenían la ventaja de dominar la meseta escarpada de los Altos del Golán que colindan, hacia el oeste con el valle de Galilea y al sur con la explanada del río Yarmuk,

 Yarmuk está a la sombra de los desfiladeros donde los zapadores sirios habían construido trincheras defendidas por artillería móvil y fija y, sobre todo, con muchos nidos de ametralladora. Era imposible desalojarlos de sus posiciones. Pero, ¿qué sucedió? Lo impensable. La infantería enemiga rodeó sus posiciones y aguardó a que las divisiones de blindados atacaran de frente, para eso, los judíos tuvieron que habilitar una cantidad de tractores de oruga bulldozer, para abrirles carreteras, mientras que la aviación destruía las torretas antitanque, cortaba sus líneas de suministro desde Damasco y hostigaba a las divisiones acorazadas de La Guardia Republicana Siria destinadas a reforzar a los combatientes del Golán.


 En vista de encontrarse en una situación desesperada, sin municiones y sin alimentos, los defensores del Golán tuvieron que abandonar la línea antes de que todo el sistema de mesetas quedase cercado. A la vista de semejante desgracia, el general Salah Jadid y el ministro de Defensa Halez al Assad llegaron a la conclusión de que, si bien, podían darse el lujo de perder los Altos del Golán, no así su capital. Y, en previsión de eso, fue autorizado el repliegue ordenado de las divisiones hacia Damasco, ciudad que, en ese momento tocaba defender.

 

——

 

En las primeras horas de la guerra comprendimos que habíamos caído en una trampa y, como trampa al fin, es fácil entrar pero muy difícil salir, no obstante, al cabo de setenta y dos horas salimos de ese infierno. A pesar de eso, el desastre se prolongó para las naciones hermanas, pero, en menos de una semana, las tropas israelíes ya estaban a las puertas de El Cairo y si no entraron, fue gracias a la rendición incondicional egipcia.

 

Siria quedó con un territorio mutilado, y los delirios faraónicos de Nasser, al igual que su flota de reactores supersónicos, se hundieron en el Mar Rojo. Sin embargo, la pérdida que tuvimos los jordanos fue ─más que material─ de índole espiritual. Por eso mi intención aquí es dar una idea de lo que nos tocó vivir o, mejor dicho, sufrir, y para eso debo volver al momento de las entrevistas del rey con Nasser, Dayán y el general Riad:

El rey ordenó que se habilitara la «Sala situacional de Conflicto”, un ente multiministerial donde se monitorearía todo lo que pasaba en el frente y que, en base a esa información, giraría instrucciones para salvaguardar a la población civil.

Mi responsabilidad era llevar la minuta hora por hora. Por eso sabía que, de ahí en adelante, sería la sombra del rey, pero ni idea de cuánto tiempo estaría en eso. Así que aproveché para pedir al chofer que me trajera dos mudas de ropa y luego fuese con su familia y aguardara instrucciones. También hice una llamada telefónica a mi esposa indicándole que no salieran de la casa. Yo no sabía cuándo regresaría.

Mientras tanto, en lo alto del monte Moriah ya había intercambios de disparos entre la población de Jerusalén y los barrios judíos ubicados en la cara occidental de las colinas que la rodean.

Recordemos que la Ciudad Santa está localizada en lo alto de una cadena montañosa a 760 metros sobre el nivel del mar. El ascenso hasta ella sería muy difícil, por la cantidad de fortificaciones que  habían sido construidas en sus faldas y en sus alturas y que, luego de casi veinte años de preparación, estaban listas para ser puestas a prueba. Se trataba de trincheras reforzadas, garitas de concreto armado y otras edificaciones que eran utilizadas como refugios de las guarniciones y que se extendía desde la base del monte, cruzando viñas, olivares, pasturas y barrios, a todo lo largo de la primera cota topográfica. El problema era que la población judía vecina a Jerusalén, estaba parcialmente encerrada por esas líneas defensivas y fungían como una suerte de quinta columna que debía neutralizarse para tener control completo de todas las alturas que rodeaban a la ciudad, por eso habían sido el primero y precipitado objetivo inicial de los ataques.

