La propiedad (cuento)
A la memoria del escritor austríaco
de origen judío, Stefan Zweig (1881-1942)
El médico, con palabras envueltas en un grueso suspiro, dijo :
─Señor Kanitz, las
probabilidades están en contra, pero haremos todo lo posible por la señora.
Y dirigiéndose a mí.
─Colega, la
intervención puede durar varias horas. Permítanme por favor.
Hizo una reverencia y se alejó hacia los quirófanos
por un pasillo que hacía eco de sus
pisadas. Lo seguimos con la mirada hasta que al final cerró una puerta. Fue
entonces que me percaté que si yo no reaccionaba el señor Kanitz tampoco lo
haría. Le toqué el brazo y lo dirigí a la salida. Tenía que sacarlo de esa
atmósfera hospitalaria que resultaba tan opresiva. A su cochero y a mí nos
costó subirlo a la calesa.
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El Sanatorio más moderno de Europa se
encuentra en las cercanías de un pueblito al oeste de Viena, donde el trajín de
las recuas y los pregones campesinos contrastaban con la mirada perdida del
señor Kanitz.
Paramos en La Fonda de Purkesdorf. Busqué
la mesa más aislada. Prácticamente lo tuve que sentar.
El hecho de ser el médico de cabecera hizo
que acudiera al llamado del señor Kanitz y trasladáramos a la señora a Viena.
Debido a esos apuros estábamos apuntalados con bebidas y café, sin haber probado
un bocado decente.
─Señor Kanitz ─le dije─, la
jornada promete ser larga, así que más nos conviene que tomemos una buena
comida.
Asintió, y pedí el plato del día. Por
fortuna comía, aunque muy lento. Al finalizar, nos dieron la cerveza de la casa.
Tomó un sorbo casi sin respirar. Él no hablaba y yo no estaba dispuesto a caer
en los formalismos de las frases hechas. Hasta que se llevó la servilleta a la
boca, y luego me habló:
─Doctor. Usted siempre
me ha conocido como el señor Leopoldo Kanitz, magnate de los cereales de
Austria.
Asentí en silencio.
─Pues bien, eso no fue
siempre así. En realidad, mi historia comienza en un olvidado pueblo de la
frontera húngaro-eslovaca. Yo era un niño judío de apariencia enfermiza,
llamado Caleb.
De esa doble identidad ya sabía algo, pues
alguien cierta vez, me advirtió que los bienes de mi distinguido paciente eran
fruto del engaño y la usura.
Trató de sonreír, aunque pareció más bien una
mueca.
─Pero ─continuó diciendo─ a
decir verdad, mi apariencia bobalicona era una farsa. Mi padre murió evitando
que una turba antijudía incendiara la casa de su familia. Para levantar a sus
niños, mi madre tuvo que trabajar como lavandera y partera (los inviernos y las
madrugadas también eran horas de trabajo). Además de eso, cuando estaba solo yo
cargaba los talegos y me ofrecía a cuidar los caballos a las puertas de los
negocios, o a llevar las cestas de las vendedoras al mercado, a cambio de un
puñado de patatas. Empacaba y hacía mandados a los comerciantes. ¡En fin! Ese
mocoso judío, en realidad, se había convertido en una astuta máquina
oportunista para el menudeo. Y a una edad en que los otros niños jugaban
alegres con canicas, yo sabía lo que costaban todas las cosas, dónde y cómo se
compraban o se vendían y cómo hacerse indispensable.
Hizo una pausa mientras
doblaba la servilleta y al dejarla en la mesa prosiguió.
─Y todavía saqué tiempo
para aprender. El rabino me enseñó las operaciones matemáticas básicas, además
de leer y escribir, de forma tal que, a los trece años ya podía reemplazar al
secretario de un abogado y llenar los formularios de impuesto de los
comerciantes. Pero, a pesar de lo atareado de mi día, no dejaba de leer. Así
que, para ahorrar combustible, me sentaba debajo de la linterna de señales
próxima a al paso de nivel ─el pueblo carecía de estación─ y ahí leía rimeros
incompletos de libros, facsímiles y periódicos que otros habían tirado.
Me constaba que ese interés por la lectura de
Kanitz era obsesivo, y recordé la vez que, estando en su despacho, me llamó la
atención un título y de una vez me dio la sinopsis. Y al preguntarle, me indicó
que todos los libros los había leído.
─Al poco tiempo estaba convertido
en el hombre que en todas partes tiende un puente entre la oferta y la demanda.
Por otro lado, tenía un olfato para las mudanzas, ofreciendo la carreta más
económica (yo era el mago del regateo) ─lo dijo con un aire indudable de
complicidad─ y estaba dispuesto a comprar cualquier cosa
difícil de llevar y ganaba mucho con su reventa, llegué a tener un local
destinado a estos menesteres, tasaba, y permutaba lo que se me pusiera delante.
─A los veinte años me
convertí en agente de una compañía de seguros internacional y salí del pueblo
para instalarme en Viena.
─No fue fácil mi
inserción en una sociedad tan refinada como la vienesa de finales del siglo
diecinueve. A pesar de que Austria y Hungría están arropadas por el mismo reino
de los Habsburgo, a los húngaros se nos considera extranjeros en Austria, y mucho
más, si se trata de uno de tan poca monta como yo. Por eso, y para mejorar mi
apariencia, me vi precisado a hacer un gasto en tres gabardinas de etiqueta y
en algunas camisas de buena calidad a precio de mayorista ─que solo tenía que
mandarles a voltear los cuellos cuando estaban a punto de deshilacharse─ y unos lentes de montura
dorada que me daban un aspecto de académico.
Al menos no había variado mucho en cuanto a
su apariencia… pensé. Entonces prosiguió.
─Al principio, apenas me
toleraban, pero eso me tenía sin cuidado. Mi lema eran tres palabras: “Se lo
tengo”. Además, manejaba mucha información y si no la poseía, sabía dónde
buscarla. Había aprendido que la fuente más inusitada eran esos personajes que
suelen pasar inadvertidos: los mesoneros, porteros, botones, y los trabajadores
de barra de un cafetín. De hecho, en una buena conversación con un cochero se
pueden conseguir datos más valiosos que los obtenidos en una reunión de
accionistas. El caso es, que llegó el momento en que los mismos que antes me
veían de reojo, pasaron a solicitarme, y a veces con urgencia.
─La aurora del nuevo
siglo nos traía de asombro en asombro por la cantidad de innovaciones. Estaba
claro que en el siglo veinte el desarrollo sería tal, que las guerras pasarían
a ser solo un mal recuerdo que no volveríamos a repetir, pues esa energía
humana del belicismo, se estaba desviando hacia la ciencia, los deportes, las
artes y la generación de bienes y servicios. Por ejemplo, la producción
agrícola llegó a masificarse con la llamada “mecanización del campo” así que,
viendo su rentabilidad, me convertí en intermediario y proveedor de seguros
agrícolas. Gracias a ello, mis negocios comenzaron a extenderse, mediando en la
venta de cosechas enteras. Hasta llegué a proveer para el mismo gobierno de Su
Majestad.
Se detuvo un momento mientras abría el sifón
del pequeño barril colocado en la mesa y se servía
otro poco de cerveza.
─Mi estilo de vida,
tesonero y ahorrativo, me estaba acercando al medio millón de coronas. Podía
considerarme como un hombre acaudalado. Con todo, no dejé de mostrarme siempre
de bajo perfil; prefería el papel de “agente”, pues es un calificativo modesto
que puede ocultar muchas cosas. Estudié el Código de Comercio hasta aprenderlo
de memoria, de forma tal que yo fuese mi propio abogado. En ese tiempo ya tenía
contactos en todas partes, y hasta los abogados me debían favores. Por eso solía
llegarles con documentos ya redactados y les pagaba una minucia solo por su
firma y sello.
Tomé un sorbo para degustar mejor lo que
oía. Si algo admiraba de Kanitz era esa
tenacidad a la hora de aprender. En vista de la enfermedad de su esposa, me
citaba los textos de medicina que revisaba
en la biblioteca de la Facultad y los discutía por autores. No obstante, nada
de lo que había dicho podía explicar su situación actual. Pero decidí guardar
silencio, si él no lo decía; yo no se lo iba a preguntar.
─Por supuesto Doctor ─dijo como si despertara de un sueño─ ya sé lo que
se está preguntando. ¿Cómo es que Caleb, llegó a convertirse en el señor
Leopoldo Kanitz?... y procedió a tomar un largo trago.
─Fue una noche en un
tren de pasajeros entre Budapest y Viena.
Guardé los lentes, saqué de mi valija de mano una manta escocesa, me
cubrí la cara con el sombrero y me senté arrebujado en un rincón. Si hay algo que
había aprendido desde niño era que para dormir lo único que se necesita es
sueño. Pero esa noche no pude hacerlo, pues a mi lado había tres personas que
hablaban de negocios, y ese es un tema que suele desvelarme.
“─Figúrate que prefirió echar por la borda su
prestigio de profesional, por
embolsillarse unas cuantas miles de coronas. Bueno, ahora, si quiere, podrá
cerrar el bufete por un año” ─dijo uno de ellos─
─Me despabilé en un
santiamén tal cual un perro zorrero al oír la trompeta de los jinetes que
llaman a la cacería. Bajé aún más el ala del sombrero y al mismo tiempo
aproveché cada movimiento del vagón para acercarme más y pude dilucidar que el
joven que hablaba era el escribiente de un abogado y se refería a su jefe. Y
continuó diciendo.
“─Por asistir a una
absurda reunión, llegó con un día de retraso a Budapest y entretanto, esa “buena
para nada”, se dejó engañar de la forma más tonta. ¡Pero si el testamento era
impecable y los diagnósticos de que la Orosvar estaba en posesión plena de sus
facultades, eran irrefutables! Esa caterva de buitres jamás hubiese heredado un
solo héller,
a pesar de los artículos escandalosos que Wezner, el
abogado de los deudos, hacía publicar todos los días. Entretanto, el zorro de
Wezner le hace una visita a la tonta, y que “de cortesía”, y la muy estúpida
entra en pánico ─y
el escribiente, imitando el acento del norte de Alemania─ “Pero si yo no quiero
tanto dinero; yo lo que deseo es mi tranquilidad”. Bueno, ahora tiene su
tranquilidad, y esos buitres, en cambio, tienen las tres cuartas partes de su
herencia, porque la muy tonta firmó el arreglo más absurdo.”
─Bien Doctor, con estos
fragmentos comprendí qué se trataba de un escándalo que se estaba ventilando en
la prensa húngara a todo vapor. Le explico:
─La princesa Orosvar de
Ucrania, era una anciana… perdón, ese calificativo no cuadra. Digamos que era
una vieja bruja amargada, que estaba resentida contra los demás Orosvar, porque
a ella, y solo a ella ─que ya era viuda─ la difteria le había
arrebatado a sus dos hijos en una misma noche. Nunca más quiso volver a
Ucrania. Era la dueña de la mansión Kekesfalva, pero desde que quedó sola, si
acaso pasaba dos o tres meses en ella. Lo normal era que se dedicara a ahogar
su amargura viajando por el mundo y residiendo en las suites de los
mejores hoteles de Niza y Montreux. Pero, a pesar de esa vida de lujos, solía
regatear como una verdurera, bebía como un cosaco, e insultaba como un
estibador de muelle. La única persona que toleraba a su lado era a su dama de
compañía, quién tenía que atenderla lo antes posible al menor de sus caprichos,
además de leerle y tocarle el piano cuando a la vieja loca le provocaba o
estaba en medio de una de sus crisis ─al igual que David al rey Saúl─, y lo que era peor,
dejarse insultar por la tontería más nimia. Pero, aunque se avergonzaba de la
manera brusca conque la vieja obesa abusaba de los demás y de ella, en realidad
le temía como al mismo diablo.
