Expediente Jerusalén 1967
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Mig 21 egipcio 1967 |
Expediente Jerusalén 1967
Las noticias se sucedían una tras otra y todos
estábamos pegados a la radio: aeronaves de la fuerza aérea israelí habían
penetrado el cielo del Sinaí con la intención de atacar objetivos en El Cairo, pero
no contaban con la respuesta inmediata de los Mig 21 egipcios que esperaban ese
ataque y los interceptaron en una batalla donde las naves supersónicas de
fabricación soviética demostraron su superioridad sobre los Mirages
judíos que fueron abatidos en los primeros cuarenta y cinco minutos del
enfrentamiento. Así que la contundencia inicial del ataque israelí se diluyó en
una serie de vuelos esporádicos que ya no llegaban a los objetivos iniciales
sino que trataban de defender el cielo de la propia Tel Aviv, lugar que sería
objeto del contraataque árabe.
Entre tanto, una escuadra de bombarderos Tupolev «El ganso salvaje»—que por su tamaño, similar al de un Boeing 707, lo convertía en el avión supersónico más grande
del mundo— estaba a punto de despegar, escoltada por los cazas
interceptores y de reconocimiento egipcios. Esta formación tenía la misión de desbaratar la infraestructura civil y militar
de la capital sionista. Eran las 08:55, de la mañana, hora de El Cairo, del lunes
5 de junio de 1967.
─ ─
Yo estaba en casa desayunando con la familia, cuando
el guardaespaldas me avisó lo que sucedía y me apresuré a encender la radio… en efecto; lo esperado era realidad. No perdí más tiempo, el
escolta había llamado a mi chofer y luego de vestirme a la carrera, abordé el Mercedes
rumbo al palacio de Raghadan.
Las calles de la zona residencial seguían vacías, como
cualquier día, pero a medida que íbamos acercándonos al centro de Ammán, se
apreciaba el revuelo. Se veían grupos en las esquinas, los negocios llenos con
la radio a todo volumen, en las calles los transeúntes se arremolinaban y el
chofer tuvo que aminorar la marcha, pues algunos corrían y atravesaban la calle
sin considerar el peligro. La atmósfera se sentía energizada por la alegría.
Casi detenidos en medio del tráfico podíamos captar
todo esto, incluso, desde un cafetín alguien, para romper la excitación
contenida, gritó un «¡Muerte a
los cerdos judíos!» que fue
respondido con gritos de júbilo imposible de ser contenido.
Al llegar al palacio, un guardia con uniforme kaki y Keffiyeh, el turbante de vichy blanco y carmesí de la Legión Árabe, me esperaba
para encaminarme al despacho de su majestad, el rey Hussein.
En la dependencia real, se encontraban el joven príncipe
Hassan bin Talal, el asesor militar, el canciller y el jefe del servicio de inteligencia.
Saludé con una reverencia y en silencio me ubiqué en un asiento destinado para
mí. Todos estaban absortos ante la pantalla del televisor, en ella presentaaban marchas militares y se veían soldados haciendo maniobras teniendo
como fondo el himno de la República Árabe Egipcia, mientras una voz leía los
reportes de la guerra, las mismas noticias que venía escuchando desde la casa. Pero
en ese recinto sentía que era un privilegiado al ser testigo de la Historia
minuto a minuto.
La alegría por
saber que estaba presenciando las últimas horas de lo que se conoció como el Estado de Israel y el nerviosismo de saber si Jordania se sumaría o no, a esa
peligrosa “fiesta”, se mezclaban a partes
iguales. Pero —para ser sincero— antes de estos acontecimientos, me parecía un
absurdo el hecho de que Nasser exigiera la salida de las tropas de la Naciones
Unidas del Sinaí que, mal que bien, habían sido la garantía de que no se
desatara la guerra por espacio de diez años, además
de eso, la movilización de divisiones blindadas a la frontera con Israel y más descabellado
aún, el cierre del estrecho de Tirán para anular la salida y entrada de los
barcos israelíes al Mar Rojo y,
sobre todo, impedir el paso de los cargueros de Irán, el único país de la zona
que le suministraba petróleo a Israel, lo que presagiaba que, en cuestión de semanas, se
paralizaran las actividades israelíes. Esta suerte de estrangulamiento
económico se llevó a cabo el 22
de mayo de 1967. Fue algo tan grave que, al día siguiente, el Secretario General
de las Naciones Unidas, el birmano U Thant, llegó a El Cairo para convencer, en
persona, al mandatario egipcio de que diera marcha atrás a la escalada bélica,
pero fue inútil.
Lo más desafiante quedó
registrado en la rueda de prensa televisada que se efectuó en una de las bases
militares donde Nasser, flanqueado por el alto mando de la Fuerza Aérea y los
jóvenes aviadores de los Mig 21 enfundados en sus flamantes bragas de pilotaje,
respondió a los reporteros que le dijeron que sus acciones podían empujar a
Israel a una guerra con Egipto. Entonces él, con la más encantadora de sus sonrisas, contestó: «Que lo hagan cuando
quieran. Aquí los estaremos esperando»
.
En lo personal, esto me pareció un exabrupto; en
Jordania sabíamos de primera mano lo que implicaba retar a los judíos. De allí,
mi decidida aprobación a lo expuesto por mi señor,
el rey de Jordania cuando, en rueda de prensa, aseveró que esas medidas del presidente
de Egipto eran una verdadera «locura».
En efecto, el monarca hablaba con propiedad, porque en
tiempos de su abuelo, el rey Abdalá, habíamos enfrentado a los judíos y nuestra
Legión Árabe, a duras penas, logró expulsarlos de la Ciudad Santa, pero, a
despecho de lo que la coalición de las siete naciones árabes había prometido,
no conseguimos «echarlos al mar». El caso era que, si no se logró en ese momento en
que los judíos estaban en absoluta desventaja, hacerlo ahora, cuando tenían
décadas preparando sus defensas, sería demasiado difícil.