Las malas noticias comenzaron a sucederse una tras otra. La primera fue la comprobación de que nuestras comunicaciones militares habían sido interrumpidas por el enemigo. Pero lo peor no era la ruptura de las mismas, sino que no sabíamos desde cuándo habían sido intervenidas y cuánta información habían logrado obtener. En fin, los técnicos se abocaron a identificar los daños, abortar cualquier orden emanada en las últimas cuarenta y ocho horas y avisar a todas las unidades que el sistema de claves sería cambiado, cosa que no fue fácil, pues debía hacerse por medios alternos lo que hizo perder la capacidad de iniciativa de los mandos del frente, en medio de la confusión y la parálisis por la espera de nuevas instrucciones que no llegaban.

A las 12:50 de la tarde del lunes 5, ya nuestras bases aéreas habían sido destruidas, comprobando con espanto, que la supremacía egipcia de los cielos era pura propaganda.

Esa tarde, tropas israelíes trataron de ascender las faldas del Moriah con la intención de reforzar a los efectivos de su ejército que estaban en el barrio judío, pero luego de tres horas de combate fueron rechazadas y la bandera tricolor roja verde y negra, seguía ondeando al pie del monte.

De manera simultánea, las fuerzas expedicionarias iraquíes entraron en acción avanzando desde Judea para alcanzar las alturas del Moriah por el sur y reforzar nuestras líneas, pero tuvieron que vérselas con una brigada de tanques enemiga respaldada por ataques aéreos y, al oscurecer, solo les quedó replegarse y tratar de defenderse de un hostigamiento tierra−aire.

La noche no impidió que los tiroteos siguieran y para la madrugada del martes 6, el mapa de la Sala Situacional estaba azul de tantos reportes que nos llegaban de la movilización enemiga. En efecto, los judíos habían desviado brigadas completas del frente sur para rodear la cadena montañosa del Moriah.

A esa hora, el rey Hussein y el general Abdul Riad, llegaron a la conclusión de que, a pesar de que los primeros ataques sionistas habían sido rechazados, el número de bajas había sido demasiado elevado. Lo que apuntaba a que, si esos refuerzos que estaban tomando posiciones alrededor de la montaña, iniciaban de nuevo los ataques, no solo perderíamos la cordillera del Moriah sino la mismísima Jerusalén y que, si bien, habíamos sido engañados por nuestros “amigos”, todavía teníamos la oportunidad de salir de este apuro apelando a las negociaciones de las Naciones Unidas. Por eso se le giró instrucción a nuestro embajador en Nueva York para que acordara un alto al fuego cuanto antes.

 

 Este punto de las Naciones Unidas fue un aspecto importante, digamos que la batalla en el frente diplomático. El primer escollo que se nos presentó, fue que los embajadores de nuestros países amigos estaban de plácemes celebrando la “victoria” sobre el enemigo sionista y, en el primer momento, no creyeron lo que le decíamos. Ni siquiera el representante de Egipto daba crédito a nuestras palabras. Era evidente que no había sido notificado. Fue solo cuando insistimos en que toda nuestra flota aérea había sido destruida en tierra, y cuando Siria reportó que a ellos les estaba pasando la misma desgracia, que se dieron cuenta que, si bien, Israel había aceptado que nosotros éramos los administradores legales de Jerusalén, ahora, nuestra declaración de guerra sería la excusa perfecta para proceder a arrebatárnosla y más, si estaba claro que tenían los medios para hacerlo. Esta revelación activó todas las alarmas y comenzó a organizarse la discusión para votar un alto al fuego. El problema era que, en ese esfuerzo por tratar de convencer a nuestros aliados de que lo que oían por las noticias eran puras falsedades, perdimos un tiempo valiosísimo que el enemigo había aprovechado para instalar el asedio contra la Ciudad Santa.