─Cuando la vieja tenía más de setenta años, cayó con pulmonía (se me olvidaba decir que fumaba como una locomotora). Sin ponerse de acuerdo, los parientes viajaron a Niza. La vieja no tardó en enterarse de tanta preocupación y, a fuerza de malicia, luchó por sobreponerse.
»Cuando los familiares advirtieron que se disponía a bajar al hall, se dispersaron en el acto. Pero ella ya había sobornado a los mozos para que le repitieran todo. Habían peleado como lobos para ver quién se quedaba con Kekesfalva, quién con los palacetes de Budapest, quién con la mansión Orosvar de Kiev y quién, con las otras posesiones ucranianas.
»Pero la gota que derramó el vaso llegó un mes después cuando, en medio de su convalecencia, llegó la carta de un prestamista de Budapest comunicándole que no podía prolongar más el crédito a su sobrino-nieto, a menos que ella tuviese la amabilidad de asegurarle, por escrito, que él sería uno de sus herederos.
»De inmediato telegrafió a su abogado, a su médico de
cabecera y a un médico adicional, para que se apersonaran en su suite.
La finalidad: redactar su testamento.
─Años después; a su
muerte (que para pesar de sus familiares tardó más de la cuenta) la caldera
explotó y trascendió a la prensa, convirtiéndose en un melodrama por entregas.
Resultó ser que la heredera fue su dama de compañía: una tal señorita Annette
Dietzenhof. Lo único que no heredó fue el dinero
en efectivo, porque quedó destinado a la construcción de una iglesia ortodoxa
en su ciudad natal (al parecer, la arpía tenía un alma que salvar), pero a los
parientes… ni el saludo de despedida.
─Como era de esperarse,
la parentela alzó el grito al cielo, y sus abogados presentaron las objeciones
de rigor, aduciendo que la testadora no estaba en sus cabales sino que era víctima
de una relación de dependencia por la sugestionadora influencia de su dama de
compañía. Por otra parte, le agregaron el ingrediente patriotero de que las
propiedades siempre habían sido húngaras. Estaba claro que la Orosvar era una
vende patria, al formar con su decisión, una tenaza a la mismísima soberanía
húngara, porque, por un lado, parte de la herencia pasarían a las arcas de la
iglesia ortodoxa, la misma que estaba dirigida desde Rusia. ¿Y acaso no eran
las zarpas del Oso ruso las que siempre había tratado de apoderarse de la
pequeña Hungría? Por otro lado, el grueso de las propiedades pasarían a manos
de… ¡una prusiana imperial! ¡Eso era el colmo! Pero, a pesar de la polvareda,
el pleito ya lo habían perdido en dos instancias pues los médicos firmantes
insistían en el pleno uso de las facultades intelectuales de la testadora. Todo
indicaba que el próximo fallo respaldaría las decisiones anteriores.
El señor Kanitz paladeó la cerveza
lentamente, pero no por saborear la bebida, sino para darme tiempo de asimilar
lo que me había dicho.
─Bien Doctor, como
comprenderá, de cada palabra que pronunciaba el escribiente en ese vagón, yo
sabía de la “A” a la “Z”. Y lo mejor era que yo conocía la propiedad de
Kekesfalva desde mis tiempos de agente. Comprendí que el abogado de los
familiares había dado un golpe maestro al proponerle por escrito a la señorita
Dietzenhof que renunciara a los palacetes y la mansión Orosvar, para quedarse
tan solo con las posesiones austríacas de Kekesfalva, las caballerizas y los
molinos. Pero, ¿Por qué el abogado de la Señorita no quiso anular un papel sin
respaldo notarial y que ponía en juego su prestigio como litigante de éxito?
Por dos razones:
porque
estaba enojadísimo a causa de una clienta estúpida que, en vez de consultar con
él, se había dejado quitar un millón redondo de coronas. Y la otra fue porque,
bajo cuerda, le habían ofrecido una buena suma en coronas contantes y sonantes.
─A todas estas, retomé
la conversación de los pasajeros.
“─¿Qué hará ahora con
esa propiedad?” ─Inquirió
uno de ellos─
A lo que el escribiente respondió.
“─¡Qué más puede hacer! Anótalo que la va a perder más rápido de lo que la obtuvo. De buena
fuente te digo que la Superintendencia imperial de Silos ya tiene planteado
quitarle los molinos. Esta misma semana la visitará el director general…”
─De allí en adelante no
me interesaba. Ya tenía bastante en qué pensar. Hacía mucho tiempo que había
estado en Kekesfalva para asegurar el mobiliario, y conocía a su administrador,
Petrovic, referencia que no era buena ni para él ni para mí, en tanto que, por
la fachada de mis negocios, él desviaba dinero de la administración. Pero lo
más importante, a mí parecer, era una vitrina llena de porcelana china y
estatuillas de jade obtenidas por el abuelo de la Orosvar cuando fue embajador de
Rusia en Pekín. Nadie mejor que yo sabía lo costosa de esa colección, pues hice
un inventario para ofertarla a una casa de subastas de Chicago. Era un buen
negocio para la Orosvar, pero la arpía en vez de agradecerme, lo que hizo fue
mandarme al diablo gritando que las cosas de su abuelo se quedaban donde
estaban.
─Levanté el ala del sombrero.
Simulé que me desperezaba, bostecé y consulté el reloj. Precisamente faltaba
media hora para que el tren pasara por la estación del pueblo donde estaba
Kekesfalva (yo había pagado hasta Viena, pero por esa porcelana valía la pena
perder ese pasaje). Me quedé en la única hostería del lugar, y a las siete ya
estaba listo porque quería ser el primero en hablar con Petrovic.
─Al llegar constaté que
la casa ─ese
amplio chalet de estilo campestre tradicional, a la sombra de abedules y pinos─ estaba muy bien
conservada y recordé que, por cada reparación, quedaban jugosas comisiones para
Petrovic. Por cierto… toqué y volví a tocar
y nadie salía ¿Y si Petrovic se hubiese marchado a Budapest a negociar con la
Dietzenhof?. El patio principal permanecía vacío. Caminé por la cerca
perimetral y vi la casita anexa que funcionaba como administración… nadie
respondía. Me estaba poniendo más nervioso de lo que ya estaba. Seguí buscando
hasta que pude ver a través de los cristales del invernadero la imagen borrosa
de la jardinera que regaba las flores. No me oía; me vi precisado a tomar una
piedrecita y lanzarla hasta el vidrio. Solo así fue que salió, secándose las
manos en el delantal.
─El mal rato de las llamadas sin respuestas,
hizo que olvidara mis principios en cuanto a la cordialidad en el trato con la
servidumbre y, sin ni siquiera saludarla, la increpé a través de la reja.
“─¡¿Dónde está
Petrovic?!”
“─¿A quién busca?”
“─¿Cómo que a quién
busco? ¿Cuántos Petrovic hay aquí? ¡Petrovic… el administrador!”
“─Ah, perdón… el señor
Administrador… sí, sí, ya sé… aunque no está aquí. Dicen que está en Viena.
Pero llega esta noche.”
─Para mis adentros…”esperar,
esperar y gastar y gastar”. Tener que pagar otra noche en la hostería, sin
saber si ese zorro redomado no había liquidado ya esos trastos chinos a precio
de gallina flaca.
“─¡Qué contratiempo!...
a ver… entre tanto, ¿pudiese contactar a la persona que tiene las llaves de la
casa?”
“─Pero… señor… ¿no va a
esperar al señor Administrador?”
Estaba claro que tenía que cambiar la
estrategia; hasta era posible que tuviese que dejarle una propina a la señora.
Decidí mostrarme menos ansioso y más conciliador.
“─Para eso no es
necesario que Petrovic esté aquí. Es que necesito hacer una revisión breve. Soy
el agente de seguros del mobiliario (mentí) y así podemos adelantar mucho el
papeleo… por favor”.
─Asintió, bajando la
vista cuando la miré a los ojos. Me abrió la reja y la seguí hacia una puerta
de servicio. Faltó poco para que me impacientara de nuevo, pues la jardinera era
tan torpe buscando las llaves en una cartera, que pensé que Petrovic estaba
contratando el personal más inútil de la comarca. Y para desviar la atención de
la embarazosa situación, pregunté sin mucho interés.
“─¿Cuánto tiempo tiene
trabajando la jardinería aquí?”
“─Me gusta cuidar las
flores… pero, a decir verdad, no sé mucho de jardinería.”
Lo que faltaba… Petrovic
contratando aficionados.
“─Y entonces, ¿Qué
papel desempeña usted?”
“─Yo soy … bueno, yo
fui… la dama de compañía de la señora Princesa.”
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─Créame Doctor que la
respiración se me cortó. Y déjeme asegurarle que era difícil que alguien me
hiciera perder la compostura.
“─¡¿Es usted la
señorita Dietzenhof?!”
“─Sí …yo soy.”
Contestó bajando la
vista, como si eso fuese motivo de vergüenza; mientras que yo estaba perplejo
por haber tratado de forma tan áspera a la célebre heredera. De inmediato me
quité el sombrero y dije, de manera atropellada:
“─Le ruego que me
disculpe, porque nadie me había informado que usted estaba aquí. Mi visita solo
se debe a lo del seguro… desde hace años he trabajado para la Princesa y
necesitaba saber si el inventario estaba completo… estamos obligados a eso… usted
entenderá.”
─Y sin abandonar su
timidez, me respondió.
“─Claro, claro. La
verdad es que yo no comprendo de esas cosas. Por eso es preferible que hable
con el señor Administrador… y en cuanto al mobiliario… usted mismo puede
comprobar que nada ha cambiado.”
─Ya en la sala, lo
primero que ubiqué fue la vitrina con la porcelana china y las obras de jade.
¡Qué alivio!, luego, el antiguo piano vertical, pero más que eso, estaban las
pinturas, el paisaje con el campamento gitano de Munkács, que usted ya conoce y, lo que es mejor, dominando la sala,
el retrato al óleo del abuelo Orosvar, ataviado con sus condecoraciones. Al
parecer, ese cuadro no significaba mucho para sus propios descendientes. Mejor
así, porque lo que ellos ignoraban era que lo había pintado, nada más y nada
menos que Phillip László.
─¡Todo estaba allí! Petrovic no se había llevado nada. Él era ducho en asegurarse su parte en las toneladas de avena, cebada, forraje, azúcar y reparaciones, pero de arte no sabía ni un tiesto. Entretanto, la señorita Dietzenhof trató de colaborar con la revisión abriendo las persianas del amplio ventanal, bañando de luz el salón y exponiendo el paisaje de la dehesa. Al sur, el granero, las caballerizas y al fondo, las extensiones cultivadas que culminan en el ingenio de molinos.
Entre
tanto, la señorita estaba detrás de mí, al lado de la ventana, con sus manos
agarradas al frente del delantal y ligeramente inclinada, como viendo el piso.
Entendí que era necesario que ella se involucrara en la inspección. Debía decir
algo para hacerla hablar.