Pero, en el tablero del Medio Oriente apareció Gamal
Abdel Nasser, el hombre fuerte de Egipto. Debo aclarar que, antes de estos
hechos, era un mandatario a quien yo veía con fundados recelos. Era público y
notorio su desprecio por nuestro rey, a quien consideraba una marioneta de Gran
Bretaña, y no solo eso, sino que Nasser, de
manera subrepticia, había alentado insurgencias dentro de nuestro reino. Ahora
bien, si he llegado al cargo de secretario privado del rey Hussein, ha sido
porque, usando una imagen médica, suelo auscultar al paciente tanto por el
pecho como por la espalda y trato de sacar mis conclusiones apartando los
prejuicios personales. Veamos:
En 1956 el mandatario egipcio nacionalizó el canal de
Suez y amenazó con su cierre selectivo, lo que provocó una crisis, pero, gracias
al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, logró que fueran desmanteladas
las posiciones de Israel y las potencias coloniales en el mismo. Este repliegue
de Israel, en particular y de Francia e Inglaterra, en general, fue
interpretado como una victoria a toda ley y le otorgó a Nasser el título de
héroe de las naciones oprimidas. Fue a partir de entonces, cuando un rumor comenzó
a bullir en el seno del mundo árabe, y era que había surgido el mesías que entronaría
a una Arabia Unida y fuerte que estaría posicionada en el
sitial que, por derecho propio, le correspondía en el concierto de las
naciones.
Desde los tiempos del Profeta, pasando por el
mismísimo Saladino, ningún líder árabe había tenido un poder de convocatoria tan
amplio como Gamal Abdel Nasser. Desde Bagdad a Trípoli, desde Damasco hasta Luxor,
desde el golfo Pérsico hasta el océano Atlántico, el carismático Abdel Nasser,
cuya altura hacía que su sola presencia fuera
imponente, encarnaba al orador que convencía a todos con la claridad de su
verbo y su atrayente personalidad. Además, su iniciativa como emprendedor de
proyectos ambiciosos estaba plasmada en la represa de Asuán, una segura fuente
de energía y la garantía de que la fertilidad de las tierras egipcias ya no
dependerían del capricho de las crecidas del río Nilo, algo que, ni siquiera en
sus sueños más estrafalarios, ningún faraón
había podido imaginar.
Por, otro lado, Nasser era un estratega, no solo en el
mundo de las armas ─recordemos que era un militar de
carrera─ sino que también era un político hábil como pocos, digamos que
en una de sus manos tenía una rama de olivo y en la otra empuñaba la espada del Islam. Detrás de su sonrisa de
presentador de televisión estaba el ejército más grande y moderno de Oriente
Medio y todos lo tenían como el vengador de Agar, la esclava egipcia desechada
por Sara. Un líder natural de respuesta espontánea, del que las masas esperaban
sus alocuciones como si fuesen novelas radiales, de hecho, no era raro
sorprender a la servidumbre de mi casa cambiando la emisora para poder escuchar
el discurso de Nasser. Por otro lado,
hacía ingentes inversiones en programas sociales para beneficiar a los más
desposeídos, por eso los mandatarios
árabes y los del resto del mundo lo temían, mas no así los pobres de sus países
que, desde el Magreb hasta la Media Luna, lo amaban con sinceridad, porque se
había convertido en una suerte de vengador justiciero cuya influencia no se
limitaba al ámbito árabe, ni siquiera al de las naciones musulmanas, sino que
las pancartas con su rostro eran también una bandera de las revoluciones en la
América Latina. Incluso, llegué a temer un castigo divino, porque la gloria de
Alá estaba siendo usurpada por esa suerte de idolatría a un hombre que había calado
tanto en el imaginario árabe musulmán que, hasta el recinto sagrado de las
mezquitas había sido permeado por él: llegué
a ver el rostro de Nasser tejido en cada una de las alfombras para la oración.
En vista de que Nasser era un enemigo formidable y
que, siendo el unificador natural de un virtual estado Panárabe, era mejor
tenerlo como aliado y no como adversario, nuestro rey tuvo que tragarse las
palabras que había pronunciado ante los periodistas y pasar por la humillación
de visitar a El Cairo, para hacer las paces con él. Pero apuró ese trago con la
dignidad de su investidura, porque la estabilidad de su reino estaba primero
que su orgullo propio.
——
Mis reflexiones fueron rotas cuando la televisión
egipcia entregó un nuevo reporte:
«Última hora. Atención: La aviación siria acaba de penetrar
el espacio aéreo israelí desde el norte y la refinería del puerto de Haifa acaba
de ser alcanzada y ahora es pasto de un voraz incendio. Con esta acción, Siria
hace su entrada oficial en la guerra».
El rey, con una señal,
ordenó apagar el televisor y se dirigió al jefe de la inteligencia para
preguntarle cómo calibraba la moral de los sionistas.
—Majestad, los judíos saben que están en una
desventaja desproporcional y que la guerra los condenará a la desaparición. No
obstante, en la última semana han intensificado los simulacros de bombardeo en
las escuelas y han cavado trincheras en los barrios próximos a nuestra zona de control y, en
previsión de lo peor, han emprendido una masiva campaña de donación de sangre. Además,
los rabinos han estado celebrando rituales de consagración en los parques y
zonas verdes urbanas para habilitarlas como cementerios de emergencia.
El rey dirigió la vista al canciller y
este respondió.
—Majestad, los judíos están divididos, una
parte sabe que la guerra es un suicidio colectivo y quiere evitarla a toda
costa, el primer ministro Eshkol es de esa opinión; sin embargo, la
presión de los partidos políticos y los militares radicales lo forzó a colocar a Moshé Dayán en la cartera de Defensa. Ahora,
vista la gravedad que enfrentan, pienso que es inminente una reacción de los
pacifistas contra su propio gobierno para evitar la guerra.
El canciller y yo sabíamos que la ascensión de Dayán al cargo presagiaba desastres. «El Cíclope de la Yahanna» era un guerrerista nato: en 1941 perdió su ojo izquierdo mientras comandaba una de las patrullas de reconocimiento australianas que invadieron El Líbano con la intención de impedir que la Luftwaffe siguiera usando los territorios de la Francia de Vichy como escala para abastecer al Afrika Korps. Luego, en la Guerra del Cuarenta y Ocho, llegó a ser jefe de brigada y su última actuación fue en el Cincuenta y Seis, cuando comandó a los paracaidistas que cayeron en la retaguardia de las fuerzas egipcias en el Canal de Suez, pero que no le sirvió de mucho, pues su gobierno lo mandó a retirarse. Sin duda, una forma de derrota.