Al amanecer del martes 6, los judíos desalojaron a los efectivos jordanos que habían ocupado el edifico de Armón Hanatziv, antigua sede de las Naciones Unidas en las afueras de Jerusalén, lo que, no solo era el quiebre de nuestra primera línea defensiva sino que, desde allí, podían hostigar un territorio más amplio  y así poder crear una cuña que les facilitara el ascenso, porque era evidente que todos los movimientos del enemigo apuntaban a asegurar las faldas del Moriah antes del asalto a la Ciudad.

 Entretanto, los esfuerzos por acordar la tregua no prosperaban. Así que, si los israelitas no querían detener la guerra, nosotros teníamos que seguir resistiendo. Tratamos de comunicarnos con Nasser, pero, por más que insistíamos, no podíamos contactarlo. Por eso nos pusimos en comunicación con el presidente de Siria, Nureddin Al Atassi, para que Siria nos ayudara a defender el lugar Santo de Al Aqsa, en Jerusalén. El caso es que, más que prioridades de carácter religioso, ellos también estaban enfrentando sus propios problemas de supervivencia y declinaron enviar refuerzos.

La Sala Situacional era la cueva de la crispación de nervios y,  a pesar de que nos turnábamos por equipos  de guardia, la fatiga nos vencía por momentos, debido a que nuestros pocos ratos de descanso, en realidad, eran solo de sueño espasmódico. No obstante, no sé qué era más frustrante, si la posibilidad de una inminente derrota o la amargura de oír a las emisoras de El Cairo, seguir con los festejos por la victoria y anunciar  que las tropas egipcias tenían sitiada a Tel Aviv, mientras el estruendo de los reactores israelíes estremecía el cielo jordano.

A comienzos de la tarde del martes 6 de junio, fue atacado el punto más importante de la línea de fortificaciones que rodean el monte Moriah, la colina de La Munición, llamada así, por unas instalaciones que los británicos habían utilizado para resguardo de sus insumos y equipos militares en el tiempo del Mandato y que habían pasado a manos de la Legión Árabe.

Debo reconocer que el enemigo había podido usar su poderío aéreo para reducir a escombros y ceniza la colina, pero se trataba de una zona cuyas adyacencias estaban densamente urbanizadas y al estar en virtual estado de sitio, la población no podía ser evacuada, por eso se tranzaron por el ataque frontal. La premura de los generales judíos los llevó a no tener en cuenta que atacar un sitio fortificado defendido por tropas regulares bien entrenadas, era igual a sacrificar a sus efectivos.  Pero la ambición de arrebatarnos la Ciudad Santa pudo más que la cordura, y así lo hicieron.

Las acciones se iniciaron como a las dos de la tarde del martes 6 de junio. Se trató de la  batalla más cruenta de toda la guerra, en la que ambos bandos tuvimos muchas bajas.

Poco más de las seis de la tarde, cuatro horas después, un grupo minúsculo de los defensores que habían sobrevivido, entregaron sus armas. Habíamos perdido la colina y con ella se abría un boquete en las defensas de Jerusalén.

En vista de estos hechos y ya entrada la noche, todos los responsables de la Sala Situacional, comenzando por el mismo rey Hussein, ya estaban convencidos de que debíamos poner alto al fuego antes de que los judíos pudiesen cruzar los muros de la Ciudad Vieja. El asunto era que, desde Nueva York, los rumores de los pasillos de la sede de las Naciones Unidas eran que el embajador judío y sus colaboradores, no aceptarían la anexión de Samaria, Judea, o lo que fuera, como trofeo de guerra. Lo que querían era Jerusalén.

La oscuridad no impidió que siguieran los disparos contra nuestras posiciones, y nosotros seguimos insistiendo en la comunicación con Nueva York para llegar a un acuerdo con Israel, pero Gedeón Rafael, su representante, lo que hacía era darle largas al asunto, o hacer tiempo con discursos innecesarios. En algún momento decidimos llamar a Levi Eshkol, y hasta al mismo Cíclope del demonio, pero nunca respondieron.


