Cómprennos a Alaska ¡Por Favor!
Esa gigantesca península que se proyecta al oeste de Norteamérica había estado bajo la dominación rusa desde los tiempos de la Revolución Norteamericana, pues siempre fue más practicable el transporte desde Siberia que desde Europa, pero para la década de 1860 el comercio de pieles había decaído. La nutria de mar, animal inofensivo cuyo único crimen era poseer una piel muy bella, había sido diezmada a casi su extinción y esto era hecho por cazadores a los cuales era casi imposible controlar, y menos en un vasto territorio carente de funcionarios imperiales, pues ni siquiera los rudos hombres de Siberia estaban dispuestos a permanecer en él. Por otra parte, la Guerra de Crimea había desangrado a la Madre Rusia aunado a los pagos de in dennización a las victoriosas Francia y Gran Bretaña y no podían derrochar esfuerzos en esas soledades sin camino cuando sus propios campos estaban desolados. Por todo esto el zar Alejandro II se vió en la necesidad de oferta