Luego de esto, incursionó en la política, pero esa pasantía
por las tribunas fue un fracaso tan rotundo, que cuando un periódico local le
ofreció un contrato dentro de su plantilla, no dudó en aceptarlo pues le daba
la oportunidad de desaparecer de Tel Aviv. Lo último que supimos de él fue que
estaba en Vietnam como corresponsal de guerra, mascullando su derrota mientras chapoteaba
entre pantanos palúdicos y se exponía a eventuales emboscadas del Vietcomg. Pero
ahora, daba la coincidencia que se había presentado en medio de las tensiones bélicas
y todos los sectores, tanto civiles como militares, presionaron para que fuera
él el que tuviese al frente de la guerra que se presentía inminente. No nos cabía
duda, con él, los halcones se habían impuesto sobre las palomas.
Ahora era el turno del asesor militar. El
coronel respondió:
—Señor, las fuerzas de defensa judías
están muy bien preparadas, pero no creo que lleguen al punto de poder responder
a un ataque simultáneo y coordinado. Sin embargo, no hay que subestimarlas. Se
trata de una fiera herida de muerte y en esas condiciones suele ser más
peligrosa.
En ese momento una luz se encendió en el
teléfono del escritorio del despacho y el rey pulsó un botón diciendo «Adelante» y por el altavoz se le indicó: «El presidente Abdel Nasser en la línea uno,
majestad».
Luego de los saludos de rigor, Nasser dijo:
—Majestad, este es el día que todos
estábamos esperando. Nuestra aviación, no solo ha respondido al ataque con
éxito, sino que tiene el dominio absoluto del espacio aéreo entre El Cairo y la
Franja de Gaza y está incursionando en territorio sionista dando duros golpes a
objetivos militares. Además, las divisiones de tanques están cruzando el Sinaí a
toda máquina y apenas han encontrado una que otra resistencia.
Hubo un silencio donde, por momentos, se
escuchó nítida, la respiración del presidente, hasta que continuó.
—En
el norte, Galilea entera está a punto de ser blanco de la artillería siria dispuesta
en las Alturas del Golán. Lo único que
le quedará al enemigo será atrincherarse en sus ciudades, pero tampoco ahí
podrán hacerse fuerte, ya que las células guerrilleras del Al Fatah tienen
orden de hostigar su retaguardia.
Ante este panorama, el rey respondió.
—Lo felicito señor Presidente. Le
garantizo que resguardaremos las fronteras y los lugares santos bajo nuestra
custodia. Además, los aeropuertos militares y civiles del reino jordano están a
la disposición de su aviación.
—¡Nooooo, majestad! … por favor… Jordania
tiene que entrar en la guerra. Las fuerzas expedicionarias iraquíes están en su
territorio porque el presidente Abbul
Arif las puso bajo su mando. Lo hizo con
la certeza de que usted estaría a la altura de las circunstancias. Está al
tanto su excelencia, de que los sirios y nosotros contamos con un ejército
numeroso y moderno, pero nunca con la preparación y el prestigio que tiene su
Legión Árabe de Jordania… gloriosa por ser la única fuerza que pudo obtener una
victoria significativa cuando en 1948, logró expulsar a los judíos de Jerusalén.
Se escuchó una pausa inquietante, al
parecer el rey no tenía argumentos ante esto. Entonces Nasser prosiguió.
—Majestad, este es un momento estelar e
irrepetible, la oportunidad de aparecer en los libros de historia tal como lo
hiciera su recordado antecesor, el rey Abdalá, por la gesta del Cuarenta y Ocho…
pero … usted será más grande que su abuelo,
porque él solo pudo expulsarlos de la Ciudad Santa, en tanto que usted se
convertirá en uno de los responsables de haberlos lanzado al mar.
»Excelencia, recuerde que el Misericordioso preservó su vida de manera
milagrosa en el atentado de la mezquita, porque usted está destinado a ser uno
de los líderes árabes que vengará la afrenta de la derrota de hace veinte años y
expulsará a los criminales judíos de los territorios que nos usurparon. Además…
tenga presente que Jordania ha firmado un pacto de defensa mutua con Egipto y
Siria… ¡Los judíos iniciaron la guerra! Así
que, no solo está en juego su palabra, sino también su honor.
Por un momento se hizo silencio en la
línea. Luego el rey respondió.
—Hecho, señor Presidente. Jordania lo
secunda en la guerra.
—Gracias su majestad. Toda la comunidad de
naciones árabes de esta generación y de las venideras, le estarán agradecidas
por siempre.
Una vez finalizada la conversación, el rey
pidió que lo comunicaran con el general Abdul Munin Riad, y este le informó que
las fuerzas acantonadas en la Ciudad Vieja de Jerusalén, habían comenzado a
disparar sobre el vecindario judío al oeste de la ciudad.
Había aprendido a descifrar cierto movimiento de cejas en el rostro del rey y percibí que esa iniciativa sin su consentimiento no era de su agrado. Pero, sabiendo que el general Riad era un oficial egipcio que él mismo le había pedido a Nasser para encabezar el Ejército jordano y que cosas más importantes reclamaban su atención, lo pasó por alto y se dedicó a girar órdenes concernientes a la movilización general.
No bien
había terminado de comunicar instrucciones, cuando se encendió de nuevo su
teléfono y, pulsando el botón, respondió: «Diga»
… «Majestad, el general Moshé Dayán en la
línea uno»
.
Si la conversación con Nasser me había
tenido en vilo, la expectativa de oír esta, me dejó sin aliento. De manera instintiva
vi el reloj, eran las once y treinta de la mañana.
El general saludó en un árabe impecable y prosiguió:
—Majestad, para el bien de su reino… no
intervenga.
A diferencia de la retórica del mandatario
egipcio, Dayán pronunció este mensaje sin dramatismo de ningún tipo. Algo
absurdo, cuando sabes que, por tierra y por aire, estás siendo invadido por dos
ejércitos que triplican al tuyo. En fin, su tono no traslucía ni súplica ni
amenaza. Pudiese decir que sus palabras eran tan formales y asépticas como las
de la operadora de la central telefónica.
Todos estábamos pendientes de cada rasgo
en la cara del rey. Por un momento guardó silencio y cuando reaccionó, lo hizo
con el hablar lento y meditativo que siempre lo había caracterizado:
—General… es demasiado tarde… los dados
están girando en el aire.
Era evidente que, al laconismo del general,
el rey había respondido también con igual sobriedad, pero echando mano de una
metáfora, tal cual lo hubiese expresado un anciano beduino.