A todas estas, seguían llegando informes de movilizaciones desde todas partes de Israel a los alrededores del Moriah. Lo único bueno —si pudiese decirse que hubo algo así— fue que en los debates de las Naciones Unidas, habían otros países que también habían declarado la guerra al agresor: Irak, Argelia, Yemen, Sudán, Kuwait y Arabia Saudita, logrando un frente unido para apoyarnos en nuestra petición de cese al fuego. La mejor arma que usaron fue la Organización de Países Exportadores de Petróleo OPEP, que amenazó con detener la venta de crudo, además de esto, la Unión Soviética se tomó nuestra causa como suya y comenzó a presionar a los representantes judíos para que aceptaran un alto al fuego, incluso con amenazas de todo tipo.  En eso pasamos el resto de la noche.

 

——

 

La mañana del miércoles 7 de junio de 1967, los informes prometían más horror. En primer lugar, no teníamos cómo hacer llegar suministros a la población de Jerusalén ni municiones a sus defensores. Por otro lado, nos enteramos de que las brigadas de paracaidistas judíos destinadas al Sinaí, ahora estaban siendo transportadas a los alrededores del monte Moriah.

Las negociaciones de nuestro embajador en Nueva York eran otra guerra a distancia. Lo único era que ahora la Unión Soviética, respaldada por todos los países árabes, jugaba fuerte, al punto de que amenazaron con atacar a Israel si no acordaba el cese de las hostilidades con Jordania. De hecho, la flota soviética del mar Negro —portaviones incluido— ponía proa a los Dardanelos para dirigirse al Mediterráneo oriental. 

Ahora que veo los hechos en retrospectiva luego de tantos años, me doy cuenta del porque de la reticencia de Israel para negociar y veo que las palabras que el coronel le dijera a nuestro rey, al comparar al enemigo con una fiera herida, eran premonitorias. Al principio, ante la posibilidad de una guerra asimétrica mortal, no tenían nada que perder y atacaron primero, pero, sorprendidos ellos mismos del éxito  del ataque, la supervivencia dejó de ser prioritaria. Es entonces cuando Jordania, al declararles la guerra, les había servido en la mesa de póker, una providencial apuesta por Jerusalén, la ciudad de sus sueños, de donde habían sido expulsados y que, hasta ese momento, para ellos era la ciudad prohibida. Entonces, la fiera que hacía tres días estaba acosada y acorralada por una jauría de sabuesos, ahora se había convertido en un poderoso león cuyas fauces amenazantes reclamaban lo mejor del botín y no iba a descansar hasta arrebatar la mismísima joya de la corona.

 

El descanso no figuraba en los planes del enemigo, así que, sin haber completado el acantonamiento de tropas delante de nuestras posiciones, iniciaron los bombardeos, señal de que avanzarían en cualquier momento.

El fuego fue simultáneo a lo largo de todas las trincheras y búnkeres de las faldas del monte, no obstante, no avanzaron, solo sostuvieron el ataque desde parapetos improvisados para mantener a los hombres de la Legión Árabe retenidos en sus posiciones. Excepto en  la colina de la Munición, el otrora más importante de los nudos de la red de construcciones de nuestra línea defensiva y que ahora era una brecha por donde se colaban los paracaidistas y los infantes de marina judíos que habían sido desviados del golfo de Aqaba para combatir en Jerusalén. Por ese corredor comenzaron el ascenso, respaldados por los vuelos de reconocimiento y destrucción estratégica.

Los enemigos subieron la fila montañosa con el fin de enfrentar a la segunda línea defensiva. Y cuando las tropas jordanas de la primera línea, se dieron cuenta de la maniobra, para no verse envueltas en su retaguardia y poder asistir a los combatientes de la segunda línea, se vieron obligados a abandonar sus posiciones para ascender antes de que lo hicieran las brigadas de paracaidistas enemigas.