“─Una vista muy bella…
debe ser magnífico vivir aquí.”
“─Sí… debe ser.”
─Su respuesta fue más
por no llevarme la contraria que por convicción. Y al darse cuenta de su propia
contradicción, trató de rectificar.
“─La verdad es que la
señora Princesa nunca se sintió a gusto aquí. La planicie le causaba
melancolía; prefería la costa del mar.”
─Vino una pausa
embarazosa. Tenía que seguir el diálogo.
“─Bueno, Señorita,
ahora lo importante es que usted no piense como ella… ¿Tendremos el privilegio
de que se quede con nosotros?”
“─¿Yo?... ¡No!... ¡Oh
no! ¿Qué he de hacer yo sola en esta casa tan grande?... no, no, no, yo me
marcharé tan pronto todo quede arreglado.”
Fue la única expresión donde aplicó un
poco de energía. No obstante, sus ojos azules se desviaban de continuo hacia el
suelo. Me percaté de que estaba en presencia de un ser al que le habían anulado
la voluntad, un ser incapaz de tomar decisiones por sí mismo. Y dejando de lado
el sicoanálisis pensé en lo que en realidad me interesaba. ¿Quién sabe si yo
pudiese servir como intermediario para arrendar todo esto y dividir la comisión
con Petrovic? ¡Al diablo con la porcelana china!
“─Señorita… tiene usted
mucha razón. Una propiedad es, a la vez, una gran preocupación. Discusiones a
diario con el administrador, el personal de la casa y, ni hablar, de los
abogados y los cobradores de impuestos. En cuanto se dan cuenta de que hay
dinero de por medio, enseguida pretenden extorsionarlo a uno hasta lo último.
Incluso llegan a tratarnos como a un enemigo… en efecto… una propiedad como
esta requiere de una mano firme, y aun así es difícil.”
“─¡Sí!... Sí, yo no
sabía que la gente fuera tan feroz cuando se trata de dinero.”
─Mientras que yo
asentía muy serio, mi mente volaba. ¿Cómo se pudiese arrendar? ¿A través de un consorcio?
¿O de varios? Uno que se encargara de Kekesfalva, otro del ingenio molinero.
Pero Petrovic reclamaría ser el subarrendatario… hasta que me di cuenta de que
mi silencio se prolongaba. Tenía que mantener la conversación.
“─Lo peor son los
pleitos. Y eso es a cada rato. La verdad es que esto es una carga. Más vale
vivir con algo modesto; pero en paz.”
─De repente ella
levantó su rostro y en un profundo suspiro, me dijo:
“─Una carga terrible… ojalá
pudiera venderla.”
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Diciendo esto, el señor
Kanitz fijó sus ojos en mí, pero no era a mí al que veía, sino a través de mí.
De forma inconsciente miré a los lados. Los comensales más cercanos estaban a
dos mesas; no existía el temor de que alguien dijera que mi interlocutor había
perdido la cordura. Aunque, teniendo en cuenta que ese entusiasmo inusitado se
producía a pocas cuadras del sitio donde su señora se debatía entre la vida y la
muerte, quedaba en claro que en medio de su drama sentía la necesidad de
desnudarse ante Dios mediante la confesión a un hombre. Dudoso privilegio que
me había tocado. Aunque, también podía recurrir al recuerdo como anestesia ante
el dolor que lo traspasaba. Entretanto, vi como se tomaba otro trago sin
respirar, para luego proseguir.
─Comprenderá que la
oportunidad de mi vida la veía venir como un globo que se desvanece y desciende
directo hacia uno. ¡Comprar Kekesfalva! Hacía un instante era imposible
pensarlo.
La emoción que se reflejaba en la mirada de
Kanitz era elocuente, como si de nuevo estuviese viviendo ese momento. Guardó
silencio un rato y de nuevo siguió.
─Traté de no delatar mi
estremecimiento y, luego de respirar profundo, comencé a hablar lo más
circunspecto que me fue posible.
“─Vender… claro, señorita…
vender es fácil… pero vender bien. Encontrar un gestor inmobiliario honesto,
que consiga el precio justo… eso es lo difícil, pues lo que abunda por ahí son
leguleyos que solo quieren enredarlo todo en una madeja de trámites para
terminar esquilmándolo a uno. Lo mejor es no meter a los abogados en esto
porque les encanta oscurecer lo que está claro; ellos estudian Derecho, pero
solo para ver cómo lo tuercen. Por otra parte, estoy obligado a prevenirla de
antemano. Si va a vender debe hacerlo de contado. No acepte letras o pagarés si
no quiere ganarse un dolor de cabeza por años”. ─Y mientras yo hablaba
mi mente hacía sus propios cálculos: ¿Le
habrán hecho una oferta antes? Porque yo estaría dispuesto a desembolsar
cuatrocientas cincuenta mil coronas. Al fin y al cabo, están incluidos los
cuadros, que solos, ya son una fortuna. Pero si se redondea a las quinientas
mil, que todavía sigue siendo una ganga, tendría que vender el apartamento y el
local que tengo alquilado, además de meterme en una deuda que al fin y al cabo
valdría la pena, porque estaría por debajo de las setecientas mil coronas que
creo debe costar el grupo de la casa, el predio y las instalaciones
industriales─.
“─Por cierto señorita
¿Tiene usted una idea aproximada del precio?”
“─No.” Contestó
perpleja, y fijó en mí sus ojos muy abiertos.
─Como puede ver Doctor, esto me complicaba las
cosas, porque el que no tiene un precio recurre a los informes y viene la puja
con valores cada vez más altos, además de que pasa el tiempo y se cae el
negocio. En consecuencia, decidí que no debía soltarla hasta que no me
estableciera un precio.
“─Pero, Señorita… se
requiere un precio. También, saber si la casa está afectada por una hipoteca.”
“─¿Hipo… hipoteca?”
“─Quiero decir, si la
propiedad está al día con sus deudas… en alguna parte debe existir una
transacción aproximada que nos aclare las dos cosas… un documento… ¿Su abogado
no le mencionó una cifra?”
“─¿El abogado?... sí,
sí… espere… algo me escribió acerca de unos impuestos, pero estaba escrito en
húngaro. Ahora que recuerdo, él me dijo que lo hiciera traducir, aunque, con
todo este barullo me he olvidado de eso. Está en la casita de la
administración… si usted tiene la bondad y me acompaña… es decir… si no le
molesto demasiado con mis asuntos.”
“─No faltaba más Señorita,
para mí es un placer servirle.”
─Bueno Doctor. De más está decirle que yo estaba estremecido
de emoción. Y ya en la oficina, mis dedos se crispaban cuando la veía afanosa
buscando en una carpeta.
“─Ajá… creo que esta es
la carta y las hojas que le dije.”
─La carpeta tenía una
nota en alemán escrita por el abogado: Esta
lista me la proporcionó un colega húngaro y gracias a él conseguimos una
buena tasación para efecto de impuestos.
Busqué de inmediato la carta en húngaro: Estimado colega… etc.
Nos costó un poco, pero pude obtener tasaciones correspondientes a la
tercera y, en algunos casos, a la cuarta parte del valor real. A
continuación venía la lista también en húngaro. No hallaba cómo disimular el
temblor de la hoja en mis manos; buscaba en los renglones lo único que me
interesaba: Kekesfalva y sus instalaciones anexas. El avalúo era de ¡Ciento
noventa mil coronas! La tercera parte de las setecientas mil que yo había
calculado. Mi corazón estaba a punto de reventar. Mi rostro estaba pálido, lo
sabía porque sentía el hormigueo de la sangre que huía de mi rostro. ¿Cuánto le
ofrecería ahora?
─Si hay algo en lo que
soy rápido, es en manejar operaciones matemáticas sin necesidad de apuntarlas.
¡En el aire! Pero en ese momento estaba como dislocado. Los números hacían
volteretas delante de mis ojos tal y como lo hacen en las máquinas de los
casinos. Hasta que su voz me trajo de nuevo a la Tierra.
“─¿Es ese el papel que
estamos buscando? ¿Usted lo entiende?”
“─En efecto señorita… el
abogado le informa que se ha tasado el valor de Kekesfalva en ciento noventa
mil coronas. Pero… desde luego, este es un valor nominal.”
“─¿Nominal?”
“─Si… nominal porque no
es un valor real… digamos que se trata de una cifra tentativa. Una
tasación oficial no tiene por qué ser un precio de venta… es, más bien… cómo le
dijera… ─Yo estaba temblando pero tenía que ser ahora o nunca─ … es decir, no
se puede contar con la seguridad de obtener todo ese valor. Pongamos por caso;
si el objeto es tasado por ciento noventa mil, entonces, lo más seguro, es que
obtengamos un precio de ciento cincuenta mil. Suma, con la que podemos contar.”
“─¿Cómo es la cosa?
¿Puede repetir la cifra, por favor?”
─Su voz era de incredulidad. Me pareció como
la que se emplea para dominar la cólera retenida. La sangre se agolpaba en mis
sienes y zumbaba en mis oídos. ¿Acaso mi avaricia estaba a punto de romper el
saco? ¿No sería mejor doblar la cantidad, llevarla a trescientas mil coronas,
que todavía seguía siendo una ganga?
─Pues bien Doctor,
hasta aquí me había acompañado la suerte y precisamente, ella es el producto de
tres factores: La preparación, la oportunidad y la determinación. Esta última
era la que tenía ahora que poner en juego. En juego, y a una sola carta. Si ya
había hablado, no había vuelta atrás. Entonces, mientras las venas de mis sienes
retumbaban como bombos, desvié mis ojos de los suyos y dije en el tono más
humilde que pude.
“─Esto es lo que
pediría yo. Ciento cincuenta mil coronas.”
─Lo siguiente que oí
detuvo el tropel de mi corazón. ¡Lo paralizó!
“─¡¿Tanto?!... ¿Usted
cree que alguien estaría dispuesto a pagar tanto?”
─Necesité un tiempo para responder ¡Estaba sin
aliento! Esa fue una de las pocas veces que le hablé con la más llana honradez
y casi en un suspiro.
“─Sí Señorita. No tengo
la menor duda de que usted podrá obtener esa suma.”
--------------
El señor Kanitz
temblaba. Tomó otro sorbo y se recostó del asiento. Respiró profundo antes de seguir.
─Doctor. Es bueno que
entienda que cuando fui a esa casa, lo menos que pasaba por mi mente era tranzarme
en un negocio tan ambicioso… si lograba concretar esa compra, en cuestión de meses
iba a estar en capacidad de ganar más de lo que había ganado en casi treinta
años de pequeñas transacciones. De allí en adelante comenzaron las horas de
mayor desasosiego de mi vida. No debía soltar a la heredera por nada del mundo.
Tenía que sacarla de Kekesfalva antes de que viniera Petrovic, y en el proceso,
no debía revelar que yo era el comprador.
Kanitz hizo una pausa que parecía
estudiada. Desvió la mirada de mí y luego, como regresando de sus cavilaciones:
─¿Sabe Doctor? Antes de
que alguien me acuse de mísero estafador y cosas por el estilo (y no le quitaré
la razón) es necesario que se analice la otra cara de la moneda. Lo que le voy
a decir lo supe después. Y lo pude obtener apelando a un sinfín de delicadezas
para sacar fragmentos de frases que luego completarían el rompecabezas de lo
que pasaba por el alma de esa dama, y que en ese momento yo ni siquiera
sospechaba.