——
La verdad sea dicha: no teníamos ni la más
remota idea de que, desde ese momento en adelante, lo que creíamos ver como un
sueño al alcance de nuestras manos, comenzó a materializarse en una siniestra
pesadilla. Pero, antes de hablar de nuestro propio descalabro, debo comenzar
diciendo lo que en realidad estaba pasando:
El servicio de inteligencia sionista,
había determinado que la mejor hora para efectuar el ataque a las bases aéreas
egipcias era entre las siete y cuarenta y cinco y las ocho y quince de la mañana,
justo en el desayuno, el cambio de guardia de los pilotos y la hora en que se
repostaba combustible a las naves.
A las 07:45 de la mañana del lunes 5 de
junio, andanadas sucesivas de cazas y bombarderos despegaron desde las bases
israelíes y se dirigieron hacia el Mediterráneo, luego giraron al sur descendiendo
a vuelo rasante para esquivar el barrido de los radares y penetraron el espacio
egipcio por su frontera occidental. Cada grupo estaba destinado a una base
aérea determinada.
El primer ataque tuvo como objetivo inutilizar las pistas para impedir el escape de las naves. El segundo sobrevuelo derribó los radares y produjo voraces incendios al explotar los camiones cisternas que abastecían de nafta a las aeronaves, el tercer ataque eliminó los cazas Mig que estaban estacionados en la pista, el cuarto «pase» dio cuenta de los bombarderos Tupolev y los hangares, la quinta ronda era hacia otra base cuya destrucción no estuviese completa todavía, y así sucesivamente.
Once bases aéreas egipcias fueron atacadas
de manera simultánea en la primera oleada, los ocho aeropuertos militares
restantes fueron atacados de manera escalonada.
En total, 312 aeronaves —el 93% de la flota aérea egipcia— fue destruido en tierra.
Solo, veintiocho cazas pudieron escapar de esa
suerte, debido a que, al encontrarse en las bases aéreas más alejadas del
Mediterráneo, en el Alto Egipto, sus tripulaciones recibieron una alerta temprana
y tuvieron chance de despegar y hasta combatir, causando algunas bajas al enemigo. Diez de ellos fueron abatidos en acción, no
obstante, la pesadilla llegó para los pilotos de las dieciocho naves restantes quienes. al regresar a sus bases para repostar, comprobaron con horror por qué habían
salido de la cobertura de los radares: las columnas de humo negro en lontananza
eran indicativos de que la pista y las antenas habían sido destruidas.
A esos pilotos no les quedó otra salida
que eyectarse y, mientras descendían en paracaídas, observaron con impotencia; como sus sofisticados y flamantes reactores
de última generación, más rápidos que la velocidad del sonido y sin un solo
impacto de proyectil en sus fuselajes, eran tragados por el Mar Rojo.
Antes del mediodía del lunes 5 de junio, lo unico que quedaba indemne de la más poderosa escuadra aérea del Medio Oriente, eran aparatos
sumergidos en el lecho del Mar Rojo.
——
Mientras sucedía este desastre, en El
Cairo, en cambio, era un día de fiesta nacional espontánea. La ciudad se
paralizó debido a que la población se volcó en masa a sus calles y avenidas en
medio de abrazos, bailes, fuegos artificiales, bandas musicales formadas de
manera improvisada, caravanas de carros y marchas de transeúntes que
estremecían con sus vítores la sofocante atmósfera citadina, celebrando la
victoria de la aviación egipcia ante el ataque sionistas.
La explicación a este exabrupto —que ha podido costar la vida de muchos civiles si los reactores israelíes hubiesen apuntado a objetivos militares dentro de áreas urbanas— se debía a que Nasser, junto a su Consejo de Guerra, había ordenado censurar todo tipo de información y que solo fuese divulgada la versión oficial. De esta forma «Radio El Cairo» y «La voz de los árabes» eran los únicos autorizados a emitir los reportes que les entregaba el Estado Mayor Conjunto, y se lucieron esparciendo esas “notas periodísticas” por todos los medios y a ellos se conectaban otras emisoras, no solo egipcias sino de todos los países del Oriente Medio.
«La voz de los árabes» transmitía desde Egipto y era sintonizada en Israel y en Jordania como
emisora local; en Líbano y Siria también podían captarla en onda corta. De hecho, su señal
era tan familiar acá que, en víspera de estos acontecimientos, tenían secciones
donde transmitían en hebreo discursos que comenzaban con «borraremos a Israel del mapa» y cosas por el estilo. No pongo
en duda que todo eso haya desmoralizado a la población civil de Tel Aviv y a
los colonos de los kibutz, Supimos de madres que habían habilitado una
habitación para encerrarse con sus hijos y dejar abierto el gas, porque juraban
que, antes de caer en manos del ejército egipcio, se suicidarían.
La censura y la manipulación de los medios de información no fue exclusiva de Nasser, en Israel, la orden emanada del Estado Mayor, fue prohibir la filtración de cualquier tipo de información. Al parecer, entendían que, con lo emitido desde El Cairo bastaba y sobraba. En consecuencia, lo único que el gobierno israelí permitió entrever a su población de manera extra oficial, para saber que estaban en guerra, eran las calles desiertas de ciudades fantasmas, el vuelo ensordecedor de sus reactores y las alarmas antiaéreas para refugiarse en los búnkeres.
Cuando esta información radial llegó a
Damasco, fue recibida como música por el general sirio Salah Jadid, el poder en
las sombras y gran amigo de Nasser quien, días atrás le había prometido, de
manera jocosa, que si los judíos lanzaban un solo proyectil a las posiciones
sirias en el norte, tendrían que vérselas con Egipto y que, de ser así, estaba
invitado a cenar con él en Tel Aviv.
El caso es que Jadid no puso en duda ni un
segundo el reporte de que los cielos de Israel eran del dominio egipcio y,
cuando el presidente Nureddin Al Atassi apareció en cadena nacional de radio y
televisión diciendo que Siria entraba en guerra contra los sionistas, era
porque ya una escuadra de Mig 21 sirios volaban rumbo a Haifa, pero no llegaron
a su destino, porque todos fueron interceptados y derribados.
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Guerra de los 6 días |
Volviendo al frente sur. A pesar de saber
que había perdido el dominio del aire, Nasser procedió a dar la orden de ataque
a las divisiones blindadas apostadas en la frontera y avanzaron sobre el Sinaí rumbo
a Israel esa misma mañana, pero, luego de algunas batallas de tanques en el
desierto, constataron alarmados que las líneas de suministro desde su
retaguardia estaban cortadas por la aviación enemiga y los operadores de los
tanques, se vieron obligados a abandonar sus equipos sin combustible, en medio
de la nada para errar por el desierto
desorientados y agobiados por la fatiga, la sed, la inanición y la insolación. En
semejantes condiciones, toparse con una patrulla israelí que los tomara como
prisioneros, era la diferencia entre la vida y la muerte.