Nunca he comulgado con el totalitarismo socialista, pero debo reconocer que, si hubo una nación que luchó a brazo partido para que se diera el alto al fuego antes de que Jerusalén cayera en manos sionistas, esa fue la Unión Soviética que, además hizo lobby para obtener una mayoría de países dispuestos a votar por el cese al fuego.

Si lográbamos proceder a la votación con la mayoría que teníamos asegurada, nos daría la victoria en la batalla diplomática y Jerusalén permanecería bajo control árabe. Sin embargo, los representantes de Israel y sus cómplices, pedían la palabra para dar discursos larguísimos y enfrascarse en formalidades como mociones de orden y detalles parlamentarios totalmente superfluos destinados a alargar los debates y posponer el momento de la votación.

Era la tarde del miércoles 7 de junio de 1967, en las faldas del Moriah, los judíos, había progresado hasta copar las colinas que rodean la ciudad y nuestros hombres defendían posiciones a la sombra de los muros de la Ciudad Antigua, lo que hacía que la ventaja estratégica ahora se inclinara a favor del enemigo, que podía disparar sobre los enclaves árabes desde las alturas del Monte Scopus y del Monte de los Olivos.

La lucha era intensa, sin duda, la orden al ejército enemigo era tomar la ciudad antes de que se diera la votación en Nueva York. Se luchaba calle por calle y casa por casa. Pero a media tarde, los infantes judíos, avanzaron por el valle de Josafat para llegar a la puerta de San Esteban y otros descendieron del monte de los Olivos, parapetándose detrás de los monumentos funerarios del valle del Cedrón para llegar a la puerta de Los Leones, pero los defensores de la Ciudad Vieja no contaban con armas anti carros y la infantería enemiga pudo entrar detrás de ellos y desparramarse en tropel por  las callejuelas de la ciudad Antigua.

A partir de ese momento, tuvimos en angustia por desconocer el giro de las acciones, aunque imaginábamos lo peor. Esto se prolongó hasta que nos llegaron noticias directas desde Nueva York: Ya no había necesidad de proceder a la votación, pues Israel accedía a negociar el cese al fuego con Jordania.

Con esa noticia estaba todo claro: la estrella azul de las seis puntas ondeaba sobre la explanada de la mezquita de Al Aqsa.

 

Israelíes en los predios de Al Aqsa

 

Esa misma noche, las nuevas autoridades militares, les exigieron a los habitantes del barrio árabe de Mugrabi, que quedaba a la vera del llamado Muro de las Lamentaciones, que desalojaran sus casas porque serían requisadas en vista de una alerta de almacenaje de explosivos. Y las familias, solo con sus documentos personales, sus mascotas y apenas la ropa que tenían puesta y cosas valiosas salvadas a la carrera, tuvieron que retirarse a pasar la noche, casi a la intemperie, a unas carpas habilitadas por el Ejército de ocupación fuera de los muros de la ciudad.

Al día siguiente, las casas de la mitad del barrio que colindaba con el Muro, habían sido derribadas con todo y mobiliario, por las palas y las orugas bulldozers, retroexcavadoras y camiones volteo que retiraban los escombros y así habían trabajado de día y noche, alumbrados por  grandes reflectores hasta que, un barrio de más de setecientos años de antigüedad, cuyas familias habían vivido allí por generaciones, fue transformado en la llamada «Explanada del Muro», una suerte de enclave de peregrinaje judío en medio de un barrio árabe. Y las familias damnificadas solo recibieron como contrapartida, la inclusión de sus nombres en unas listas con la promesa de que se les ubicaría en casas nuevas y se resarcirían los daños. En otras palabras, les quebraron las piernas para facilitarles unas flamantes sillas de ruedas y de paso, pretender que estuviesen agradecidos por ello.