─El caso es, que la pobre heredera al llegar a su propia casa había experimentado lo amargo que puede ser el resentimiento más cruel, pero a la vez predecible, si tomamos en cuenta que ninguna envidia es tan insidiosa como la que emana de esos seres subalternos cuando el compañero es sacado del yugo donde ambos permanecieron uncidos por años y elevado en alas de ángeles a los dinteles celestiales. Las almas mezquinas perdonan más fácil a un príncipe la riqueza más extravagante que la libertad más modesta al que ha sido igual a ellas en su destino. La servidumbre de Kekesfalva recordaba cuántas veces, en sus accesos de soberbia, la princesa había tirado el peine a la rubia cabeza alegando que la había maltratado al peinarla y como esa, mil humillaciones más que en el resto del personal no solo provocaban miedo a ser víctimas de sus arrebatos sino también lástima por esa pobre alemana. Pero ahora esa lástima se había trocado en rencor al verla convertida, sin más ni más, en la flamante dueña de Kekesfalva. Aunque, si de algo estaban seguros era que ese artificioso rol de propietaria que ahora ostentaba “la prusiana”, sería algo meramente transicional. Por ejemplo, Petrovic tomó el tren a Viena para no tener que saludarla, y la esposa de éste, que tenía el cargo eventual de ayudante de cocina en la casa ─y que por ser la esposa del administrador poseía un juego de llaves─ ni siquiera se dignó en recibirla. El sirviente que la recibió puso su valija en la puerta de su habitación, dio media vuelta, y se fue. Pasó esa tarde virtualmente sola; se sentía cansada, no como fatiga física sino como algo en su ánimo. Quiso recurrir a la música, pero ya se imaginaba lo que podían decir en la casa al escuchar las notas del piano; trató de leer, y tampoco se podía concentrar. Llamaron a su puerta y una voz le anunció que la cena estaba servida. En efecto. No obstante, lo hizo íngrima y sola en un comedor silencioso. Ella misma llevó los platos a la cocina y los lavó, y aún, antes de dormir, tuvo que oír a través de su ventana conversaciones en voz alta que giraban alrededor de frases como “cazadora de herencias” y “carita de yo no fui”.
Esas primeras horas enseñaron a esa dama de sensibilidad tan delicada,
que la casa se había transformado en un nido de víboras. Por eso, cuando conoce
a un hombre tan enterado y comedido, que le propone buscar a un comprador
seguro, que le da recomendaciones sensatas de cómo invertir el monto de la
venta y de paso, se presta para asesorarla… ¡en fin!, era casi un mensajero del
cielo. Por eso, no indagó más y puso a mis órdenes todos los documentos además
de aceptar la proposición de viajar esa misma tarde a buscar al comprador
(antes de que apareciera Petrovic). Todo fue muy rápido y cuando quisimos ver
estábamos en el expreso a Viena. Viajábamos en primera clase. En este caso el
sorprendido era yo, porque era la primera vez que me sentaba en los asientos
tapizados de listas beige y grosella de un vagón premium.
─Ya en Viena, la instalé en un
hotel céntrico y yo ocupé una habitación cercana. Necesitaba tener armado el
contrato esa misma noche. Eso lo iba a hacer con Gollinger, un abogado de mi
confianza, para así, al día siguiente, dar el golpe de la forma más intachable.
Pero, por otra parte, yo estaba en ascuas porque no me atrevía a dejar sola a
la dama ni un minuto. Lo que se me ocurrió fue proponerle concurrir a la ópera
en tanto que yo trataría de contactar al señor que estaba interesado en
comprar. Idea que ella aceptó gustosa. Eso me aseguraba dos horas y media para
mi diligencia. Alquilé un coche (yo estaba acostumbrado a usar los carretones
públicos, donde me codeaba con obreros, campesinos, cabras, jaulas y gallinas,
y me dirigí a la casa de mi abogado mercenario, pero no estaba. Me dediqué a
buscarlo hasta que pude ubicarlo jugando cartas en un bar de mala muerte, y le
ofrecí un buen fajo de coronas para montar el contrato y para que, al otro día
en la noche, citase al notario público, quien también recibiría una comisión
por su trabajo fuera de horario. Primera vez que yo hacía esperar a un coche en
la puerta mientras que le dejaba los datos a Gollinger para el documento. Al
finalizar, me hice llevar a toda prisa al teatro. Se me había hecho tarde.
─El público ya salía.
Entré corriendo al vestíbulo. Busqué entre la gente, pero la Dietzenhof no
estaba. Subí a saltos hacia el palco. Tampoco estaba allí ¿Se había extraviado?
¿O era que, al fin, había descubierto mi coartada? Bajé a zancadas al vestíbulo
y la pude reconocer por su cabellera amarilla, de espaldas, contrastando su
vestido sin pretensiones y confeccionado por ella misma, con las elegantes
galas de las damas que la rodeaban. Al verme, me recibió con entusiasmo. Se
había inquietado por no saber de mí, aunque debo admitir que el mayor alivio
fue mío.
─Esa noche, ya en mi
habitación y a pesar del trasnocho anterior, estaba tan nervioso que no podía
dormir. ¡Faltaban tan solo horas, para llegar a la meta! Pero me asaltaba el
temor de que todo se cayera en el último minuto. Así que en previsión de que se
tropezara con su abogado o una persona que la alertara, no me quedó otra
alternativa que alquilar un coche.
─A la mañana siguiente entré cansado al
restaurante del hotel, y ya ella me esperaba tranquila. Luego del desayuno
comenzó la gira. Primero nos dirigimos al banco para indagar lo referente al
cheque de gerencia y las condiciones del plazo fijo, pero no le dije lo más
importante, que necesitaba retirar dinero, pues desde el día anterior yo había
asumido unos gastos que representaban lo que yo gastaba en tres meses. Al
llegar, desplegué todo mi arsenal de relaciones públicas, saludando con
entusiasmo, desde el portero hasta el gerente, para darle la impresión de que
yo era una persona de confianza en la entidad. Al salir de las oficinas
internas la vi sentada pacientemente con sus manos cruzadas sobre la cartera en
su regazo. No era conveniente que tuviese en las salas de espera piensa que
piensa, pues la mente comienza a procesar detalles que al principio no dimos
importancia, pero cuando menos se espera, pueden aflorar encajando como piezas
de un rompecabezas. ¿Y si del fruto de esa relajada meditación surgiera el rayo
de luz que enfocara la virtual estafa? Tenía que impedir eso a como diera
lugar. Así que, al salir del banco hice detener el coche frente a una librería.
Entré azorado y lo que se me ocurrió pedir fue una antología de los mejores
poetas parnasianos de la lengua alemana, recopilados por Heinrich Heine, una
edición en cuero con canto dorado, de 1898. Al subir a la calesa y entregarle
el libro, su entusiasmo fue mayúsculo. Pero lo que ella no sabía era que,
aunque me lo pidiera, yo iba a hacer cualquier cosa para evitar autografiar el
libro, en la seguridad de que, en un futuro inmediato, cualquier objeto que le
recordara mi persona iba a ser motivo de congoja; incluso, pudiese falsificar
la firma y usarla contra mí. Otra cosa que hice fue buscarle conversación en
los trayectos para evitar que reflexionara acerca del paso que estaba a punto
de dar, así que me dediqué a hurgar en sus aficiones descubriendo que se
interesaba por la pintura; lo que resultó excelente, debido a que mi trasiego
como tasador de arte me había obligado a conocer lo atinente a la vida de los
artistas. Cuando ella se refería a los pintores parecía una adolescente
deslumbrada por sus ídolos. Hasta que volvíamos al tema de los trámites; entonces,
su mirada se trocaba en atención muda, pero con cierta impaciencia por “pasar
la página”.
─Comenzamos a trajinar
por toda Viena… digamos que en parte era para comparar y ubicar la mejor oferta
de inversión del importe de la venta, lo que resultó en negociar con la Transnacional
de Ferrocarriles Europeos, la empresa con más competitividad y expansión. Pero
también debo reconocer que mi intención era aturdirla de tal modo, que se diera
cuenta de las dificultades que entrañaba la venta sin el asesoramiento
adecuado. Pero, por lo visto, ella nada que se aturdía. Se sentaba en las salas
de espera y leía hasta que yo la llamaba y la hacía pasar. Mucho después
comprendí que ─con
libro o sin él─
igual iba a esperar de la forma más paciente, porque en todo los años de andar
junto a la princesa las esperas habían llegado a ser parte de su naturaleza.
¡En eso se le habían ido los mejores años de su juventud!
─En cuanto a los
trámites, cualquier cosa que yo le propusiera, ella accedía y procedía a firmar.
Tanto, que en algún momento comencé a sentir la tortura perversa de que si le
hubiese ofrecido tan solo ciento treinta mil coronas, igual las habría
aceptado; porque se evidenciaba que más que obtener un precio, lo que anhelaba
era terminar lo antes posible con el levantamiento de formularios y firmas,
pues, hasta la mera visión del dinero (que ni contaba) le producía una marcada
inquietud. Sin duda, solo quería escapar a su mundo, sus lecturas, tejidos,
patrones de costura, y el piano.
─La diligencia había
durado desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde. Ambos
estábamos exhaustos. Entramos en un cafetín y luego de una breve cena. Le dije.
“─Bueno señorita. La
venta ya puede darse por realizada. Apenas falta la firma ante el notario y
recibir el importe de su transacción. Con esto, quedan tan solo dos firmas para
mañana: la del plazo fijo y la de las acciones.’’
─Su rostro se iluminó.
“─Entonces ¿Podré irme
esta misma semana?
“─Por supuesto. Mañana
a esta hora usted no tendrá que ocuparse más por dinero o propiedades. Tendrá
una holgada renta mensual asegurada de por vida. En adelante usted podrá vivir
en cualquier parte que tenga un banco cerca y, ─por cortesía le
pregunté─ “¿Piensa
ir a vivir con su familia?”
─En ese momento vi como
un pensamiento fugitivo atravesaba su rostro tal cual la sombra de una nube.
“─Puedo ir a casa de mi
sobrina en Wesfalia.
─De inmediato pedí al
mozo una guía de ferrocarriles para plantear todas las combinaciones. Le
aconsejé que pernoctara en Fráncfort, y al día siguiente, seguir descansada a
Colonia (en la publicidad ví el aviso de
un albergue que se veía bien y era económico). Estaba en esto de los pasajes
hasta que consulté el reloj. Detuve todo y nos dirigimos a la notaría.
--------------
─En menos de una hora
quedó todo arreglado… digamos que ese fue el tiempo suficiente para arrebatarle
a la dama las tres cuartas partes de lo que quedaba de su herencia. El notario,
de manera disimulada, vio tangencialmente a la Dietzenhof sobre el borde
superior de sus lentes. Él, como todo el mundo, sabía los pormenores del caso.
Yo adivinaba lo que estaba pensado:
“Pobre
mujer ¡En manos de quién ha caído!”. Pero tuvo la discreción de limitarse a
bajar la cabeza para desplegar el documento con cuidada parsimonia e invitar
cortésmente a la Dietzenhof a firmar. La tímida dama no tuvo otra reacción que
dirigirse a mí que, con un gesto, la animé a firmar; se acercó a la mesa y
escribió lentamente con su letra redonda, clara y todas en el
mismo grado leve de inclinación a la izquierda “Annette María Dietzenhof
Beate”. Luego firmé yo. El notario secó con cuidado las rúbricas y, a
una señal suya, los tres nos levantamos y nos dimos las manos; después lo
hicimos con el propio Escribano.
