Tigrero

  Este título parece absurdo justo ahora, cuando Israel  enfrentan la crisis como un solo hombre. Crisis equiparable al 11 de Septiembre, aunque más letal, si tomamos en cuenta el número de víctimas con respecto al número de habitantes de esta peque ña  nación.  Pero lo relevante, es que el golpe dado por Hamás, no es, ni por mucho, comparable con la desgracia que, horas antes de esta masacre, pendía sobre el Estado de Israel, es decir: su inminente disolución. El conflicto planteado por el exitoso atentado, que solo ha comenzado, no detendrá las investigaciones para esclarecer las fallas del aparato de defensa y determinar las responsabilidades. Pero, por los momentos, se están evaluado los da ñ os de seguridad, económicos, sociales, geopolíticos, en fin. Pero no se ha tenido en cuenta la razón teológica que brilla en medio de la tiniebla de esta sádica orgía de sangre: Lo que acaba de pasar, era lo único que podía impedir que la locomotora, representada por toda una nación, se prec

En este carromato viajaremos hasta 1855 , de cierta forma, lo haremos hasta Ucrania. Nos referimos al escenario de "La guerra de Crimea"  (1853 −1856)   donde la Rusia zarista actuaba como eje.  El fotógrafo británico, Roger Fenton, un joven universitario de mentalidad avanzada, pero, sobre todo,  de ideales románticos y proyectos ambiciosos ,  llegó en marzo de  R.Fenton ese a ñ o 1855 al puerto de Balaklava y desembarcó ese vehículo que llevaba materiales y todos los aparejos para montar la carpa de la cámara oscura de revelado y donde vemos a su asistente Marcus Sparling .    Pero las condiciones de trabajo eran terribles. Veamos: Para asegurar la integridad de su sofisticado equipo de cinco cámaras y más de setecientas placas de cristal, decidió distribuirlo en treinta cajas que, a su vez,  metió en otras cajas de madera más grandes, a modo de matrioskas. Sobre el techo del fulgón instaló dos tanques, uno con agua corriente y otro con agua destilada.También llevaba un fl

  El Monje   ─ Hermano Bernabé, necesito hablar con fray Marcelo. Llámelo por favor. ─Ya lo busco, Padre.   Al cerrarse la puerta, intenté repasar cómo abordaría la conversación mientras dirigía la mirada a lo único que resaltaba del escueto despacho: el tosco crucifijo sobre mi escribanía.   No podía posponer más esta decisión. Sabía del esfuerzo de fray Marcelo por permanecer en la Orden. Era innegable su ayuda atendiendo a los enfermos (los días en los que, su propia salud se lo permitía) y, sobre todo, ejecutando el viejo órgano de tubos en la homilía... por cierto, esa fue la única queja que tuve de fray Marcelo: La comunidad llegó a sentirse conmovida por los segmentos musicales que desgranaba entre la oración y las letanías. Hasta que se descubrió ─dicho por él mismo─ que se trataba de unos fulanos bambucos , una suerte de valses venezolanos. Por fortuna, pude manejar bien el escándalo de manera tal, que no trascendió hasta el episcopado provincial.     Sonó la p