 

——

 

Al rey Hussein, heredero directo del Profeta por la dinastía hachemita, se lo suele acusar de ser el responsable de la pérdida de Jerusalén y sus lugares santos. Quien así habla, no tiene ni la más remota idea de las presiones a las cuales fue sometido, y no considera el hecho de haber procedido basado en una información falsa facilitada −no por el enemigo− sino por sus propios aliados. Ya lo dijo el Corán, que el brazo del hombre es débil y su corazón engañoso. Depositamos nuestra fe en un mortal y luego culpamos de nuestros males a los bastardos judíos, pero no queremos ver que somos nosotros mismos los que nos despedazamos mutuamente.  

Mi nombre es Sayid Al Rafai, súbdito y antiguo secretario del finado rey Hussein Bin Talal de Jordania y quiero dejar esta memoria, en vista de que falta poco para que yo sea llamado al reposo de Alá. Mi propósito con esto no es exonerar al rey de responsabilidad, sino dejar expuestas las razones por las cuales actuó como lo hizo. 

 

 

Alí J. Reyes Hernández

Maringá, Brasil,

lunes 5 de junio 2023




Material adicional acerca de la Guerra de los Seis días


Fotos:

https://fdra-aereo.blogspot.com/2019/06/mig-21-ejemplares-arabes-en-las-guerras.html

Moshe Dayan https://sostienepereira.com/revista/88758-historia-16-siglo-xx-historia-universal-30-la-guerra-de-los-seis-dias.html

Nasser https://averdade.org.br/2011/09/gamal-abdel-nasser-e-a-rebeliao-do-povo-egipcio/

Rey hussein https://www.infobae.com/america/realeza/2022/08/11/hussein-de-jordania-un-rey-enamoradizo-y-con-suerte-se-caso-cuatro-veces-y-escapo-a-20-intentos-de

Comentarios

Beauséant ha dicho que…
Una historia interesante y, al menos en mi caso, muy poco conocida. Hay ciertas zonas del mundo que son usadas como tablero de juego por las grandes potencias. Engañan, mienten y sacrifican peones ajenos por sus sucios intereses. La guerra de Ucrania es otro de esos ejemplos donde la primera víctima es la verdad.
Gracias por compartir una historia que, además, está muy bien escrita.
Tomás B ha dicho que…
Una narración muy exhaustiva de lo que ocurrió aquellos días de junio de 1967.

Saludos.
Joaquín Rodríguez ha dicho que…
Eres un escritor muy maduro y solvente. Ha sido una lectura hipnótica
Anónimo ha dicho que…
Excelente narrativa y me a ilustrado enormemente Ali gracias
J.P. Alexander ha dicho que…
Es un historia que conocía. Te mando un beso.
Alfred ha dicho que…
Recuerdo esas fechas y lo que sucedió. En aquella época estábamos enganchados a la radio, para estar al día de los acontecimientos. La guerra de los Seis Días, la llamaron.
Un saludo.
Galilea ha dicho que…
Muy interesante y muy bien narrado.
👏🏼👏🏼👏🏼
ethan ha dicho que…
Estupenda narración de la guerra de los seis días. Conocía los logros de la aviación judía y el desastre en poco tiempo de los aliados árabes. Yo era pequeño en esa época, pero no se hablaba de otra cosa en casa. Mi padre, militar, debía estar alucinado con la rápida victoria judía. De la otra guerra, la de 1948, que citas, para mí es imprescindible leer ese estupendo libro "Oh Jerusalén", que te recomiendo si no lo has leído, en su día fue un bestseller.
Abrazos!
Nadezda ha dicho que…
Una historia interesante y detallada de un testigo de los acontecimientos de aquellos años lejanos. Gracias, Ali, por escribir; eres un escritor talentoso.
Maty ha dicho que…
Alí, vaya una historia. Un historiador, totalmente, y exhaustivo a más no poder. Gracias por tanto detalle y pulcritud en tu narrativa. Y a tenerlo como referencia, claro. Muchos saludos 🙂
Alí Reyes ha dicho que…
GATA BEAU De verdad que esto de la guerra de los seis días es algo que la gente “cree” saber, pero en realidad no sabemos mucho. Eso te lo digo por experiencia, para mí, todo cambió cuando comencé a investigar y fui de sorpresa en sorpresa. En fin, para más detalles acerca de estos hechos, te dejo un enlace. Gracias también por ser la primera en comentar
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ

TOMÁS B En efecto, en estos días, saber ciertos antecedentes es importantísimo para tener el contexto de los dramáticos hechos del Medio Oriente que, por cierto, también nos afecta, aunque creamos que no es así.