─Al bajar las escaleras iba yo detrás de la señorita
y detrás de mí, Gollinger me molestaba dándome golpecitos con su bastón y con
la voz aguardentosa me repetía por lo bajo: Lupus maximus.
A pesar de eso, cuando Gollinger se fue y quedé solo con la dama, me sentí en
una situación… de verdad embarazosa. Ahora, esa mujer silenciosa que caminaba a
mi lado había dejado de ser el objetivo a destronar. En otras palabras, “el
enemigo”. ¿Qué podía hablar yo? ¿Felicitarla por la venta, es decir el
desfalco? Y más, cuando la pregunta que debía flotar frente a ella era ¿por qué
yo había firmado como propietario? Su paso ahora era distinto, casi a
conciencia. Caminaba con la cabeza baja, pero por la forma indecisa con la que
daba cada paso (no me atrevía a mirarla a la cara) comprendí que reflexionaba.
¿Había descubierto que yo era el comprador? ¿Por qué no hice la venta a través
de un banco hipotecario? En silencio caminamos media cuadra. Cuando sentí que
carraspeó, como dándose ánimo; y comenzó a hablar un poco atropellada, cosa ajena
a su estilo.
“─Usted perdonará… pero
pienso irme lo más pronto posible y necesito dejar todo arreglado… y como
reconozco el gran trabajo de recurso, preocupación y tiempo que ha invertido… le
ruego que me diga… ¿Cuánto le debo por tantas molestias?”
─¡Esto era
demasiado! En medio de mi aturdimiento,
no pude sino replicar:
“─¡Dios mío, por favor!
Usted no me debe nada.”
─Yo estaba transpirando. ¿Cómo era posible que
esta situación me tomara sin estar preparado? Yo estaba cebado en el trasiego
de la oferta y la demanda ─y sobre todo en la especulación─ y eso me había dado la
perspicacia para prever toda la gama de reacciones humanas. Yo sabía lo que era
que me tirasen una puerta en las narices, un intento de ataque físico,
responder judicialmente ante una demanda, la amarga maldición de alguien que
había quedado despojado, gente que no contestaba mi saludo, o que se apeaba del
carretón escupiendo cuando a mí me tocaba subir, incluso, había calles enteras
donde prefería hacer un rodeo para no tener que transitarlas. Pero ¿que alguien
me diera las gracias sinceras por una infamia?
“─Por amor de Dios, señorita.
Solo espero haberla ayudado a conseguir lo que usted quería: vender lo antes posible. Y lo
hice porque estoy convencido de que era lo más beneficioso… las personas como
usted, que no entienden de negocios, lo mejor que pueden hacer es no mezclarse
en ellos (antes de proseguir tragué saliva) … señorita… Le advierto que más de
uno vendrá a decirle que ha hecho el peor negocio de su vida, que la estafaron
¡qué sé yo!, pero por más que le digan eso recuerde que hay cosas que esa gente
no sabe… si bien es cierto que usted hubiese obtenido un precio más alto por la
propiedad, no obstante, no lo habrían cancelado en un solo pago sino
interponiendo letras, y para serle sincero, eso no funciona con usted… usted, por
lo visto, paga a tiempo todos sus compromisos, lo que quiere decir que no es
una persona que esté dispuesta a cobrar. Le apuesto que más de una vez ha
dejado que se pierda una mercancía ─la confección de un vestido, por ejemplo─ para no insistir con
el comprador. ¿Acaso usted puede ser capaz de entablar una querella si el
pagador de la letra se atrasara o simplemente dejara de cumplir?... no lo creo
señorita. Para cobrar… ¡Para los negocios en general! Hay que ser… pues… hay
que ser duro como el propio dinero. Pero no solamente eso, sino también mañoso,
y créame, usted no está para eso. Así que, lo mejor fue lo que hizo.”
─Entretanto ya habíamos
llegado al hotel y ella, extendiéndome la mano, me dijo de una forma
extrañamente desenvuelta:
“─Gracias por sus
consejos. Pero le reitero mi petición. Tiene dos días dedicado a mis asuntos y
sé que nadie lo hubiese hecho con el desprendimiento que usted ha demostrado.
Nunca ─se
ruborizó un poco─ un caballero había sido tan atento conmigo. Nunca… hubiese
creído que quedara tan pronto libre de este asunto. Así que tómese su tiempo y
mañana me da razón de lo que le dije. Por los momentos le repito: le estoy muy
agradecida, de verdad.”
─Diciendo esto extendió su mano, mientras que un brillo infantil iluminaba su mirada azul. Traté de responderle, pero no tenía nada para decir. Así que, besé su mano y se retiró. Me quedé viéndola, como a punto de hablarle sin saber de qué. Hasta que vi que el recepcionista le entregaba la llave.
─Cuando salí a la calle parecía un autómata. No sabía a dónde iba y al pasar por una cristalería iluminada vi mi rostro en el espejo de la vitrina y comencé a analizarlo como quien mira la imagen de un asesino en un diario. ¿En realidad yo era tan egoísta, o se trataba de mis circunstancias? Entonces volvió el eco de esa voz “le estoy muy agradecida, de verdad”. Eran las palabras de la única persona que había creído que yo era un hombre probo. En un acto de masoquismo deliberado, volví a verme en el reflejo; esta vez me quité los lentes. Qué diferentes eran los mensajes que transmitían mis ojos comparados a lo que emanaban de los de ella. Los míos eran ansiosos, los de ella apacibles, iluminados por la fe interior del que encuentra lo mejor en cada uno de sus semejantes. Esa mirada la había visto antes. ¡Sí! Así miraba mi madre. Una mujer curtida en las pruebas más duras, pero que, más allá de las circunstancias, creía que del mundo también se podían sacar cosas buenas: por ejemplo, de mí. No obstante, para ser digno de aquel fervor había que ser un hombre cabal; factible de ser engañado, pero que nunca engañaría a nadie. Al fin de cuentas, sobre el hombre justo es que reposa la bendición de Adonay.
─Entré en un local y
pedí un café a ver si se me quitaba lo amargo que sentía en la boca. Fue
inútil. Todo este desasosiego era por el negocio. Si ese era el problema,
bueno, no iba a esperar que ella me reclamara, sino que, de manera espontánea,
le dejaría abierta la opción del rescate, quedándome tan solo con un
porcentaje. Esta idea fue la que me dio una efímera sensación de alivio y fue
así que esa noche pude dormir, aunque no lo suficiente.
………..
─El compromiso de
acompañarla a las últimas firmas me hizo despertar temprano, lo que me dio
tiempo de comprar una caja de bombones de una afamada repostería vienesa, pero me pareció que no era suficiente, así
que también busqué un enorme ramo de rosas rojas. Volví al hotel con las manos
ocupadas y pedí al recepcionista que le enviara los obsequios a la habitación,
pero él, dándome trato de nobleza, según el hábito vienés, me contestó:
“─Señor von Kanitz, la
señorita ya bajó a desayunar. Está en el restaurant.”
─Por un momento dudé. Hubiese
preferido dejarle los regalos y no tener que verla de frente y a solas… pero… al
fin y al cabo, igual iba a verla cuando la acompañara al finiquito de las
firmas. Hasta que el botones interrumpió mis cavilaciones.
“─Si quiere puedo
llevarle las cosas de su parte.”
“─Es usted muy amable,
pero no, gracias.
─Cuando entré al
comedor, la vi en una mesa solitaria al lado de una ventana leyendo su libro de
poemas. Al contacto con la luz natural sus bucles dorados brillaban aún más. Me
acerqué sigiloso y puse la bombonera y las flores en la mesa, dedicándole la
más amplia de mis sonrisas. Se sonrojó, pues ─esto lo llegué a saber
después─
nunca le habían regalado flores, exceptuando la vez que uno de los parientes de la Orosvar le había enviado un
ramo para congraciarse con la persona más cercana a la princesa. Ante esto, la Orosvar
montó en cólera y le ordenó que las devolviera de inmediato. Ahora, en cambio,
alguien le regalaba unas rosas y nadie le iba a ordenar que las regresara.
“─¡Pero cómo!... por
favor ¡¿a qué debo esto?!... esto… esto es demasiado hermoso para mí.”
─¿Sería la luz que se
reflejaba desde las flores o la sangre que se agolpaba en sus mejillas? Lo
cierto es que un brillo rosado estaba regado en su rostro.
“─Siéntese, por favor.”
─Me senté enseguida.
“─Señorita… es un
pequeño presente de despedida. Ahora vamos a las firmas del banco y de las
acciones… pero… ¿de verdad se quiere marchar tan rápido?
“─Sí.” ─Respondió bajando la cabeza, mientras acercaba
hacia sí el ramo. No hubo ni alegría ni pena en ese “sí”. Era más bien de
serena resignación.
“─¿Ha anunciado por
telegrama a sus familiares que usted va a ir para allá?”
“─No. En realidad, creo
que se asustarían si les mando eso… además… ellos casi nunca han sabido de mí. “
─Esta respuesta no me
gustó. Dudé por un instante si era prudente someterla a mis indagaciones. Pero
decidí abordarla.
“─Usted me va a
perdonar que le pregunte estas cosas… ¿se trata de parientes cercanos?”
“─Sí y no… la verdad
no; se trata de una sobrina, hija de mi difunta hermana, que vi muy pocas veces
cuando ella todavía era una niñita. Tampoco conozco a su marido; solo sé que
tienen una parcela con una pequeña granja de gallinas ponedoras. Ambos me
escribieron y, muy gentilmente se pusieron a mis órdenes y me dijeron que
tienen dispuesta una habitación para que esté con ellos todo el tiempo que
desee.”
“─¿Pero?… ¿qué va usted
a hacer allá?”
“─No sé… bueno… puedo
recolectar los huevos todos los días.”
─Esta respuesta hizo
que me sintiese pésimo. Era algo indefinible. Sentía como un dolor que uno sabe
que ha sufrido pero que no consigue recordar; solo descubre que todavía se
oculta entre las entrañas. Estaba en presencia de una mujer abandonada, no al
destino, sino a la veleta de los vientos. Pero creo que lo que más me afectó
fue que, en la desorientación que ella experimentaba, estaba reflejado yo; en
mi vida sin hogar, sin más objetivo que el hacer dinero, y en ello sacrificando
todo. ¡Hasta mi propia felicidad! Yo estaba alterado y no pude disimularlo
cuando le dije.
“─¡Por favor!, eso no
tiene sentido. ¿Pretende internarse en un monte
por el resto de su vida, al lado de unos parientes que usted nunca
conoció? Usted no tiene necesidad de enterrarse así.”
─No sé si fue una ilusión óptica, pero sus
ojos, antes azul celeste, se habían tornado en un gris acero. Hasta que me
respondió casi con un suspiro (tuve que hacer un esfuerzo para poder escucharla)
“─Para serle sincera.
Yo misma me siento intimidada por esa decisión. Pero… ¿qué otra cosa puedo
hacer?” ─Y
diciendo esto, levantó su mirada de las rosas hacia mí─.
“─Entonces lo mejor
sería que usted se quedara aquí.”
─Y luego de una pausa, me oí diciendo en voz más
baja aún.
“─Quédese aquí… conmigo.”