El resultado fue que, a las setenta y dos horas de emanada la orden de ataque, lo que quedaba de las flamantes divisiones blindadas egipcias eran multitudes de prisioneros y columnas interminables de carros de combate de fabricación soviética abandonados en el desierto y parcialmente sepultados por las dunas.
A los sirios no les fue mejor: avión que
salía de sus bases, aparato que no regresaba. No obstante, ellos tenían la
ventaja de dominar la meseta escarpada de los Altos del Golán que colindan,
hacia el oeste con el valle de Galilea y al sur con la explanada del río
Yarmuk,
Yarmuk está a la sombra de los desfiladeros
donde los zapadores sirios habían construido trincheras
defendidas por artillería móvil y fija y, sobre todo, con muchos nidos de
ametralladora. Era imposible desalojarlos de sus posiciones. Pero, ¿qué sucedió? Lo impensable. La infantería enemiga
rodeó sus posiciones y aguardó a que las divisiones de blindados atacaran de
frente, para eso, los judíos tuvieron que habilitar una cantidad de tractores
de oruga bulldozer, para abrirles carreteras, mientras que la aviación
destruía las torretas antitanque, cortaba sus líneas de suministro desde
Damasco y hostigaba a las divisiones acorazadas de La Guardia
Republicana Siria destinadas a reforzar a los combatientes del Golán.
En
vista de encontrarse en una situación desesperada, sin municiones y sin alimentos,
los defensores del Golán tuvieron que abandonar la línea antes de que todo el
sistema de mesetas quedase cercado. A la vista de semejante desgracia, el
general Salah Jadid y el ministro de Defensa Halez al Assad llegaron a la
conclusión de que, si bien, podían darse el lujo de perder los Altos del Golán,
no así su capital. Y, en previsión de eso, fue autorizado el repliegue ordenado
de las divisiones hacia Damasco, ciudad que, en ese momento tocaba defender.
——
En las primeras horas de la guerra
comprendimos que habíamos caído en una trampa y, como trampa al fin,
es fácil entrar pero muy difícil salir, no obstante, al cabo de setenta y dos
horas salimos de ese infierno. A pesar de eso, el desastre se prolongó para las
naciones hermanas, pero, en menos de una semana, las tropas israelíes ya
estaban a las puertas de El Cairo y si no entraron, fue gracias a la rendición
incondicional egipcia.
Siria quedó con un territorio mutilado, y los
delirios faraónicos de Nasser, al igual que su flota de reactores supersónicos,
se hundieron en el Mar Rojo. Sin embargo, la pérdida que tuvimos los jordanos
fue ─más que material─ de índole espiritual. Por eso mi intención aquí es dar
una idea de lo que nos tocó vivir o, mejor dicho, sufrir, y para eso debo
volver al momento de las entrevistas del rey con Nasser, Dayán y el general
Riad:
El rey ordenó que se habilitara la «Sala situacional de Conflicto”, un ente
multiministerial donde se monitorearía todo lo que pasaba en el frente y que,
en base a esa información, giraría instrucciones para salvaguardar a la
población civil.
Mi responsabilidad era llevar la minuta
hora por hora. Por eso sabía que, de ahí en adelante, sería la sombra del rey,
pero ni idea de cuánto tiempo estaría en eso. Así que aproveché para pedir al
chofer que me trajera dos mudas de ropa y luego fuese con su familia y aguardara
instrucciones. También hice una llamada telefónica a mi esposa indicándole que
no salieran de la casa. Yo no sabía cuándo regresaría.
Mientras tanto, en lo alto del monte Moriah
ya había intercambios de disparos entre la población de Jerusalén y los barrios
judíos ubicados en la cara occidental de las colinas que la rodean.
Recordemos que la Ciudad Santa está
localizada en lo alto de una cadena montañosa a 760 metros sobre el nivel del
mar. El ascenso hasta ella sería muy difícil, por la cantidad de
fortificaciones que habían sido
construidas en sus faldas y en sus alturas y que, luego de casi veinte años de
preparación, estaban listas para ser puestas a prueba. Se trataba de trincheras
reforzadas, garitas de concreto armado y otras edificaciones que eran utilizadas
como refugios de las guarniciones y que se extendía desde la base del monte,
cruzando viñas, olivares, pasturas y barrios, a todo lo largo de la primera
cota topográfica. El problema era que la población judía vecina a Jerusalén,
estaba parcialmente encerrada por esas líneas defensivas y fungían como una
suerte de quinta columna que debía neutralizarse para tener control completo de
todas las alturas que rodeaban a la ciudad, por eso habían sido el primero y precipitado
objetivo inicial de los ataques.
Las malas noticias comenzaron a sucederse
una tras otra. La primera fue la comprobación de que nuestras comunicaciones
militares habían sido interrumpidas por el enemigo. Pero lo peor no era la
ruptura de las mismas, sino que no sabíamos desde cuándo habían sido
intervenidas y cuánta información habían logrado obtener. En fin, los técnicos
se abocaron a identificar los daños, abortar cualquier orden emanada en las
últimas cuarenta y ocho horas y avisar a todas las unidades que el sistema de
claves sería cambiado, cosa que no fue fácil, pues debía hacerse por medios
alternos lo que hizo perder la capacidad de iniciativa de los mandos del frente, en
medio de la confusión y la parálisis por la espera de nuevas instrucciones que
no llegaban.
A las 12:50 de la tarde del lunes 5, ya
nuestras bases aéreas habían sido destruidas, comprobando con espanto, que la
supremacía egipcia de los cielos era pura propaganda.
Esa tarde, tropas israelíes trataron de
ascender las faldas del Moriah con la intención de reforzar a los efectivos de
su ejército que estaban en el barrio judío, pero luego de tres horas de combate
fueron rechazadas y la bandera tricolor roja verde y negra, seguía ondeando al
pie del monte.
De manera simultánea, las fuerzas
expedicionarias iraquíes entraron en acción avanzando desde Judea para alcanzar
las alturas del Moriah por el sur y reforzar nuestras líneas, pero tuvieron que
vérselas con una brigada de tanques enemiga respaldada por ataques aéreos y, al
oscurecer, solo les quedó replegarse y tratar de defenderse de un hostigamiento
tierra−aire.