JOAQUÍN RODRIGUEZ Muchas gracias mi hermano, no sabes cuánto me animan tus palabras, sobre todo, eso de que se trata de una obra hipnótica. Por cierto, te dejo acá un documental del que tomé algunos datos, creo que te interesará
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ

ANÓNIMO Gracias por tus palabras, aunque lamento que no hayas podido identificarte, de todas maneras, gracias.

JP ALEXANDER Qué bueno, un abrazo hasta Quito.

ALFRED Así que le estoy contando cuentos a quien sabe historias…risas. Total, gracias por tu aporte, es el de un testigo que siguió paso a paso estos hechos. Por cierto, en lo que puedas dale una ojeada a este documental… digamos que para recordar otros detalles
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ

GALILEA Qué bueno que te gustó. Voy a dejarte acá un material adicional por si acaso te interesa profundizar en el tema
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ

ETHAN Interesantísimo lo que me dices acerca de tu padre. Valga recordarlo en este momento. Y en cuanto a OH JERUSALÉN, las célebres palabras que dijera Jesús al ver la Ciudad Santa desde el monte de los Olivos, fue la primera obra que leí de esos escritores que se convirtieron en una de las referencias documentalistas del siglo XX, Dominique Lapierre y Larry Collins. De hecho, luego de esa lectura devoré todo lo demás de ellos ARDE PAÍS, O LLEVARÁS LUTO POR MÍ, ESTA NOCHE LA LIBERTAD y la única novela o ficción que escribieron juntos, me refiero a EL QUINTO JINETE DEL APOCALIPSIS, una obra sorprendente por lo ambiciosa, pero que, décadas después, quedó corta al demostrar que la realidad superó muchas veces a la ficción, me refiero a lo del atentado contra las torres Gemelas en Nueva York… en fin… gracias por recordarme a tan apreciados autores y su lista de obras.

NEDEZDA Gracias por el trabajo que hiciste en leer esta crónica, siendo que se trata de una obra muy importante para mí. Dios te bendiga y gracias por comentar.

MATY Me parece importante lo que dices, y la razón es que un grupo de escritores con los que comparto, me han criticado que, más que obra literaria, se trata de un trabajo técnico, digamos que un reportaje donde la literatura queda en segundo lugar aplastada por lo que ellos llaman “la chapa histórica”… no lo pongo en duda, y creo que es así, porque mi interés divulgativo priva sobre la demostración de alguna cualidad como narrador … en fin… por tu comentario veo que ha valido la pena tal profusión de detalles que, por cierto, se quedan cortos cuando ahondamos en los hechos. Un ejemplo es este documental que te dejo por acá, échale un vistazo en lo que puedas
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ

María ha dicho que…
Me has dejado impresionada ALI, absolutamente espectacular este relato tuyo sobre la descomposición desconocida guerra de los 7 días y ese polvorín q es Oriente medio mundo tan hermético, como desconocido para nosotros .. Toda mi admiración porque además , si existe algo complejo y difícil de narrar es un episodio bélico de la magnitud y complejidad de este, q sin embargo tú desarrollas con rigor y esa maestría q tienes en el dominio de la historia ...En fin, viendo además cómo Israel vuelve a la carga , no contento con el exterminio de Gaza ahora va por Irán...todo de máxima actualidad para poner en su justo contexto histórico todo lo q desgraciadamente vuelve a repetirse, eso sí , de diferente forma pero con idénticas intenciones ...la humanidad no aprende , ni a tiros, y nunca mejor dicho : )

Enhorabuena , mil gracias y un abrazo fuerte ALi!

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