─Me miró, y dio una leve inclinación de cabeza,
como de incredulidad. Solo entonces comprendí el alcance de lo que había salido
de mis labios. Era una frase que, a diferencia del resto, había escapado sin
que la sopesara. Sencillamente, mi inconsciente había brotado a través de una
vibración de la voz. De inmediato comprendí lo expresado y además, el lógico
error de interpretación a que se prestaba la frase. Así que aclaré de manera
precipitada.
“─Quiero decir… cásese
conmigo.”
─Por un instante, el silencio se hizo
escandaloso. Hasta que se levantó de manera brusca, dio media vuelta y cruzó el
comedor casi a la carrera, esquivando y tropezando las mesas. Fue en ese
momento que analicé el alcance de mi propuesta ¿Qué me había creído? ¿acaso
podía seducir a una dama tan sensible y culta? Estaba claro que ella me había
dado su confianza, pero yo había sobrepasado los límites de una forma abusiva.
Yo, un feo, y de paso un viejo tacaño y sin escrúpulos ¿Qué podía ofrecerle a
una mujer tan ajena a mis mezquinas ruindades? Esa reacción, incluso, me hizo
sentir conforme al fin. Las cartas habían quedado todas sobre la mesa y vueltas
hacia arriba. Ya ella había descubierto lo miserable que yo podía ser. Al fin y
al cabo… ¡si yo mismo me despreciaba! ¿Por qué iba a impedir que ella pensara
de otra forma? Bien merecido me lo tenía.
─Todo esto pasaba por
mi mente hasta que ella apareció con los ojos enrojecidos ¡Había llorado! Tenía
la cara húmeda, se había lavado de manera apresurada. Para sentarse tuvo que
asirse con ambas manos al respaldar, y yo estaba aún en un estado de conmoción
tal, que no tuve voluntad para levantarme y apartarle la silla.
“─Perdone usted… perdone
mi brusquedad… es que no puedo entender… ¡usted ni siquiera sabe quién soy yo!
─No pude responderle.
No obstante, quedé conmovido al percatarme de que su reacción no era de enojo
sino de consternación. Sin duda yo había sido demasiado directo y ambos
quedamos aturdidos. Ninguno quiso volver a tocar el tema, y menos mirarnos a
los ojos. No obstante, aunque hablamos solo lo indispensable, esa mañana la
acompañé a las últimas transacciones, pero en la tarde, cuando tenía que
comprar el boleto, no lo hizo. El día siguiente tampoco, y al tercer día le
volví a proponer matrimonio. Tres meses después nos casamos.
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El relato me dejó sin habla. Aunque pude
comprobar que había servido de catarsis para el señor Kanitz. Ahora su
respiración era más relajada. Tomó lo que quedaba de su jarra, se sacó el reloj
del chaleco y sin dejar de ver la esfera, dijo:
─Bueno Doctor, ya es
hora de volver al sanatorio.
Subimos a la calesa en silencio, pero ya en
marcha, retomó la conversación.
─Todavía hay gente que
afirma que yo me casé con Annette para despojarla de su herencia. Que piensen
lo que les plazca; no me rebajaré a discutir eso con nadie. Ella y el notario público
saben la verdad y eso es suficiente. Por otra parte, cuando de mis labios salió
la proposición ─y
perdone si repito lo que dice por ahí cierto médico vienés─ en realidad lo que me
pasó fue que “tomé conciencia de mi inconsciencia”.
─¿Cómo me enamoré de
Annette?... digamos que el encanto no es algo súbito, nada parecido a una
explosión de dulzura ni mucho menos… es más bien discreto, como una hebra de
plata tejida de forma sutil entre los hilos de la personalidad. Resplandece sin
que uno se percate de ello.
─Parecía un compromiso
absurdo, pero los opuestos suelen armonizar… por ella fue que comprendí en todo
su sentido la sentencia bíblica de “El que halla esposa, halla el bien y
alcanza la benevolencia del Señor”, pero, por esa bendición tuve que pagar un
costo, siendo que toda elección es una renuncia. El caso es que me propuse
convertir en ese hombre a quien ella admiraba; por eso me desligué de raíz de
todo mi pasado fraudulento, cancelando todo tipo de asociación dudosa con cuantiosas
pérdidas de mi parte. Incluso, traté de reponer algo de los desfalcos más
notorios de mi antigua carrera de usurero. Y no contento con esto, y para ser
un verdadero “hombre nuevo”, busqué un padrino influyente y me bauticé.
─En cuanto a la Central
de molienda, si bien, yo no era agricultor ni industrial, sí tenía un camino
andado en los seguros agrícolas y sabía quiénes eran los técnicos más
destacados en cada proceso y los contraté. Hice inversiones en la actualización
de la maquinaria, luego me asocié con unos industriales vieneses para formar el
trust del alcohol (que ha llegado a
competir con los productos importados desde América del Sur) y otro de
alimentos, formando el complejo cerealero que ya usted conoce.
Hizo silencio porque acabábamos de ingresar
a los jardines de la fachada del sanatorio. Nos apeamos despacio, nos dirigimos
a la sala de espera de los quirófanos, y nos sentamos en unos muebles que nos
permitían ver la puerta.
─Pero Doctor… de nada vale
el éxito más rotundo si no puede verse reflejado en los ojos de la mujer amada.
Por eso siempre tengo que volver a Annette. Ella es como el remanso luego de la
corriente. Las cosas que hace producen en mí una tímida admiración y… ¿por qué
no? un orgullo egoísta, y aunque yo no puedo hacer las cosas que ella hace,
siento que si lo hizo ella, es como si lo hubiese hecho yo. Al fin y al cabo (y
eso aplica para ambos) da más fuerza saberse amado que saberse fuerte. Gracias
a eso ella recobró su lozanía y belleza, pero lo hizo tal y como ella es: sin
espavientos, sin presumir de nada; más bien, siempre ha sido el alma callada de
la casa. Pero, por lo demás, la vorágine de compromisos sociales en los que
tenía que intervenir por el hecho de ser el líder de una corporación, hizo que
replanteara mis actividades, nombrando un personal de confianza para dar la
cara en el ámbito público y hacerme a un lado para mover los hilos de la
empresa fuera de escenario. En la casa pocas veces tenemos invitados. Es como
si nos hubiésemos puesto de acuerdo para tratar de que la gente se olvidara de
nosotros. A decir verdad, la felicidad no tiene por qué hacer bulla. La prueba
está en que nuestro hogar fue así por algunos años. Hasta que Annette me dio la
más grande alegría de mi vida: El nacimiento de Edith Annette.
Se refería a esa encantadora niña de
cabello negro y ojos azules, que heredó la suavidad tímida y cortesía natural
de la madre, más la inteligencia penetrante del padre.
─Pero ahora, la mamá de
la niña de mis ojos está en estas condiciones… comenzó a adelgazar y a sentirse
cansada… esa tos, la sangre… ¡en fin! Usted conoce mejor que yo el historial
médico, pero, lo que sí le puedo asegurar es que su mayor deterioro se debió a
la reticencia de que yo me enterara de su estado. Tal vez pensaba que era algo
pasajero y no quería por nada del mundo que yo, teniendo cosas “más importantes”
que atender, me preocupara por ella. Entonces apretaba los labios para no
quejarse. Hasta que no pudo ocultarlo más y la crisis estalló.
─Doctor, usted sabe que
he movido Cielo y Tierra para curarla. De hecho, esta operación es mi última
carta. Y a propósito de todos mis esfuerzos, la realidad es que el dinero, ese
dios a quien he servido desde mi infancia, lo he visto desmoronarse tal y como
aquella estatua de Nabucodonosor. ¡Se ha hecho añicos! Pero aparte, la
enfermedad de Annette ha representado para mí un verdadero… ¿cómo decirle?...
naufragio existencial... es como si tratara de sobornar a Dios… pero… ¿cuál
Dios? ¿el nuevo Dios, ese que está en la iglesia? ¿o el Dios de la sinagoga? No
me importa. Así que, tanto al párroco como al rabino he llevado contribuciones
para que ellos intercedan al Ser Supremo por la salud de Annette. Y solo me
pregunto, ¿si el pecador he sido yo, por qué se va a ensañar con la vida de
Annette? Ella es incapaz de hacerle daño a nadie. Si alguien en realidad ha
sido malo, ese soy yo.
-----------
En ese momento, la puerta del fondo se abrió. Una enfermera salió apresurada hacia el pasillo contiguo. De manera instintiva y como provistos de resortes, nos pusimos de pie. Solo tuvimos que esperar un momento cuando la puerta se volvió a abrir y vimos salir al cirujano que se quitaba el tapaboca y se dirigía hacia nosotros.
Alí Reyes Hernández
Caracas, agosto del 2015
Tomado del libro LA BALALAIKA, EL GUARDAESPALDAS Y EL MAESTRO, editorial Ìtaca, Los Teques, Venezuela, 2023
Ilustraciones, 1y2 pintor Alexey Savchenco, 4, pintor Richard McKinley, 5 pintor Weiner Hofoper
Comentarios
Y la historia, bueno, hay gente que tiene la suerte de encontrarse una rosa entre la basura. Por suerte fue lo bastante inteligente para saber que era una rosa y no pisarla con saña. Un relato ambiguo, ¿verdad? No me gustan esas personas que hacen mal bajo la bandera de: "o lo hago yo, o lo hace otro" pero, al menos, supo mitigar el daño que causaría....
Me ha gustado mucho.
Bien definido el protagonista. Y muy justamente dedicado a Zweig, él también retrata de lujo a los personajes de sus cuentos.
Por cierto, el sr. Zweig también terminó exiliándose a Brasil. Otra coincidencia.
¡¡Un abrazo fuerte!!!
Gracias.
Abrazo hasta vos.
Saludos.
La fotografía última de mi reportaje y que te ha llamado la atención. Es una especie de botijo, que aquí en Andalucía, popularmente se le ha llamado porrón. Esta puesto solo para decorar el puesto. Su uso ha caído en desuso, ya que ahora no tiene ninguna utilidad.
Lo construían los alfareros y eran común que hubiera uno en cada casa, cuando de verano apretaba el calor. En la época en que se utilizaba, aún no se había inventado los frigoríficos y era el medio que se tenía para mantener el agua fresca. Se llenaba de agua y se mantenía a cierta altura y se bebía el agua a través de cierta altura y con el botijo inclinado, siempre dirigido a la boca.
En los pueblos había en muchas casas un pozo y había la costumbre de mantenerlo en el agua del pozo ,dentro de un cubo, del que se sacaba tirando de una zoga.
Ahora ya no se utiliza, paro se pueden ver, decorando algunos lugares. Te mando este enlace, por si te quieres entretener en verlo.
https://www.canalsur.es/multimedia.html?id=1736511
Un abrazo
Felicitaciones, Alí.
Buen fin de semana.
Saludos.
Un saludillo;)
Un abrazo.
Y una vez más, ya como en la escritura de Ali Reyes, la estructura es perfecta. Con ese final tan bien entregado a la imaginación del lector. Muy bueno.
Me ha gustado mucho la historia, felicidades por ella.
También aprovecho para desearte que tengas un buen año 2024. Yo ando un poco alejada del mundo blogger pero aún así siempre recuerdo a los amigos que he conseguido a través de él. Un beso enorme.
Abrazos!