La noche no impidió que los tiroteos
siguieran y para la madrugada del martes 6, el mapa de la Sala Situacional
estaba azul de tantos reportes que nos llegaban de la movilización enemiga. En
efecto, los judíos habían desviado brigadas completas del frente sur para
rodear la cadena montañosa del Moriah.
A esa hora, el rey Hussein y el general Abdul Riad, llegaron a la
conclusión de que, a pesar de que los primeros ataques sionistas habían sido
rechazados, el número de bajas había sido demasiado elevado. Lo que apuntaba a que,
si esos refuerzos que estaban tomando posiciones alrededor de la montaña, iniciaban
de nuevo los ataques, no solo perderíamos la cordillera del Moriah sino la
mismísima Jerusalén y que, si bien, habíamos sido engañados por nuestros “amigos”,
todavía teníamos la oportunidad de salir de este apuro apelando a las
negociaciones de las Naciones Unidas. Por eso se le giró instrucción a nuestro embajador en Nueva York para
que acordara un alto al fuego cuanto antes.
Este punto de las Naciones Unidas fue un aspecto importante, digamos que la batalla en el frente diplomático. El primer escollo que se nos presentó, fue que los embajadores de nuestros países amigos estaban de plácemes celebrando la “victoria” sobre el enemigo sionista y, en el primer momento, no creyeron lo que le decíamos. Ni siquiera el representante de Egipto daba crédito a nuestras palabras. Era evidente que no había sido notificado. Fue solo cuando insistimos en que toda nuestra flota aérea había sido destruida en tierra, y cuando Siria reportó que a ellos les estaba pasando la misma desgracia, que se dieron cuenta que, si bien, Israel había aceptado que nosotros éramos los administradores legales de Jerusalén, ahora, nuestra declaración de guerra sería la excusa perfecta para proceder a arrebatárnosla y más, si estaba claro que tenían los medios para hacerlo. Esta revelación activó todas las alarmas y comenzó a organizarse la discusión para votar un alto al fuego. El problema era que, en ese esfuerzo por tratar de convencer a nuestros aliados de que lo que oían por las noticias eran puras falsedades, perdimos un tiempo valiosísimo que el enemigo había aprovechado para instalar el asedio contra la Ciudad Santa.
Al
amanecer del martes 6, los judíos desalojaron a los efectivos jordanos que habían ocupado el edifico
de Armón Hanatziv, antigua sede de las Naciones Unidas en las afueras de Jerusalén, lo que, no solo era el
quiebre de nuestra primera línea defensiva sino que, desde allí, podían hostigar
un territorio más amplio y así poder crear una cuña que les facilitara el ascenso, porque era evidente que todos los movimientos del enemigo apuntaban
a asegurar las faldas del Moriah antes del asalto a la Ciudad.
Entretanto, los
esfuerzos por acordar la tregua no prosperaban. Así que, si los israelitas no
querían detener la guerra, nosotros teníamos que seguir resistiendo. Tratamos
de comunicarnos con Nasser, pero, por más que insistíamos, no podíamos
contactarlo. Por eso nos pusimos en comunicación con el presidente de Siria,
Nureddin Al Atassi, para que Siria nos ayudara a defender el lugar Santo de Al
Aqsa, en Jerusalén. El caso es que, más que prioridades de carácter religioso,
ellos también estaban enfrentando sus propios problemas de supervivencia y
declinaron enviar refuerzos.
La Sala Situacional era la cueva de la crispación de nervios y, a pesar de que nos turnábamos por
equipos de guardia, la fatiga nos vencía
por momentos, debido a que nuestros pocos ratos de descanso, en realidad, eran solo
de sueño espasmódico. No obstante, no sé qué
era más frustrante, si la posibilidad de una inminente derrota o la amargura de
oír a las emisoras de El Cairo, seguir con los festejos por la victoria y anunciar que las tropas egipcias tenían sitiada a Tel
Aviv, mientras el estruendo de los reactores israelíes estremecía el cielo
jordano.
A comienzos de la tarde del martes 6 de junio, fue
atacado el punto más importante de la línea de fortificaciones que rodean el
monte Moriah, la colina de La Munición, llamada así, por unas instalaciones que
los británicos habían utilizado para resguardo de sus insumos y equipos militares
en el tiempo del Mandato y que habían pasado a manos de la Legión Árabe.
Debo reconocer que el enemigo había podido usar su
poderío aéreo para reducir a escombros y ceniza la colina, pero se trataba de
una zona cuyas adyacencias estaban densamente urbanizadas y al estar en virtual
estado de sitio, la población no podía ser evacuada, por eso se tranzaron por
el ataque frontal. La premura de los generales judíos los llevó a no tener en
cuenta que atacar un sitio fortificado defendido por tropas regulares bien
entrenadas, era igual a sacrificar a sus efectivos. Pero la ambición de arrebatarnos la Ciudad
Santa pudo más que la cordura, y así lo hicieron.
Las acciones se iniciaron como a las dos de la tarde
del martes 6 de junio. Se trató de la batalla más cruenta de toda la
guerra, en la que ambos bandos tuvimos muchas bajas.
Poco más de las seis de la tarde, cuatro horas
después, un grupo minúsculo de los defensores que habían sobrevivido,
entregaron sus armas. Habíamos perdido la colina y con ella se abría un boquete
en las defensas de Jerusalén.
En vista de estos hechos y ya entrada la noche, todos
los responsables de la Sala Situacional, comenzando por el mismo rey Hussein,
ya estaban convencidos de que debíamos poner alto al fuego antes de que los
judíos pudiesen cruzar los muros de la Ciudad Vieja. El asunto era que, desde
Nueva York, los rumores de los pasillos de la sede de las Naciones Unidas eran
que el embajador judío y sus colaboradores, no aceptarían la anexión de Samaria,
Judea, o lo que fuera, como trofeo de guerra. Lo que querían era Jerusalén.
La oscuridad no impidió que siguieran los disparos
contra nuestras posiciones, y nosotros seguimos insistiendo en la comunicación
con Nueva York para llegar a un acuerdo con Israel, pero Gedeón Rafael, su
representante, lo que hacía era darle largas al asunto, o hacer tiempo con
discursos innecesarios. En algún momento decidimos llamar a Levi Eshkol, y
hasta al mismo Cíclope del demonio, pero nunca respondieron.