En efecto, el cuento está dedicado a Stefan Zweig, por muchas razones. Por supuesto, cuando uno se mete a esto de escribir cuentos, es porque ha leído a muchos autores buenos, la lista sería larga de enumerar, pero Zweig, creo que fue el que, en definitiva, me hizo decidir a meterme de lleno en el mundo de la cuentística. Se trata de un verdadero maestro para mí. De hecho, he publicado tres libros de cuentos y en casi todos mantengo la estructura de Zweig, aquella que he llamado, la de la “matrioska”, esas muñecas rusas de madera que caben unas dentro de otras. Si revisaras mis escritos, te darías cuenta que, en su mayoría, están estructurados bajo esa tendencia: una historia afuera y otra adentro. No estoy diciendo que Zweig inventó esa modalidad, pero sí te puedo asegurar que la perfeccionó hasta hacerla parte integral de la novelística moderna.
ENRIQUE TF Gracias, mi hermano. En realidad estoy trabajando duro para ser un buen escritor. Ahora bien, es necesario reconocer que el crédito de este trabajo no es mío solo, sino de, algo así como, un equipo con el escritor austríaco que nombro al comienzo. Para ello te sugiero leer la respuesta que arriba hice a tu tocayo ENRIQUE. De todas maneras, gracias por tus palabras.
CARLOS PERROTTI En efecto, mi hermano. Este es un relato que exige una segunda lectura, porque en la primera el lector queda tan conmocionado como los personajes después de ese diálogo en el restaurant del hotel. La segunda lectura es la que nos permite apreciar las señales del desenlace que están a lo largo del camino y que, los lectores no suelen tomar en cuenta. Gracias por tu visita.
VENTANA DE FOTO Gracias por la aclaración. Cada día se aprende algo nuevo, sino no es así, no estás viviendo.
TERESA Así es que se hacen las cosas. Esta no es la lectura rápida, necesita una oportunidad sin trajines. Así lo hiciste y por eso pudiste disfrutarlo. Gracias por estar pendiente.
SARA Gracias por tus palabras, porque vienen de alguien que sabe de escritura y que revisa, a conciencia, los manuscritos de su esposo. En este caso usaste el calificativo de “trepidante” y eso, exactamente, es lo que busco. Por cierto, en lo que puedas, léete lo que le digo a ENRIQUE allá arriba acerca de cómo se hizo este cuento. Tu esposo y mi colega estará interesado en ello. Un abrazo hasta León.
EL ÚLTIMO DE FILIPINAS Se ve que estás al tanto de la situación tumultuosa y abigarrada de la Europa Oriental para ese entonces, a pesar de que, por ese tiempo, estabas muy lejos de este escenario, al otro lado del planeta, arriesgando el pellejo ante las tropas expedicionarias estadounidense que estaban desembarcando en Las Filipinas y salvaste la vida de milagro. Pero es verdad lo que afirmas, el imperio austro húngaro daba a la zona una aparente sensación de unidad, pero todo colapsó con la Gran guerra y luego la Segunda Guerra mundial, para quedar todo destrozado y quebrado a la fuerza por muros y barreras entre países que se prometían la muerte. La caída del muro de Berlín y la Unión Soviética pareció terminar con ese estado y vino una aparente paz, digamos que parecida a la del antiguo imperio austro húngaro “en los albores del nuevo siglo (el XX) creíamos que las guerras serían algo del pasado”…pues bien, nos ha pasado igual. Rusia invade Ucrania y tararín tararán, este cuento no ha acabado. Dios tenga misericordia de nosotros.
JOSÉ MARÍA Qué bueno que te gustó el relato y gracias por la visita a esta casita.
XURXO Gracias por tus palabras y por tu visita, quiero que sepas que esta es tu casa.
CONCHI Qué bueno que te encantó. Ahora bien, en cuanto al destino de Annette, me gustaría que revisaras lo que le respondí a TOMÁS B allá arriba… por favor.
HADA DE LAS ROSAS Gracias por tus felicitaciones, ahora bien, decir que es por mi talento, no es justo. Si bien trabajé para darle dinamismo moderno al relato, en realidad estos personajes pertenecen al mundo de Zweig. Para que tengas una idea del equipo, te sugiero que leas mi segunda respuesta, la que hago a ENRIQUE.
SERGIO No sabes cuánto me honra tener el comentario de alguien que trabaja con literatura. Y en efecto, no solo hace honor a Zweig, sino que este relato entra en su propio catálogo, porque de él ha sido tomado. Para comprender eso, te voy a pedir el favor de que revises la segunda respuesta que doy, la de ENRIQUE, en ella están los detalles de cómo saqué un cuento de una de sus novelas.
LOLA Cuando una mujer tan enterada de cine clásico, te dice algo así de tu relato, tienes que sentirte muy orgulloso. Gracias por ese saludo de navidad y nuevo calendario y… por favor, no te nos pierdas.
MARTHA COLMENARES Esa es la idea, tratar de atrapar al lector y no dejarlo ir, sino hasta que lea la última palabra. Y sí, hay de todo, poesía, descripción, reflexiones, en fin, el caso es que deben ser muy breves, digamos que como pinceladas de los impresionistas, porque la verdadera fluidez está en la narración y los diálogos. Aprovecho esta oportunidad, para hacer pública mi admiración por ti, pues fuiste la primera que me dio la bienvenida en el mundo bloguero y te admiro porque, además de valiente y combativa contra la tiranía, no has dejado de escribir libros de investigación, como el que estás haciendo acerca del grupo británico The Bee Gees. Bendiciones y adelante.
ETHAN Qué bueno mi hermano. Eres otro de los pocos a quien pasé el manuscrito para que me diera su opinión. Eso es, poque tu trayectoria como novelista, te da autoridad técnica y moral para evaluar los trabajos. Gracias, mi hermano.
Un abrazo.
Un abrazo grande artistaZo! ; )
PD
Eso sí, lo he tenido que leer a plazos, por su extensión, pero ha merecido la pena, mil gracias!!
Y bonito ese recuerdo para el gran Stefan Zweig.
Te felicito.
Un abrazo.
Un fuerte abrazo :)
Un abrazo
Gracias por visitarme,
un abrazo.
KINGA Acá, creo que más que la trama, loque destaca es eso, el dibujo de los personajes, de forma tal que ya el lector puede anticipar sus reacciones en base a eso. En otro orden, Bienvenida a esta casita.
Y en cuanto a la frase referida a las almas mezquinas que aceptan la riqueza más extravagante en un príncipe antes que la más modesta en alguien de su misma condición, debo decirte que no es mía. Puedo decir que hay muchas reflexiones de mi cosecha, por ejemplo la referida a los que “estudian Derecho”, las referencias bíblicas, por ejemplo la del David y el rey Saúl o la de la estatua de Nabucodonosor, lo tocante a las pinturas de la sala, lo del libro de antología poética, la reflexión del hilo de plata entretejido en una tela, referido ala forma en que el personaje se enamora de Annette, aquello de “es mejor saberse amado que saberse fuerte” y otrs cosas que ahora no recuerdo, pero, de esa belleza referida a los compañeros de Annette, el crédito es total y exclusivo de Stefan Zweig. Por cierto, ese dicho español que me nombras, no lo conocía, pero por estos lados hay uno más breve que denota lo mismo de una forma más peyorativa “No le debo a pobre”. Aunque, a decir verdad, la Biblia dice todo lo contrario, al indicar que para ejercer autoridad, primero tienes que estar o haber estado “sujeto a autoridad
Y para aclararte más el asunto, tengo que repetir algo que ya dije arriba pero debe saberse: estos personajes provienen de la novelística de este célebre judío austríaco. Específicamente de la novela LA IMPACIENCIA DEL CORAZÓN, una historia muy larga y densa que, si no me equivoco, el pasado 2023 fue llevada a la pantalla grande. Así que, inspirado en esa novela, decidí hacer este cuento. Para ello tuve que desmantelar todo el entramado de Zweig para quedarme con menos del seis por ciento de la historia. Eso, de entrada, también implicaba prescindir de los protagonistas y hacer una purga en el resto del elenco, quedándome con sólo cuatro personajes secundarios y, en consecuencia, trocando el protagonismo. Esto me obligó a cambiar algunos escenarios, sobre todo, tuve que investigar mucho acerca del Sanatorio, para poder introducirlo como locación. Las voces también fueron cambiadas, es decir, introduje otro narrador y por ende otro punto de vista. En cuanto a los personajes, están salidos de la pluma de Zweig, pero en el caso de Kanitz, hice cambios profundos, debido que en la novela posee título nobiliario, el caso es que, teniendo en cuenta cierta predilección por el anonimato que lo hacía pasar inadvertido a la hora de hacer negocios turbios, no me parecía realista que, siendo un negociante tan práctico, gastara una fortuna para obtener notoriedad pública —algo impensable en una persona tan pichirre— así que lo despojé del título para mantener los rasgos que lo caracterizaban desde el principio. Lo otro fue, desprender limpiamente la pieza de la novela, tal cual un carnicero con el corte más caro de una res. Para ello forcé la barra para hacer que los extremos se acercaran uno al otro “la serpiente que se muerde la cola” pero dejando un espacio supuestamente “abierto”, tal como se estila en el cuento moderno. Por otro lado, traté de imprimir más velocidad a los diálogos, recurriendo al método del ping pong, es decir, conversación directa, sin aquello de “él me dijo y yo le respondí etc.” Todo esto redundó en el cambio de una atmósfera opresiva, la de la novela, a una alegre y optimista, la de un moderno cuento de hadas y la agilidad de los textos vanguardistas.
El caso es que, de una novela de 472 páginas, logré fabricar un cuento de 28 páginas, repito, menos del seis por ciento del libro, si lo basamos en la paginación. Es una lástima que no tenga el dato del número de palabras de la novela —parámetro más objetivo— para compararla con las casi diez mil ochocientas y pico de palabras del cuento. Pero, recurriendo a un dato bastante visual, a la hora de las comparaciones, es que el libro en físico, tapa de cartulina plastificada, pesa la bicoca de medio kilo.
Lo importante es que, si este tratamiento a la obra del Maestro, sirve para que la gente se acerque a sus títulos, me sentiré más que satisfecho y conociendo las intenciones que él tenía, de hacer una “limpieza” a los grandes clásicos para ponerlos a la disposición del gran público, entonces estoy seguro que de ver esto, lo celebraría.
GUMER PAZ Así que, sin leerlo siquiera, ya lo imprimiste. Bueno. Confío en que no te vas a arrepentir de haberlo hecho. Gracias mi hermano.
EUGENIA MARU Eso de textos largos es algo a lo que le huyo, de hecho, lamento decirlo, pero hace tiempo que dejé de leer novelas por eso mismo. Me gusta más el cuento, y si es breve, me gusta más. Por eso, en este caso, duré mucho tiempo pensando si lo colgaba o no lo colgaba, digamos que estuve como año y medio a dos, analizando eso, de hecho, no me atreví y se lo pasé primero a un colega bloguero para que lo colgara primero en su blog y vi que le quedó bien. El caso es que el texto es largo porque técnicamente, no es un cuento sino una novela bonsai y por eso era el único texto de mi último libro que no estaba en el blog, pero ya ves, creo que valió la pena pues ha tenido más reacciones positivas que los mismos cuentos. Por eso, a ti y a todos, gracias por tener la paciencia de leer algo tan largo.