A todas estas, seguían llegando informes de movilizaciones desde todas
partes de Israel a los alrededores del Moriah. Lo único bueno —si pudiese decirse que hubo algo así— fue que en los debates de las Naciones Unidas, habían
otros países que también habían declarado la guerra al agresor: Irak, Argelia, Yemen, Sudán, Kuwait y
Arabia Saudita, logrando un frente unido para
apoyarnos en nuestra petición de cese al fuego. La mejor arma que usaron fue la
Organización de Países Exportadores de Petróleo OPEP, que amenazó con detener
la venta de crudo, además de esto, la Unión Soviética se tomó nuestra
causa como suya y comenzó a presionar a los representantes judíos para que
aceptaran un alto al fuego, incluso con amenazas de todo tipo. En eso pasamos el resto de la noche.
——
La mañana del miércoles 7 de
junio de 1967, los informes prometían más horror. En primer lugar, no teníamos
cómo hacer llegar suministros a la población de Jerusalén ni municiones a sus
defensores. Por otro lado, nos enteramos de que las brigadas de paracaidistas
judíos destinadas al Sinaí, ahora estaban siendo transportadas a los
alrededores del monte Moriah.
Las negociaciones de nuestro embajador en
Nueva York eran otra guerra a distancia. Lo único era que ahora la Unión
Soviética, respaldada por todos los países árabes, jugaba fuerte, al punto de
que amenazaron con atacar a Israel si no acordaba el cese de las hostilidades con
Jordania. De hecho, la flota soviética del mar Negro —portaviones incluido— ponía
proa a los Dardanelos para dirigirse al Mediterráneo oriental.
Ahora que veo los hechos en retrospectiva
luego de tantos años, me doy cuenta del porque de la reticencia de Israel para
negociar y veo que las palabras que el coronel le dijera a nuestro rey, al
comparar al enemigo con una fiera herida, eran premonitorias. Al principio,
ante la posibilidad de una guerra asimétrica mortal, no tenían nada que perder
y atacaron primero, pero, sorprendidos ellos mismos del éxito del ataque, la supervivencia dejó de ser
prioritaria. Es entonces cuando Jordania, al declararles la guerra, les había
servido en la mesa de póker, una providencial apuesta por Jerusalén, la ciudad
de sus sueños, de donde habían sido expulsados y que, hasta ese momento, para
ellos era la ciudad prohibida. Entonces, la fiera que hacía tres días estaba acosada
y acorralada por una jauría de sabuesos, ahora se había convertido en un
poderoso león cuyas fauces amenazantes reclamaban lo mejor del botín y no iba a
descansar hasta arrebatar la mismísima joya de la corona.
El descanso no figuraba en los planes del
enemigo, así que, sin haber completado el acantonamiento de tropas delante de
nuestras posiciones, iniciaron los bombardeos, señal de que avanzarían en
cualquier momento.
El fuego fue simultáneo a lo largo de todas
las trincheras y búnkeres de las faldas del monte, no obstante, no avanzaron,
solo sostuvieron el ataque desde parapetos improvisados para mantener a los
hombres de la Legión Árabe retenidos en sus posiciones. Excepto en la colina de la Munición, el otrora más
importante de los nudos de la red de construcciones de nuestra línea defensiva
y que ahora era una brecha por donde se colaban los paracaidistas y los
infantes de marina judíos que habían sido desviados del golfo de Aqaba para
combatir en Jerusalén. Por ese corredor comenzaron el ascenso, respaldados por
los vuelos de reconocimiento y destrucción estratégica.
Los enemigos subieron la fila montañosa con
el fin de enfrentar a la segunda línea defensiva. Y cuando las tropas jordanas
de la primera línea, se dieron cuenta de la maniobra, para no verse envueltas
en su retaguardia y poder asistir a los combatientes de la segunda línea, se
vieron obligados a abandonar sus posiciones para ascender antes de que lo
hicieran las brigadas de paracaidistas enemigas.
Nunca he comulgado con el totalitarismo
socialista, pero debo reconocer que, si hubo una nación que luchó a brazo
partido para que se diera el alto al fuego antes de que Jerusalén cayera en
manos sionistas, esa fue la Unión Soviética que, además hizo lobby para obtener
una mayoría de países dispuestos a votar por el cese al fuego.
Si lográbamos proceder a la votación con
la mayoría que teníamos asegurada, nos daría la victoria en la batalla
diplomática y Jerusalén permanecería bajo control árabe. Sin embargo, los
representantes de Israel y sus cómplices, pedían la palabra para dar discursos
larguísimos y enfrascarse en formalidades como mociones de orden y detalles parlamentarios
totalmente superfluos destinados a alargar los debates y posponer el momento de
la votación.
Era la tarde del miércoles 7 de junio de
1967, en las faldas del Moriah, los judíos, había progresado hasta copar las
colinas que rodean la ciudad y nuestros hombres defendían posiciones a la
sombra de los muros de la Ciudad Antigua, lo que hacía que la ventaja
estratégica ahora se inclinara a favor del enemigo, que podía disparar sobre
los enclaves árabes desde las alturas del Monte Scopus y del Monte de los
Olivos.
La lucha era intensa, sin duda, la orden al
ejército enemigo era tomar la ciudad antes de que se diera la votación en Nueva
York. Se luchaba calle por calle y casa por casa. Pero a media tarde, los
infantes judíos, avanzaron por el valle de Josafat para llegar a la puerta de San
Esteban y otros descendieron del monte de los Olivos, parapetándose detrás de
los monumentos funerarios del valle del Cedrón para llegar a la puerta de Los
Leones, pero los defensores de la Ciudad Vieja no contaban con armas anti
carros y la infantería enemiga pudo entrar detrás de ellos y desparramarse en
tropel por las callejuelas de la ciudad
Antigua.
A partir de ese momento, tuvimos en
angustia por desconocer el giro de las acciones, aunque imaginábamos lo peor. Esto
se prolongó hasta que nos llegaron noticias directas desde Nueva York: Ya no
había necesidad de proceder a la votación, pues Israel accedía a negociar el
cese al fuego con Jordania.
Con esa noticia estaba todo claro: la
estrella azul de las seis puntas ondeaba sobre la explanada de la mezquita de
Al Aqsa.
![]() |
Israelíes en los predios de Al Aqsa |
Esa misma noche, las nuevas autoridades
militares, les exigieron a los habitantes del barrio árabe de Mugrabi, que
quedaba a la vera del llamado Muro de las Lamentaciones, que desalojaran sus casas
porque serían requisadas en vista de una alerta de almacenaje de explosivos. Y
las familias, solo con sus documentos personales, sus mascotas y apenas la ropa
que tenían puesta y cosas valiosas salvadas a la carrera, tuvieron que
retirarse a pasar la noche, casi a la intemperie, a unas carpas habilitadas por
el Ejército de ocupación fuera de los muros de la ciudad.
Al día siguiente, las casas de la mitad
del barrio que colindaba con el Muro, habían sido derribadas con todo y
mobiliario, por las palas y las orugas bulldozers, retroexcavadoras y camiones
volteo que retiraban los escombros y así habían trabajado de día y noche,
alumbrados por grandes reflectores hasta
que, un barrio de más de setecientos años de antigüedad, cuyas familias habían
vivido allí por generaciones, fue transformado en la llamada «Explanada del Muro», una suerte de enclave de peregrinaje
judío en medio de un barrio árabe. Y las familias damnificadas solo recibieron
como contrapartida, la inclusión de sus nombres en unas listas con la promesa
de que se les ubicaría en casas nuevas y se resarcirían los daños. En otras
palabras, les quebraron las piernas para facilitarles unas flamantes sillas de
ruedas y de paso, pretender que estuviesen agradecidos por ello.
——
Al rey Hussein, heredero directo del
Profeta por la dinastía hachemita, se lo suele acusar de ser el responsable de
la pérdida de Jerusalén y sus lugares santos. Quien así habla, no tiene ni la
más remota idea de las presiones a las cuales fue sometido, y no considera el
hecho de haber procedido basado en una información falsa facilitada −no por el
enemigo− sino por sus propios aliados. Ya lo dijo el Corán, que el brazo del
hombre es débil y su corazón engañoso. Depositamos nuestra fe en un mortal y luego
culpamos de nuestros males a los bastardos judíos, pero no queremos ver que
somos nosotros mismos los que nos despedazamos mutuamente.
Mi nombre es Sayid Al Rafai, súbdito y antiguo
secretario del finado rey Hussein Bin Talal de Jordania y quiero dejar esta
memoria, en vista de que falta poco para que yo sea llamado al reposo de Alá. Mi
propósito con esto no es exonerar al rey de responsabilidad, sino dejar
expuestas las razones por las cuales actuó como lo hizo.
Alí J. Reyes Hernández
Maringá, Brasil,
lunes 5 de junio 2023
Material adicional acerca de la Guerra de los Seis días
Fotos:
https://fdra-aereo.blogspot.com/2019/06/mig-21-ejemplares-arabes-en-las-guerras.html
Moshe Dayan https://sostienepereira.com/revista/88758-historia-16-siglo-xx-historia-universal-30-la-guerra-de-los-seis-dias.html
Nasser https://averdade.org.br/2011/09/gamal-abdel-nasser-e-a-rebeliao-do-povo-egipcio/
Rey hussein https://www.infobae.com/america/realeza/2022/08/11/hussein-de-jordania-un-rey-enamoradizo-y-con-suerte-se-caso-cuatro-veces-y-escapo-a-20-intentos-de
Comentarios
Gracias por compartir una historia que, además, está muy bien escrita.
Saludos.
Un saludo.
👏🏼👏🏼👏🏼
Abrazos!
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ
TOMÁS B En efecto, en estos días, saber ciertos antecedentes es importantísimo para tener el contexto de los dramáticos hechos del Medio Oriente que, por cierto, también nos afecta, aunque creamos que no es así.
JOAQUÍN RODRIGUEZ Muchas gracias mi hermano, no sabes cuánto me animan tus palabras, sobre todo, eso de que se trata de una obra hipnótica. Por cierto, te dejo acá un documental del que tomé algunos datos, creo que te interesará
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ
ANÓNIMO Gracias por tus palabras, aunque lamento que no hayas podido identificarte, de todas maneras, gracias.
JP ALEXANDER Qué bueno, un abrazo hasta Quito.
ALFRED Así que le estoy contando cuentos a quien sabe historias…risas. Total, gracias por tu aporte, es el de un testigo que siguió paso a paso estos hechos. Por cierto, en lo que puedas dale una ojeada a este documental… digamos que para recordar otros detalles
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ
GALILEA Qué bueno que te gustó. Voy a dejarte acá un material adicional por si acaso te interesa profundizar en el tema
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ
ETHAN Interesantísimo lo que me dices acerca de tu padre. Valga recordarlo en este momento. Y en cuanto a OH JERUSALÉN, las célebres palabras que dijera Jesús al ver la Ciudad Santa desde el monte de los Olivos, fue la primera obra que leí de esos escritores que se convirtieron en una de las referencias documentalistas del siglo XX, Dominique Lapierre y Larry Collins. De hecho, luego de esa lectura devoré todo lo demás de ellos ARDE PAÍS, O LLEVARÁS LUTO POR MÍ, ESTA NOCHE LA LIBERTAD y la única novela o ficción que escribieron juntos, me refiero a EL QUINTO JINETE DEL APOCALIPSIS, una obra sorprendente por lo ambiciosa, pero que, décadas después, quedó corta al demostrar que la realidad superó muchas veces a la ficción, me refiero a lo del atentado contra las torres Gemelas en Nueva York… en fin… gracias por recordarme a tan apreciados autores y su lista de obras.
NEDEZDA Gracias por el trabajo que hiciste en leer esta crónica, siendo que se trata de una obra muy importante para mí. Dios te bendiga y gracias por comentar.
MATY Me parece importante lo que dices, y la razón es que un grupo de escritores con los que comparto, me han criticado que, más que obra literaria, se trata de un trabajo técnico, digamos que un reportaje donde la literatura queda en segundo lugar aplastada por lo que ellos llaman “la chapa histórica”… no lo pongo en duda, y creo que es así, porque mi interés divulgativo priva sobre la demostración de alguna cualidad como narrador … en fin… por tu comentario veo que ha valido la pena tal profusión de detalles que, por cierto, se quedan cortos cuando ahondamos en los hechos. Un ejemplo es este documental que te dejo por acá, échale un vistazo en lo que puedas
https://www.youtube.com/watch?v=PzQaNa8YJgQ
Enhorabuena , mil gracias y un abrazo fuerte ALi!