RAFAEL H LIZARAZO GOYENECHE Ese refrán de “caras vemos, corazones no sabemos” viene muy bien en este mundo donde estamos rodeados de tantos pillos, al mejor estilo de nuestro personaje, aunque me gusta más aquello de “cada ladrón juzga por su condición” y esto vale para Annette también. Porque yo iría a la médula del asunto y aplicaría el adagio bíblico de “engañoso es el corazón más que todas las cosas ¿quién lo conocerá?” Digo esto porque, si observas con atención, te darás cuenta que uno está entretenido observando el andamiaje de tramposerías que está levantando Kanitz con tanto éxito, pero DEJA DE VER la inmensa red que —como una sutil tela de araña— va flotando despacio pero inexorable para caer con suavidad silenciosa sobre toda esa torre y de forma sutil cubrirlo todo y a todos, cosa que solo descubrimos cuando todos ya están en la trampa, y la autora de todo ello es la “carita de yo no fui”. Lo digo porque ella fue la primera que se enamoró y, de manera muy discreta, fue envolviendo a su pretendido cazador. Entonces, acá podemos ver que el amor venció a la avaricia.
Las circunstancias históricas, bien detalladas, fueron condicionantes.ñía
Y en el medio, la dama de compañía, que tanto tuvo que soportar. Y con la ingenuidad para agradecer, a quien se aprovecharía de su inexperiencia con los negocios. O tal vez pensó ella que era mejor peder dinero, con tal de alejarse de ese ambiente.
En algún momento pensé que se convertiría en la esposa del protagonista, como llegó a pasar.
Muy bien contado.
Exquisito.
Gracias, de todo corazón.
Salut
Se entiende la influencia de Zweig por el ambiente europeo y las situaciones. Pero cuidado porque también ecribrió desde Brasil.
Abrazo grande, hermano!
Lo he leído en dos etapas, es más largo de lo que me pensaba, pero la historia daba para ello. Me ha parecido un relato clásico, de la primera mitad del siglo pasado, a lo Stefan Zwueig.
Un abrazo.
Te abrazo con especial aprecio.
Al empezar a leer, pensaba que me iba aburrir, pero enseguida me ha enganchado y no he parado hasta terminar de leerlo.
Por cierto me he quedado un poco pensativo esperando el final, sin embargo rápidamente he reaccionado y le he dado el que a mi me está tocando vivir y no es que me hayan operado, pero he sigo fumador de dos cajetillas y media de cigarrillos al día y se lo que es vivir con la angustia de en ocasiones no respirar bien.
Soy muy mayor, pensaban que podría tener cáncer y afortunadamente no lo tengo...
¿Mi final? Algún día llegará.
Un gran abrazo
TAWAKI Eso de que “…ellos estudian Derecho para ver cómo lo tuercen” no sé en dónde la escuché. Pero, por supuesto es una generalidad y como sabes, estas suelen ser malas. De hecho, tengo amigos abogados que, me consta, que son gente proba. No obstante, debemos recordar que las puse en la boca de un individuo que juzgaba a todos por su condición. Y en cuanto a lo de la suerte… caray…no tengo idea de dónde lo leí, pero lo atesoré hasta que encontré al personaje que mejor le cuadraba. Por cierto, tengo rimeros y rimeros de libreticas con frases y notas de mis lecturas y ocupan tres cajas, una de ellas está en Caracas y las otras dos están en Coro, una distancia como la de Barcelona a Madrid, y para colmo yo estoy en Brasil, casi pegado a Paraguay. Total, el caso es, que ese tesoro, para mí, está amenazado a desaparecer en la hoguera. Trataré de ver cómo lo rescato.
TOP BARCELONA El hecho de que uses la frase “cuento exquisito”, que también la usó TAWAKI, es una de las mejores cosas que he oído acerca de este hijo que es un cuento, porque sé que eres exigente a la hora de leer. No sabes cuánto agradezco tus palabras.
MARÍA En cuanto a tu entrada o, más bien, denuncia, entiendo que no es algo que nos agrada escribir, pero a veces DEBEMOS hacer cosas que no nos gustan, para dejar testimonio de que hubo alguien que vio la actualidad desde la honestidad y más que todo, desde la dignidad. En cuanto a tus palabras, con respecto al cuento. Muchas gracias. Por cierto, eso me ha animado a publicar el libro completo y, Dios mediante, espero hacerlo por acá, la semana entrante. Así que, pendiente. Por otra parte, qué bueno el hecho de que ahora sabes algo acerca de Stefan Zweig, si puedes, te sugiero que veas la respuesta anterior, la de FRODO, donde doy unos detalles más acerca del Maestro.
RAJANI REHANA Thank you for your words. The important thing of all is that you liked the reading. A hug to India
RICARDO TRIBÍN Ya veo que conoces al Maestro. Por favor, trata de leer lo que le respondí a FRODO acá arriba. Y un abraso colombo venezolano para ti
HENDRIX Bienvenido a esta casita. Y cuenta con que aquí apoyamos tu proyecto de blogs musicales, así tigrero no sea musical, aunque sí te puedo decir que de vez en cuando publico una que otra entrada al respecto. Así que todo lo que es música aquí, también está a tus órdenes.
CARLOS AUGUSTO PEREYRA Entonces, muy bueno el hecho de que este relato te haya removido las ganas de leer de nuevo al Maestro. Acá arriba le respondo a FRODO con más detalles acerca de él, por favor échale una lectura. Por otro lado, traté de buscar tu blog pero no lo encontré, por favor, si vuelves a escribir, pásame el enlace de tu bitácora.
Muy cierto lo que me dijiste al enviarme el enlace, no pude soltar la lectura hasta culminar el cuento.
Por otro lado, se que dejaste el final a la imaginación de cada lector, no obstante te sugiero una segunda parte igual de interesante...
NEISA En efecto, la idea está en mantener la tensión del texto hasta el final, sin aflojar en ningún momento. Gracias de nuevo por leer todo lo que te mando. Un abrazo hasta mi querida Paraguaná, en Venezuela.
La trama, con sus giros emocionales y su enfoque introspectivo, destaca por la profundidad psicológica de los personajes y tu habilidad para explorar temas universales como el amor, la redención y la mortalidad. El desarrollo de los personajes, especialmente el de von Kanitz, es notable, mostrando una evolución marcada por el amor y la búsqueda de redención. La narrativa, con una prosa evocadora y lírica, me transportó a los paisajes de Viena y los dilemas internos de los protagonistas. La atmósfera melancólica y reflexiva impregna cada página, invitando a la contemplación sobre el significado de la vida y el amor verdadero. En resumen, opino que la obra es una conmovedora exploración de la condición humana, tejiendo una trama emocionante y reflexiva que cautiva desde la primera página hasta la última.
Pero volviendo a este cuento que has publicado aquí, debo reconocer que es muy bueno y que ha merecido la pena esforzarme un poco, je, je.
Un saludo.
al margen del desenlace de la operación quirúrgica, da la sensación de que ella fue feliz en su matrimonio; mucho más feliz que si se hubiera ido a vivir con su sobrina.
un abrazo.
JOSEP PANADÉS Opinamos igual, en cuanto a que soy alérgico a leer cosas extensas. Por eso, hace décadas que renuncié a leer novelas ya sean éxitos, clásicos o cosas que “tienes que leer antes de que te mueras”, porque no soporto tanto texto, ni junto ni por entregas. Esa es la razón de que ahora solo leo cuentos y por supuesto, prefiero los cuentos cortos, esos que no exceden las mil palabras, para mí son los mejores, y si hay alguno que no me gusta. Perfecto, al menos no me hizo perder mucho tiempo. Por eso, para mí es una norma, no vender lo que no consumo. Prueba de eso es que mi último libro LA BALALAIKA está constituido por cuentos breves, el único que es largo es éste, que tiene once mil palabras y pico. Por eso te comprendo, yo tampoco me hubiese animado a leerlo. Digamos que LA PROPIEDAD es la excepción que confirma la regla… pero ¡de qué manera! Por eso, la única forma de que yo hubiese leído eso es por las malas. Es decir, si tienes al autor, detrás de ti, diciéndote que lo leas… caray… yo lo leería, pero sería sólo por salir del fastidio de un autor empecinado en que lea y sobre todo, para que me deje en paz de forma definitiva. Y eso, exactamente, fue lo que pasó contigo. Lo importante es que, por lo que veo, valió la pena el acoso. Eso es lo importante.
DRACO En efecto, ella fue feliz en su matrimonio, y esos fueron muchos años, los que se requieren para desarrollar una empresa desde su fundación hasta consolidarla como un imperio. Por supuesto, siguiendo la premisa de que el personaje que inicia el relato NO DEBE SER EL MISMO que lo termina, debemos reconocer que ella experimentó un cambio, no digamos en su manera de ser, sino en sus condiciones de vida y en el descubrimiento del amor. Porque, debes saber que ella se enamoró primero de Kanitz, pero lo mantuvo callado, porque nunca consideró que él se iba a fijar en ella como “la mujer de su vida”. Esta es la razón por la que rompe a llorar cuando Kanitz se lo propone. En fin, el cuento termina con una relación simbiótica, es decir de ganar, ganar.
Gracias por haber leído el cuento y espero que puedas leer el resto de los cuentos del libro LA BALALIKA, que, a diferencia de éste, son mucho más breves. El caso es que siempre aprecio tu parecer acerca de los textos, porque provienen de alguien que sabe de la materia. De nuevo Gracias.
DEJADO "PICADA"!!!! NO SÉ VALE ALÍ!!! BUENÍSIMA TÚ NOVELA!!!! LA HE LEÍDO 2 VECES!!!! ME GUSTÓ. Dime... ¿ESTÁ A la venta este libro que tiene esta novela??? Muy bueno!!!! TE felicito y te envío un abrazo afectuoso grande, grande en la distancia! Gracias, Alí!!!
Nuevamente me deleito con tus letras.
Te dejo mi abrazo pleno de aprecio.
https://tigrero-literario.blogspot.com/2024/02/la-balalaika-libro-completo.html
RICARDO TRIBÍN Gracias por tus comentarios con respecto a mis cuentos. Se agradece contar con un lector atento, como es tu caso.
Ali, me encanto tu entrada, conozco la canción por Cafrune, Argentina tiene unos paisajes bellísimos, de mar, nieve, montañas, ríos, de todo.
Y cada Provincia tiene una canción que la identifica.
Gracias por compartir parte de mi querido Pais
Abrazos y besos
Me gusta como relatas la historia, un placer leerte
Abrazos y besos
Y en cuanto a Catamarca, qué bueno que te gustó la entrada. Por cierto, debes saber que todo lo que está en tigrero está a tus órdenes, sobre todo los artículos referidos a Argentina, si alguna vez quieres postearlos en tu blog, me sentiré muy orgulloso de que tigrero aparezca como fuente en tu bitácora.
Y del cuento LA PROPIEDAD, qué bueno que lo leíste. Ya veo que no te aminalaste por lo largo del relato. Gracias por tus palabras y a la orden en esta casita
JOAQUÍN RODRIGUEZ Gracias hermano por tus palabras. El hecho de saber que un texto salido de nuestra pluma pueda dar alegría a alguien, es algo que no tiene precio. Gracias mi hermano por reportar la lectura, no importa que te hayas tardado tanto, lo importante es que lo hiciste.
Abrazos y besos querido amigo
Tienes mucho talento.
Me dejaste con la intriga, que paso con la señora?
Tienes que continuarla y encuadernarla, atrapa.
Abrazos y besos querido amigo y disculpas por llevarme tanto en terminar de leerla.
💋💋💋